Tras arduas negociaciones entre mi mujer, el canario y yo, en mi casa –un piso grande con plaza de garaje– se ha decidido por mayoría absoluta pagar menos dinero a la comunidad de propietarios. Es una cantidad que puede venirnos muy bien para instalarnos el aire acondicionado el año que viene. Hemos decidido, además, que la comunidad debe colocar unos buzones más grandes y de color naranja, porque el nuestro de toda la vida se nos ha quedado pequeño y el color gris no nos gusta. También hemos pedido que el portero pase dos veces al día por casa para bajar la basura, pues así no tendremos que hacerlo nosotros. Y estuvimos estudiando la posibilidad de que algún vecino o el propio portero nos preparara la cena, ya que por la noche llegamos muy cansados a casa y nos cuesta muchísimo ponernos a cocinar, pero finalmente lo descartamos porque somos solidarios con el resto de propietarios.
El pacto fue fácil en estos aspectos, pero dificultoso en otros, como llegar a una denominación más adecuada para nuestra casa. Yo era partidario de llamarla así, casa, sin más, pero mi señora alegó que nuestro hogar era en realidad una comunidad de propietarios. El canario apenas se pronunció, pues estaba en su jaula. Finalmente, después de mucho café y mucha discusión, alcanzamos un acuerdo al filo del amanecer. Nuestro hogar se denomina ahora como deseaba mi mujer, que tiene mucho carácter, y con el tiempo le pediré al alcalde que reconozca que mi piso de 150 metros cuadrados es una comunidad de propietarios con derecho a tener piscina exclusiva, y si para eso hay que cambiar la Ley de Propiedad Horizontal, pues que se cambie.
Lo malo es que en nuestro edificio hay mucho reaccionario, y me temo que alguno intentará impedir la felicidad que sin duda nos merecemos. El otro día, por ejemplo, uno que vive en el semisótano se atrevió a decirme que no veía motivos para otorgarme tales privilegios y que iba a votar en contra de mi pacto doméstico. Le expliqué que mi mujer y yo no queremos ningún privilegio, sino que se reconozca a través de lo que pedimos que somos más guapos. Pero mi vecino ni siquiera se avino a razones cuando le aclaré que el nuevo estatuto de mi hogar es fruto de la voluntad democrática de mi familia, pues, aunque el canario votó en contra de su aprobación, mi mujer y yo lo hicimos a favor y somos mayoría absoluta. ¿No les parece increíble tanta intolerancia? Mi señora y yo somos unas pobres víctimas.
Esto lo lei el otro dia en el diario gratuito metro, edicion de valencia, y me parecio gracioso, el autor es Juan Aparicio Belmonte, y si esta repetido o a alguien no le hace gracia pues ya me baneais o algo