Esto es un texto que he sacado a raiz de un artículo de Pérez-Reverte sobre la absurdez de las feminazis. El texto del señor Reverte está al final, antes está mi opinión (con cierto tono literario, pues está sacado de mi blog):
Que el ser humano tiende a tirar para el lado de la estupidez, la idiotez más extrema y la absurdez más absoluta es algo que unos pocos saben; unos pocos con algo de miras, algo de lucidez y de experiencia vivida, una experiencia que les da la clave para, por lo menos, centrarse en ciertos asuntos que merecen ser tratados, que merecen ser puntualizados como importantes, alejándose de historias y noticias absurdas. No digo que yo sea una de esas personas, pero quiero creer que voy detrás de ese camino, que intento dejar de lado los temas que son propios del recreo y tiendo a centrarme en aquellos que merecen ser subrayados, compartidos con los amigos mientras la conversación se acompaña con unas tapas o una copa de ginebra.
Que la mujer ha vivido épocas de represión, de censura, de vivir en una cueva por una casi obligación, es algo que, esta vez, muchos conocen. Fruto de esta censura, de esos tiempos donde hombres débiles pensaban que con la imposición iban a obtener más amor de su esposa, más fidelidad y más dedicación, surge lo que se llama, en tono irónico, las feminazis. Y con estas feminazis aparecen una gran cantidad de gilipolleces como templos: desde criticar anuncios porque sale una mujer fregando platos y haciendo un llamado al término de “chacha”, hasta criticar lo que vamos a comentar ahora: el uso del masculino genérico.
Y es que esta nueva horda de mujeres liberadas, que heredan la genética de no haber tenido tanto poder como el hombre en su época, se agarran a cualquier clavo ardiendo por el simple hecho de dejar constancia de que ellas también saben imponer, que ellas también piensan por sí mismas y pueden hacer cosas. Y nadie lo niega… pero así mal vamos. Mal vamos porque lo único que hacen es centrarse en, como he dicho en el primer párrafo, cosas absurdas, propias de un colegio o guardería. Cosas tan absurdas como aparecer ellas en anuncios bebiendo una cerveza mientras el hombre trabaja en la cocina, cosas tan absurdas como considerar que la palabra “informático” es machista, que no deja cabida para su orgullo femenino y que ese masculino genérico es casi igual de ofensivo e hiriente que las palizas que orangutanes propinan a sus mujeres hasta llevarlas a la muerte.
El mundo está lleno de cosas más importantes, cosas que merece la pena arreglar. Que haya un género genérico como el masculino y le moleste a cuatro señoritas que lo único que quieren es recalcar que tienen una raja en vez de un badajo colgando, no lo es.
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Otra vez ganan los malos
"Al principio creí que era simple estupidez; pero rectifico. Es prepotencia, vileza y mala leche. Es la imbecilidad de unos pocos visionarios analfabetos, aceptada con entusiasmo formal por los clientes y en silencio cómplice por los cobardes. Como se veía venir, aquel artículo 22 bis de la ley 56/2003, creado a partir del artículo 5 de la ley de Igualdad, ha conseguido el sueño perfecto de todo gobernante totalitario: reprimir hasta el uso de la lengua hablada y escrita cuando no se ajusta a su concepción del mundo, por muy limitada, inculta o cantamañanas que ésta sea. Rebajar por decreto, imponiendo el uso irracional de la fuerza del Estado, la libertad y dignidad del idioma español hasta el triste nivel de su propia estupidez. De su mezquino oportunismo político.
Ya no es anécdota suelta, como la que les contaba aquí el año pasado -«Chantaje en Vigo»-. Ya es violencia sistemática, de Estado, contra el uso correcto de la lengua española. Penúltimo caso: una empresa de Sevilla que, recurriendo con naturalidad al uso genérico del masculino -consagrado por el uso, el sentido común y la Gramática-, puso un anuncio para cubrir «una plaza de programador» en vez de «una plaza de programador o programadora», fue obligada por la Inspección de Trabajo a modificar el texto, bajo amenaza de una multa de 6.250 euros. El argumento diabólico es que, según la ley, «se considerarán discriminatorias las ofertas referidas a uno de los sexos». La pregunta es: ¿se considerarán, por parte de quién? Y también, ¿qué entendemos por «uno de los sexos»? Porque ahí está el truco infernal. Establecer si el uso del masculino genérico discrimina en un anuncio al sexo femenino, es algo que la ley no deja a los lingüistas, que saben de eso. Ni siquiera a los jueces y su presunta ecuánime sabiduría. Quien decide es cada inspector de Trabajo, según su particular criterio. Como le salga. Y aunque no dudo que entre los inspectores de ambos sexos -que a su vez tienen órdenes que vienen de arriba- haya dignos y cultos funcionarios capaces de distinguir entre incorrección gramatical, uso machista de la lengua, abuso de poder y simple gilipollez, nadie discutirá, supongo, que de ahí a convertirlos en policías e inquisidores de la lengua española, usada por 450 millones de personas en todo el mundo, dista un buen trecho.
Es aquí donde entramos en la parte diabólica del negocio. Son varios los empresarios que se han dirigido a la Real Academia Española denunciando situaciones parecidas, en demanda de argumentos o amparo. Y la RAE, que en tales cosas está obligada a mantener una exquisita prudencia oficial, responde siempre lo mismo: el uso genérico del masculino es correcto y aconsejable, la lengua pertenece a quienes la hablan, no se puede forzar por decreto, y no hay ley de Igualdad que pueda imponerse sobre la autoridad de la Gramática ni violentar el uso correcto del castellano. Incluso algunos académicos, a título particular, nos hemos ofrecido a dar dictámenes técnicos en favor de los empresarios acosados, e incluso a acudir a los tribunales en defensa de quien nos pida consejo para defenderse de la desmesura y el chantaje lingüístico de que es víctima. Pero claro. Ahí está la trampa ineludible. Eso habría que solventarlo ante un juez, y a ver qué empresario amenazado por una inspección de Trabajo se atreve a litigar contra quien puede convertir su vida y su empresa en un infierno. Sólo de imaginar un juicio, largo y de resultado incierto, les dan sudores fríos. Y más con la que está cayendo. De manera que el respaldo de autoridad que la Academia puede dar frente a tales abusos no sirve para nada, pues el empresario indefenso nunca llegará a exponer su caso ante un juez: se resigna, modifica lo que le piden, y traga. Qué remedio. Y así, inevitablemente, la Inspección de Trabajo y los analfabetos -incluidas analfabetas con nombre y apellidos- que redactaron el artículo 22 bis de la ley de Igualdad, se apuntan muescas en su infame navaja, mientras la imbecilidad que tanta risa nos daba hace tiempo en boca del lendakari Ibarretxe -aquel ridículo «vascos y vascas»- se convierte, al fin, en chantaje impune, sueño anhelado de feminazis talibanes y sus mariachis. En arrogante norma inquisitorial contraria a la lengua, la razón y la justicia.
Así que vamos listos, me temo. Imaginen qué ocurrirá cuando, por ejemplo, un empresario publique un anuncio pidiendo un cantante, y al inspector/a de Trabajo de su pueblo se le ocurra ley en mano, porque le da la gana y para chulo él, que el anuncio debe añadir «o cantanta»; y, si hay disponible una plaza de taxista, se especificará también «o taxisto», so pena de inspección laboral y multa. Por la cara. A veces me pregunto si de verdad nos damos cuenta de lo que nos están haciendo. De lo que, borregos resignados y sumisos, permitimos que nos hagan."
Arturo Pérez-Reverte.
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Estaría bastante bien escuchar qué opinan las mujeres del foro sobre este tema.