Si eres una persona sexual sí, si no lo eres depende hay gente con bastante aguante la verdad. Yo una vez hice un trabajillo sobre asexualidad para psicología de la sexualidad. Aquí lo dejo por si a alguien le interesa xD
¿ESTÁ ASOCIADA NECESARIAMENTE LA AUSENCIA DE DESEO SEXUAL CON LA PATOLOGÍA?
INTRODUCCIÓN
La asexualidad ha sido definida de muchas maneras a lo largo de los últimos años. Así, los asexuales han sido considerados como aquellos que no experimentan atracción sexual (Jay, 2003), que no han sentido atracción sexual nunca por nadie (Bogaert, 2004) o que no tienen interés sexual (Carlat, Camargo, & Herzog, 1997). Fue la tercera edición del DSM la primera en incluir desórdenes psicosexuales específicamente, nos referimos al deseo sexual inhibido que más tarde sería renombrado como deseo sexual hipoactivo (HSDD) en el DSM-IV-TR y que es definido como:
“Disminución (o ausencia) de fantasías y deseos de actividad sexual de forma persistente o recurrente que provoca malestar acusado o dificultades de relación interpersonal”
Por su parte, la asexualidad no implica que esos individuos no tengan deseo por la estimulación sexual (masturbación), que no tengan capacidad para el arousal sexual físico (erección o lubricación vaginal) e incluso que no posean una pareja estable por razones prácticas (económicas, hijos etc.) o no tengan necesidad de relaciones íntimas románticas.
INVESTIGACIONES
La aparición, sobre todo en el mundo de internet (AVEN, www.asexuality.org), de un grupo de individuos identificados como asexuales ha revolucionado el concepto que se tenía del malestar asociado a los problemas del deseo sexual. Pero, ¿qué distingue a aquellos que se identifican como asexuales de los que no? Aunque se ha investigado poco sobre la asexualidad voy a comentar dos de las mayores investigaciones que se han llevado a cabo en este campo.
En 2004, Bogaert a partir de datos obtenidos en una encuesta nacional sobre actitudes y estilos de vida del Reino Unido sobre sexualidad (con una muestra de más de 18.000 personas), sugirió que aproximadamente el 1% de esa población era asexual. Para clasificar a los participantes en sexuales o asexuales se tuvo en cuenta la respuesta al ítem “Nunca he sentido atracción sexual hacia nadie”. Por otra parte, de las 15 variables que estudió, muchas diferían entre ambos grupos y, a su vez, en función del género. De hecho, se encontraron más mujeres que hombres asexuales. Así, en el primer grupo, la asexualidad se predecía por la edad, el estatus socioeconómico, la educación, la raza o etnia, el peso, la edad de la primera regla y la religiosidad. En los hombres, estaba asociada al estatus socioeconómico, la educación, el peso y la religiosidad.
No obstante, este estudio tiene principalmente tres limitaciones. Primero, sólo se usa un ítem para realizar la clasificación entre sexuales y asexuales. Segundo, analiza la dirección del deseo sexual pero no lo cuantifica y, por último, no tiene en cuenta la actividad sexual en solitario (masturbación).
En un intento de caracterizar mejor la asexualidad y encontrar predictores para la obtención de dicha identidad, Prause y Graham (2007) llevaron a cabo una investigación en dos fases. Se realizó un primer y pequeño estudio cualitativo en el que cuatro individuos autodenominados como asexuales de entre 31 y 42 años fueron entrevistados individualmente sobre su desarrollo sexual y su experiencia y definición de la asexualidad con el fin de formular hipótesis para un posterior estudio. Además, contestaron a dos cuestionarios estandarizados, el Sexual Inhibition and Sexual Excitation Scales (Jansen, Vorst, Finn, & Bancroft, 2002) y el Sexual Desire Inventory (SDI; Spector, Carey, & Steinberg, 1996) que, al contrario que en la investigación de Bogaert (2004), sí incluía tanto una escala de deseo sexual en pareja como en solitario.
A continuación, en un segundo estudio se pasó a 1.146 personas (de las cuales 41 se autoidentificaban como asexuales) una encuesta online donde analizaban su historia sexual, su propensión a la inhibición o excitación sexual, el deseo sexual, su opinión sobre las ventajas y desventajas de la asexualidad, su definición del término asexual y, por último, un cuestionario con respuestas abiertas sobre su identidad sexual. Esta información se recogió siempre a través de cuestionarios estandarizados y presentados en el mismo orden.
Los resultados fueron que, consistentemente, las personas identificadas como asexuales obtenían puntuaciones significativamente menores tanto en excitación como en deseo y arousal sexual no así en inhibición cuyas puntuaciones eran similares. Algunos participantes afirmaban no encontrar satisfacción en sus diferentes intentos de masturbarse o que nunca habían besado a alguien con finalidad sexual. Los participantes que sí habían tenido algún encuentro sexual lo describían como doloroso y nada estimulante. Asimismo, todos mostraron una total ausencia de preocupación sobre sus bajos niveles de deseo sexual. Es decir, encontramos algo en común entre todos los participantes: una ausencia total de interés por el sexo (al que encuentran aburrido) y una consideración de la masturbación como un comportamiento que no te hace necesariamente sexual. Justifican esto último afirmando que la mayoría en su juventud tuvieron comportamientos sexuales por curiosidad y que, paulatinamente, fueron perdiendo el interés. Respecto al predictor más fiable en este estudio fue ante todo un bajo nivel de deseo sexual y no así una mala experiencia sexual o un problema psicológico.
Al igual que en el estudio anterior, existen ciertas limitaciones: la muestra del primer estudio es muy pequeña y no fue seleccionada al azar, sus puntuaciones en el SDI fueron comparadas con una muestra de estudiantes jóvenes y las encuestan online pudieron ser contestadas bajo la observación de alguien eliminando así el anonimato.
Siguiendo esta línea de argumentación puede surgir la pregunta ¿es la asexualidad entonces una categoría más de orientación sexual? Bogaert (2006) desarrolla esta cuestión argumentando que intervenciones con administración de testosterona han puesto de relieve un aumento del deseo sexual así como el surgimiento de una orientación sexual que estaba “inactiva” por lo que no podría ser considerado como otra orientación sexual. Aun así, también argumenta que la efectividad de dichos tratamientos es limitada y que en el caso de los asexuales se incrementaría el deseo pero que éste no sería puesto en ningún objeto. Asimismo, seguir esta lógica implicaría que la orientación está determinada biológicamente eliminando de la ecuación las experiencias y decisiones personales durante la ontogenia. Finalmente, dice que en su trabajo del 2004 encontró ciertos correlatos que sugieren un origen prenatal de la asexualidad, algo que por otra parte no justificaría la estigmatización o consideración de la asexualidad como una enfermedad (al igual que ya no es considerada la homosexualidad).
CORRELATOS NEUROLÓGICOS
Paradójicamente, son los propios asexuales los que dicen que “eso que está mal en su cuerpo que explica su asexualidad está fuera de su control como un problema genético o algún tipo de problema hormonal”. Los estudios anteriormente comentados abren las puertas a una posible investigación sobre correlatos psicofisiológicos en la asexualidad. Por su parte, sabemos a través de estudios con PET que, en varones sanos que contemplan videos o fotografías de contenido sexual, disminuye la perfusión de una zona del lóbulo frontal izquierdo situado encima de la órbita (región de la corteza orbitofrontal). Este hecho no sucedió entre quienes presentaban un trastorno del apetito sexual. La región afectada, el giro recto, podría participar en la activación, cohibiendo el deseo y la excitación (Stoléru, S. y Redouté, J., 2008).
A la izquierda de la figura I, observamos que aunque los estímulos eróticos inhiben la actividad del giro recto izquierdo en varones sanos, este sujeto con trastorno del apetito sexual muestra en la zona correspondiente más actividad (en amarillo). Por otro lado, la contemplación de imágenes sexuales estimulantes por sujetos masculinos sanos incrementa la actividad del giro cingular (imagen de la derecha).
(Figura I. Obtenida de: Stoléru, S. y Redouté, J. (2008). La pérdida del deseo. Lo que revela un escáner cerebral. Investigación y ciencia. Mente y Cerebro, 33, 58-59.)
Se observó también una conducta antagónica en otras cuatro regiones con una mayor actividad en los sujetos sanos. Las áreas premotoras y el giro cingular, preparan los movimientos. La cuarta región que está localizada en la porción inferior del lóbulo parietal izquierdo se activa cuando nos imaginamos una acción sin llegar a ejecutarla; por ejemplo, durante una fantasía sexual. De hecho, los participantes con una alteración del apetito sexual señalaron que no pensaron en su propio cuerpo, ni en actos sexuales durante la exposición de los estímulos eróticos. Se infiere la existencia de dos defectos cerebrales que al parecer se relacionan con la falta de deseo sexual: por un lado, una inhibición excesiva que nace en la parte inferior del lóbulo frontal, y por el otro, la falta de una fuerza representativa erótica, reflejada en la menor actividad de la porción inferior del lóbulo parietal y de las regiones premotoras. Se puede observar la localización de todas las zonas implicadas en la figura II.
(Figura II. Obtenida de: Stoléru, S. y Redouté, J. (2008). La pérdida del deseo. Lo que revela un escáner cerebral. Investigación y ciencia. Mente y Cerebro, 33, 58-59.)
CONCLUSIONES
Una disminución en el deseo sexual puede ser un signo de enfermedades físicas o psicológicas como la depresión o el hipotiroidismo. No obstante, si definimos la patología como una afectación del comportamiento o la cognición que las hace desadaptativas, la asexualidad quedaría excluida de este concepto puesto que no parece que éstas se vean afectadas. Asimismo, cierta angustia subjetiva es necesaria para el diagnóstico del deseo sexual hipoactivo, algo que como hemos visto en la investigación de Prause y Graham (2007) se encuentra totalmente ausente en la mayoría de las personas asexuales (o no más de la que se da, por ejemplo, en los homosexuales) las cuales afirman en su mayoría que no consultarían a ningún especialista.
Sin embargo, algunos sí manifiestan cierta preocupación por la menor implicación en la vida social que esto conlleva o por el qué dirán los demás, no en sí por la falta de deseo sexual. Son estos criterios subjetivos (y no tanto los cuantitativos) los que deben usarse para establecer la diferencia entre patología y normalidad. No obstante, queda mucha investigación que llevar a cabo a este respecto puesto que aún no se conoce con exactitud la “causa” o predictor de la asexualidad. Además, el descubrimiento de ciertos correlatos neurofisiológicos y hormonales con la falta de deseo se ha estudiado en pacientes diagnosticados de HSDD pero no han sido replicados en personas consideradas asexuales por lo que aún desconocemos si existe una base biológica para la misma.