El verdadero mal, el único mal, son las convenciones y las ficciones sociales superpuestas a las realidades naturales; desde la familia al dinero, desde la religión al Estado: todo. Se nace hombre o mujer quiero
decir: se nace para ser, ya adulto, hombre o mujer; en
buena justicia natural uno no nace ni para ser marido
ni para ser rico o pobre, como tampoco nace para católico o protestante, portugués o inglés. Uno es todas
esas cosas en virtud de las ficciones sociales. Y las ficciones sociales son malas. Pero, ¿por qué? Porque son
ficciones, porque no son naturales. Tan malo es el dinero como el Estado, la organización de la familia como
las religiones. Y si en vez de éstas hubiera otras convenciones, serían igualmente nefastas, pues también
serían ficciones, también se sobrepondrían y entorpecerían las realidades naturales. Porque cualquier sistema que no sea el anarquista puro, que es el que plantea
la abolición de todas las ficciones y la de cada una de
ellas por completo, es igualmente una ficción. Emplear
todo nuestro deseo, todo nuestro esfuerzo, toda nuestra inteligencia, para implantar, o contribuir a implantar, una ficción social en lugar de otra, es un absurdo,
cuando no, incluso, un crimen, porque es producir una
perturbación social con el fin manifiesto de dejarlo todo como está. Dado que las ficciones sociales nos parecen injustas por el hecho de aplastar o sojuzgar cuanto
es natural en el hombre, ¿para qué dedicar nuestro esfuerzo a sustituir unas ficciones por otras, si podemos
dedicarlo a la supresión de todas?