De cómo los artistas pasan de cobrar poco por su trabajo a pagar a la discográfica
Cuantos más contratos discográficos leo, más me sorprende que no prevean los latigazos que recibirá el artista si llega tarde a las plantaciones de algodón. Decir que son abusivos es, hoy en día, una obviedad aceptada casi pacíficamente. Los que no lo saben, lo intuyen.
Mientras no pocos artistas se llevan las manos a la cabeza por aquello que firmaron en su día y de lo que sólo posteriormente adquirieron verdadera conciencia, los ejecutivos de las discográficas se pasean por platós de televisión llorando por las penurias de su esclavo. “Las descargas les matan de hambre”, decían mientras firmaban cartas de royalties anémicas. “Esto no se puede tolerar”, bramaban después de aprobar contratos discográficos que convertían al músico en un mueble de la compañía.
Lo peor de todo es que los actuales contratos discográficos están redactados de tal modo que hacen añorar los malos tiempos. Entre otras cuestiones no menos graves y en las que no entraré ahora, la mayoría de los contratos actuales, fundamentalmente de multinacionales, prevén que la discográfica percibirá un porcentaje sobre los beneficios que obtiene el artista por los conciertos. Es decir, el artista paga a la discográfica cada vez que da un concierto. Seguramente muchos pensarán que eso es porque la discográfica, travestida ahora de manager, adquiere la obligación de buscar conciertos al artista y de ahí su lógica remuneración. Pero no. En estos nuevos contratos la discográfica no hace nada más allá de poner la mano. Esta novedosa remuneración cae del cielo y no altera las obligaciones de la compañía, que hoy como ayer, siguen siendo las mismas: grabar el disco, distribuirlo y promocionarlo.
Antonio Guisasola, presidente de Promusicae, parecía que ya empezaba a justificar por dónde vendrían los tiros en Julio de 2005, cuando, en la revista La Clave, dijo que "Los cantantes no viven sólo de los discos, el grueso de sus ingresos proviene de un mercado paralelo inducido por las compañías”.
La teoría se vuelve más espeluznante cuando coges la calculadora y la llevas a la práctica. En virtud de los contratos discográficos así redactados, cada seis meses el artista recibe una carta de la discográfica mediante la que le pagan sus royalties por los discos vendidos durante ese semestre. A su vez, el artista manda una carta a la discográfica con la que le paga a ésta el porcentaje que ahora le ha de abonar por conciertos. Pues bien, como cada vez se venden menos discos, la cantidad que recibe el artista va decreciendo paulatinamente, mientras que, como se dan más conciertos, la que recibe la compañía tiende a aumentar. Con el paso del tiempo y la crisis del disco se agudiza, estas diferencias entre lo que el artista da y lo que el artista recibe se hacen cada vez más patentes. Hasta tal punto es así que el artista puede, no sólo no percibir ingresos por royalties, sino terminar pagando a la disográfica. Este “puede” que he utilizado en la frase es por pura prudencia. Lo cierto es que todos los artistas con los que he hecho las cuentas -y se trata de un grupo muy heterogéneo que incluye a músicos ampliamente conocidos- terminarían pagando a la discográfica si firmaran este tipo de contrato. Afortunadamente sus contratos son anteriores a esta moda. Sin embargo, tres artistas por separado me confirman mis augurios. Tienen ese tipo de contrato y a los tres les sale a pagar. Así que, una vez compensadas las deudas tal y como prevé expresamente el contrato, la realidad es que no reciben nada de las discográficas por el trabajo de grabarles el disco. Es más, les pagan.
Antes, cuando sabíamos lo poco que cobraban los artistas, nos sorprendía la hipocresía que suponía que un ejecutivo de una discográfica se golpeara el pecho fingiendo defenderlos. Ahora no cobran poco por su trabajo. Ahora pagan. Si a algún afortunado todavía el saldo le da positivo, con el paulatino descenso de la venta de discos, pronto le dejará de pasar.
Mientras todo esto sucede -y créanme que en este artículo no les he contado nada- las entidades de gestión siguen en los periódicos hablando de lo realmente importante. Siguen asistiendo a conferencias internacionales para protestar por eso que tiene a los autores y a los músicos realmente preocupados. Ya saben, eso del emule. Y así, fingiendo que no saben y haciéndose los distraídos, le quitan el parche del ojo a su verdadero dueño y se lo colocan a un tipo que descarga música. Finjamos que éste es el enemigo, culpémosles de todos los males y recemos porque nadie se de cuenta y nos exija librar la verdadera batalla. Extraña guerra por los derechos de los músicos es la que libran ciertas entidades de gestión, que se sientan en la mesa para trazar planes de ataque con los mismos que deberían ser sus mayores adversarios.