La Policía detiene a Dorel, el más peligroso capo rumano: sometía a semiesclavitud a un ejército de prostitutas
Las pequeñas manías o los grandes vicios, según se mire, pueden convertirse en el ariete que derribe a los mayores delincuentes. Los policías que llevaban meses detrás del mayor capo de la mafia rumana en Madrid estudiaron las debilidades de Dorel Inocentiu Hanea y sabían que su cada vez mayor dependencia a la cocaína podría hacerle bajar la guardia. Y así fue. La necesidad de «cash» le llevó a ser él mismo quien se trasladara al polígono de Marconi a arrancarle unos cientos de euros a su ejército de prostitutas. El «mono» se lo estaba comiendo, y, al final, aquella fue la raya más cara de su vida.
La historia de este gángster se ha escrito con letras ensangrentadas. Desde que llegó a España hace doce años, Dorel, de 38 años, fue escalando posiciones en la mafia del Este hasta convertirse en «el más fuerte y violento» de su especie, como señala un investigador: «Es el principal capo. Al principio, trabajaba para otros cabecillas rumanos muy importantes a nivel mundial. Era su matón favorito, hasta que consiguió llegar a la cúspide».
Su expansión en distintos negocios del crimen buscaba no sólo enriquecerse; su otra obsesión era el control del territorio. Y encontró al archienemigo idóneo: un compatriota llamado Vaku. Mientras que Dorel tenía bajo su bota Marconi, Alcalá y buscaba su sitio en Parla, Vaku hacía y deshacía a su antojo en otros puntos del Corredor del Henares, como discotecas en las que provocaba ataques salvajes por parte de sus matones a causa del control de la seguridad de los locales y la venta de droga.
Palizas, emboscadas, intentos de secuestro... Hasta que Dorel, presuntamente, envió a los suyos a estamparle una barra de hierro a su íntimo enemigo en la cabeza. Pero entró en prisión y Vaku aprovechó para pisar el acelerador, aunque se encontró con el lugarteniente de su enemigo, Arturo, que tras una condena a dos años de prisión, pisaba fuerte en el mundo de la prostitución. Hasta que, junto a Vaku, cayó en manos de la UDEV Central el pasado julio.
Como si de un recambio se tratara, Dorel volvió entonces a la calle. Retomó con fuerza su negocio. Era tal su poder, que extorsionaba a otros delincuentes rumanos y les exigía parte del botín que conseguían en butrones, atracos en joyerías, robos en viviendas y todo lo que se moviese. Había que pasar por caja sí o sí.
Era un sátrapa con sus chicas. Las ponía a hacer la calle por turnos y a las más feas las obligaban a practicar sexo sin preservativo, para cebar a más clientes. En Marconi, los «chulos» sacaban 250 euros a las que trabajaban en las calles menos transitadas. En las de paso casi obligado y en las glorietas, la extorsión semanal era de 300 euros para arriba por cabeza. Y tenía a cerca de medio centenar de prostitutas bajo sus órdenes.
Era su esposa quien les cobraba, siempre los jueves, y luego se marchaban juntos a cualquier boutique de lujo a gastarse miles de euros. Su extrema corpulencia, cincelada con anabolizantes y gimnasio, no pasó desapercibida en los seguimientos policiales, por ejemplo, en Las Rozas Village. Hasta que acabó en el calabozo: «Quizá sea un asesino, pero saldré en cuatro días. Y seguiré en lo mismo».