Tras la derrota del Frente Nacional francés, Amanecer Dorado afila armas en Grecia
Esta primavera parda de 2012 no ha terminado en Europa. Si a usted ya le inquietó el 18% de los votos cosechado por el Frente Nacional (FN) en la primera vuelta de las presidenciales francesas, prepárese para asistir el próximo domingo a la entrada en el Parlamento griego de los energúmenos de Amanecer Dorado. Al lado de estos ultraderechistas helenos, la francesa Marine Le Pen diríase una ursulina.
Todos los sondeos auguran que las legislativas griegas producirán un Parlamento muy fragmentado, con un montón de partidos en su seno. Uno de ellos, con entre el 4% y el 5% de las intenciones de voto, sería Amanecer Dorado, que aventajaría a la hasta ahora fuerza ultraderechista oficial del país, el Partido Popular Ortodoxo (LAOS).
Amanecer Dorado considera blandengue al LAOS. Su mensaje es aún más tosco: “Grecia para los griegos. Fuera los extranjeros”. Ilyas Panayotaros, su portavoz, se queda tan ancho cuando dice cosas como esta: “Todos los problemas de Grecia son culpa de los inmigrantes. Son parásitos y criminales. Cuando gobernemos, los deportaremos y blindaremos las fronteras con minas y vallas electrificadas”. A cientos de miles de desconcertados y angustiados griegos, sobre todo en barrios obreros y populares que antaño fueron granero socialista, tales majaderías les hacen tilín.
Nikos Michaloliakos lidera a esta gente. Es un exparacaidista que se confiesa nostálgico del régimen fascista de Ioanis Metaxas que gobernó Grecia entre 1936 y 1941 y de la Junta Militar de 1967-1974. Aquellos, piensa, eran buenos tiempos: había mucha disciplina y pocos extranjeros, los rojos estaban encarcelados o exiliados, y Atenas no tenía que obedecer a las élites políticas y financieras de Berlín, Fráncfort y Bruselas.
Para restaurar la grandeza nacional, lo primero es desprenderse de tantos extranjeros, predica Michaloliakos. Los de Amanecer Dorado llevan años combatiéndolos, asaltando, al estilo de los squadristi de Mussolini, a los albaneses, asiáticos y africanos que se les ponen a tiro.
A diferencia de la mayoría de los otros partidos ultraderechistas en ascenso electoral en Europa, más partidarios de la respetable camisa blanca, los de Michaloliakos no le hacen ascos a la parafernalia neonazi. Su símbolo recuerda a la esvástica, muchos hacen el saludo fascista y sus panfletos proclaman la “superioridad racial” de los griegos. En esta campaña, mientras los demás se pelean por acaparar los platós televisivos, ellos son los únicos que salen a la calle: a repartir panfletos o leña, dar mítines en cualquier esquina o llenarlo todo de pintadas.
Tataranietos ideológicos de los movimientos reaccionarios y antisemitas que en el siglo XIX combatieron la Ilustración, y nietos de los movimientos fascistas de los años treinta del pasado siglo, los ultraderechistas europeos de hoy suelen pensar que el Holocausto no existió o fue exagerado por los vencedores de la II Guerra Mundial. Amanecer Dorado no oculta su negacionismo, y Jean-Marie Le Pen, fundador del FN y padre de su actual jefa, Marine, ha sido condenado por ello por tribunales franceses. No obstante, los ultras optan ahora por poner en sordina su antisemitismo y desplegar a todo trapo su islamofobia. Les plantea menos problemas con el “sistema” y, con la presencia de millones de inmigrantes musulmanes en Europa, es hoy más popular.
La nueva ultraderecha obtuvo en su conjunto casi 40 escaños en las elecciones al Parlamento Europeo de 2009, más del doble que en 2004. Su ascenso comenzó hace pocos lustros en Francia (Le Pen), Italia (Umberto Bossi) y Austria (Jörg Haider), y se ha ido consolidando con el refuerzo de países del Este y nórdicos y escandinavos. De Finlandia a Grecia y de Francia a Hungría, tiene rasgos comunes: nacionalismo (cada cual el suyo), xenofobia (la culpa siempre es de los extranjeros y sus cómplices progresistas), populismo autoritario (esto se arregla con mano dura) y antieuropeísmo (Bruselas nos asfixia). Salvo excepciones, se proclama demócrata y evita los uniformes, los saludos y las puestas en escena que puedan vincularla con Hitler y Mussolini.
Pero, sobre todo, comparte la islamofobia. Geert Wilders, caudillo del holandés Partido por la Libertad (PVV), es todo un abanderado de la idea de la incompatibilidad entre la “superior” civilización europea y el islam “bárbaro e invasor”. Aún más, cree que ya estamos en guerra. Juzgado por incitar así al odio étnico o religioso, Wilders fue absuelto por un tribunal de Ámsterdam en junio de 2011.
En la estela del asesinado Pim Fortuyn, Wilders propone que Holanda prohíba el Corán, el hiyab y las escuelas musulmanas, y deporte manu militari a los “terroristas callejeros marroquíes”. Solo así los tulipanes volverían a florecer. En 2010, un millón y medio de holandeses, el 16%, avalaron con sus votos las patrañas del PVV.
Esta semana, el rubiales y desencajado ultra holandés ha sido noticia mundial por negarse a sostener con sus diputados al Gobierno liberal-conservador de su país en su deseo de mayor austeridad, nuevos recortes presupuestarios, reducción galopante del déficit público. Holanda se ha quedado así sin Ejecutivo, y Merkel, sin uno de sus más testarudos aliados en la germanización presupuestaria de Europa.
Como en los años treinta del pasado siglo, el ascenso de la ultraderecha en Europa se nutre del paro, el deterioro del Estado de bienestar, el foso creciente entre los muy ricos y unas clases populares y medias cada vez más pobres, la codicia y arrogancia de las élites. Las congojas que expresa son reales, aunque no la explicación y la solución que les da: la búsqueda del chivo expiatorio en el extranjero más débil y en otras etnias, culturas o religiones.
También como sus abuelos fascistas, los líderes de estos partidos son diestros en el camuflaje. Por ejemplo, se presentan como “antisistema” personajes como la millonaria Marine Le Pen o como el italiano Umberto Bossi, el líder de la Liga Norte que ha gobernado un montón de años con Berlusconi. Especializada en sembrar el rechazo a los inmigrantes extranjeros y a sus compatriotas meridionales, la Liga Norte sueña con un país llamado Padania, su versión de la protectora aldea primigenia blanca y cristiana.
Una amplia tolerancia social sopla a favor de los ultras. Aunque esté lejos de la realidad, su propaganda —los inmigrantes roban empleos, no pagan impuestos ni cotizan, abarrotan los ambulatorios, son culpables de la delincuencia y quieren cambiar nuestro modo de vivir— va calando como indiscutible. El centroderecha se va contaminando de sus ideas y sus propuestas. Por cierto, de modo suicida: la retórica y la política xenófobas de Sarkozy no han impedido el ascenso del FN; también en esto, la gente prefiere el original a la copia. Y, sin embargo, Sarkozy, erre que erre, soltó el pasado jueves la burrada de que Hollande busca en la segunda vuelta “el voto de las mezquitas”.
Por su parte, la socialdemocracia se acobarda, acepta jugar en los términos planteados por los ultras y pierde así el partido. Durante esta campaña griega, conservadores y socialistas siguen la agenda xenófoba propuesta por Amanecer Dorado y compiten por demostrar cuál de ellos sería más duro con los extranjeros sin papeles. Como si los males específicos de Grecia no vinieran del derroche especulativo de sus financieros, constructores, políticos y burócratas.
Primavera parda, pues, en Europa. Se anuncia que el Mein Kampf será publicado en Alemania por primera vez desde la II Guerra Mundial. La ultraderecha crece electoralmente en Francia y Grecia y tumba al Gobierno en Holanda. Y Anders Breivik, combatiente contra la “islamización” de Europa, exmilitante del ultraderechista Partido del Progreso y admirador del holandés Wilders, es juzgado por el doble atentado que, el pasado julio, mató a 77 personas en Noruega. Sí, hay ideas potencialmente asesinas.
http://internacional.elpais.com/internacional/2012/04/27/actualidad/1335535276_739633.html
Son las consecuencias de una crisis económica tan grave como la griega. A la crisis le sumamos la ignorancia de la gente y el descontento general con los políticos que les representan. Hay motivos para inquietarse. Como mínimo