Sofía comenzó a plantar para satisfacer su consumo hasta que comprobó que podía obtener una vía de ingresos
Tiene 25 años y se esfuerza por buscarse un futuro entre libros. No procede de una familia desestructurada y bien puede encajar en una clase media pulcra. Sin embargo tiene una afición prohibida, en la que se inició por el «placer» de fumar marihuana sin pagar. Del autoabastecimiento ha pasado a encontrar una vía de ingreso extra, que le sirve para costearse ciertos lujos para la vida de una estudiante. Se define como una amante del cannabis, y dice no sentirse una traficante. Aunque jurídicamente lo es desde el momento que vende droga, encoge los hombros y responde: «pero si es sólo maría».
Sofía es el nombre que ha elegido para ocultar el suyo durante esta entrevista, en la que explica cómo una chica ajena a la delincuencia tiene una plantación en la terraza de su casa. «Yo fumo cannabis regularmente y con 20 años decidí plantar mis primeras semillas». Las consiguió sin necesidad de acudir a ninguna tienda: «Los mismos cogollos que compras, suelen llevar algunas». Los experimentos iniciales sólo tenían como fin ahorrarse dinero. «En Cádiz, el gramo de marihuana está a unos tres euros, si se trata de una calidad normalita, y puede llegar a los seis si es muy buena. Quería tener mi propio material».
A través de los amigos, la profusa información que hay en Internet y las comunidades que reclaman la legalización de la marihuana se fue convirtiendo en una experta cultivadora. «Mis primeras plantas me dieron entre 20 y 30 gramos de cannabis cada una -al reírse de esa cantidad, se entiende que es una producción corta- y ahora puedo recolectar casi cien gramos por unidad».
Su paso de consumidora a vendedora le llegó con el primer encargo de un amigo. «Un colega necesitaba y le vendí. Así comprobé que podía sacarme un dinero extra sin complicarme la vida».
Y no se la complica porque ha decidido limitar los beneficios antes que llamar en exceso la atención de alguien. «Si se quiere sacar un buen margen o se tiene una plantación grande en el exterior o se cultiva en el interior. En ambos casos los riesgos de que te pillen son grandes». Los cultivos a la vista de todos son fácilmente denunciables y los que se desarrollan dentro de las casas, dejan rastros sospechosos. «Las plantas que crecen sin la luz solar necesitan de lámparas que irradien calor todo el día, goteo por riego y una infraestructura que dispara la factura de la luz y el agua. Cuando vives de alquiler, eso te puede dar problemas».
En estos momentos tiene nueve plantas distribuidas en una terraza cerrada por una malla verde que evita miradas curiosas. No quiere invertir más en el negocio porque no quiere tentar a la suerte.
En marzo las plantó y ahora le ha llegado la época de la recolección. Dos armarios empotrados están vacíos de ropa. Los utiliza como lugar de secado, que es el paso último en una producción cien por cien casera y de la que espera obtener un kilo de cogollos. Tal y como está el mercado, esa cantidad le supondrían unos ingresos de 3.000 euros si la distribuye gramo a gramo, pero buena parte de la cosecha terminará consumiéndose entre sus dedos. «Algún día se legalizará y esto dejará de ser tabú», dice esperanzada mientras enciende «otro cigarrito aliñado».
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