A estas alturas ya casi nadie duda de que la luna de miel de Podemos con los medios ha llegado a su fin. Una de las preguntas más recurrentes que se hacían los ciudadanos de izquierda era qué explicación darle al hecho de que medios con accionistas claramente de derechas como La Sexta (Planeta) o Intereconomía diesen tanto protagonismo a Pablo Iglesias y a Podemos. Preguntado un alto directivo televisivo respondía: “es el hombre del momento y cualquier programa que lo tenga dispara sus audiencias”1. A ello se añadía que la primera reacción desde el poder político era ignorarlo ("Primero te ignoran, después se ríen de ti, luego te atacan", decía Gandhi). Ignorarte desde el poder político enemigo si el mediático te da protagonismo es lo mejor que te puede suceder. Pero los atractivos televisivos son muy perecederos, ya todos lo sabemos. Si la imagen va resultando aburrida, y encima, algún poder político comienza a presionar a las televisiones, la estrella puede empezar a apagarse. Su tirón baja, algunas entrevistas defraudan (no se puede triunfar siempre) y la demanda televisiva cae. A ello se añade que el poder político comienza a atacar en clave pública y mediática (caso Monedero y caso Errejón). Es entonces cuando los de Podemos entienden que también es bueno limitar su presencia mediática, que de exitosa puede pasar a cansina y contraproducente.
Lo preocupante es que el patrimonio (sustento ciudadano) adquirido por Podemos, en su intento de que sea lo más amplio posible, es demasiado heterogéneo, demasiado ambiguo, sin un ideario definido. En realidad es el reflejo de la propia sociedad, de ahí el éxito fulgurante. Por todo ello es un apoyo fácilmente dirigible, pastoreable, me atrevería a calificar. Pastoreable por quienes mejor pastorean a una ciudadanía de ideología indefinida (ni de derechas ni de izquierdas) en una sociedad de la comunicación: los medios y especialmente la televisión. Bastaba buscar otra figura joven, que diera bien en pantalla, resuelta y con un discurso mínimamente rupturista para que seduzca a una población indignada con los políticos tradicionales. O sea: Albert Rivera y Ciudadanos. En realidad los medios estarían haciendo lo que mejor saben hacer y que llevan haciendo toda la vida: sustituir un cantante de moda que se apaga por otro nuevo, o un presentador, o un humorista, o una modelo... Si además se trata de cambiar un líder político posiblemente díscolo por otro más centrado, que se ajusta mejor al ideario neoliberal de los propietarios de las teles, los mercados y los bancos, la operación se pone en marcha con la precisión y eficacia de un reloj suizo.
¿Acaso no hemos comprobado sorpresivamente cómo los diarios tradicionales y las televisiones se han volcado con el partido de Albert Rivera en las últimas semanas? El pastoreo ha resultado perfecto. Un sector de la población que apoyaba a Podemos con la misma profundidad ideológica con la que sigue una serie de televisión de moda o una marca de pantalones, es pastoreado hacia Ciudadanos por los mismos medios que lo convencieron con Podemos. Y lo que nos queda por ver.
La idea de los dirigentes de Podemos quizás no fuese mala ni deshonesta: mantenerse en una calculada ambigüedad ideológica, posicionándose solo en cuestiones básicas que pudieran unir a grandes sectores de la población para lograr aglutinar en torno a ellos una masiva cantidad de votos. El problema es que la fórmula es tan sencilla y obvia que otros la pueden copiar. Y que cuando vendes humo, el éxito no lo garantiza el producto (el partido político con su programa), sino el agente comercial (el medio que lo anuncie). Lo más preocupante es si apostando a esa carta hemos perdido una oportunidad, y al final todos terminamos perdiendo la partida.