#1537 Es muy interesante, tengo ganas de leerlo. Yo lo que te he comentado lo he sacado de aquí:
La reacción política, el hecho de predicar el regreso al orden antiguo, supo aliarse y entrar en sinergia con lo que ilustraba mejor el progreso, es decir, el desarrollo de las ciencias, en particular de las ciencias de lo vivo que, desde la medicina a las ciencias naturales, vivían un importante florecimiento en el siglo XIX. Ahora bien, esas ciencias consideraban a los seres vivos, a los individuos que pertenecen a los reinos vegetal, animal o humano, como seres sometidos a fuerzas que los superaban: «leyes de la vida», «atavismo», «leyes de la naturaleza» eran la nueva trascendencia que hacía y deshacía lo vivo y que, de ahí, negaban la libertad de los hombres. No hay ninguna libertad, enseñan las ciencias, para los vegetales y los animales: ¿por qué habría de ser una excepción el hombre, que es un animal como otro cualquiera?
El hombre definido por las ciencias naturales es, en efecto, un ser natural sometido a las mismas necesidades que los demás. Eso es lo que apasiona a los intelectuales, tanto de derechas como de izquierdas: por fin un conocimiento cierto del hombre, por fin leyes que permiten verlo tal como es, y también preverlo.
[...]
En las antípodas del espectro político, un Maurice Barrès expía sus supuestos errores de juventud dedicando su obra no ya a los individuos egoístas y aislados ni tampoco al culto del yo, sino a los grandes conjuntos, grupos y comunidades que estructuran al ser tal como es: la raza, la nación, la familia, la parroquia. Barrès, lector aguerrido de las ciencias de su tiempo, tanto de Jules Soury como de Paul Broca, hace para sus lectores el retrato de un hombre moldeado con humus, el de la tierra y de los muertos. El individuo, último retoño de un largo linaje, no es nada sin esa comunidad biológica y espiritual que le da sentido y existencia. Después de haber errado y dudado durante su juventud, Barrès regresa a puerto: tras el individualismo de la errancia, el holismo de las certezas ancladas en la autoridad de las ciencias de la naturaleza y de lo vivo.
La revolución cultural nazi, Johann Chapoutot.
Y luego esto, que va en relación con el anterior párrafo porque es lo que deviene de ese uso de las ciencias naturales:
Los juristas nazis se esfuerzan, en primer lugar, por refutar todos los discursos que exponen la proveniencia del derecho en términos de fundación racional o de procesión trascendente. Para ellos, el derecho no se funda en la razón. Esa peligrosa ilusión viene promovida, desde el Renacimiento, por las doctrinas del derecho natural racional, el iusnaturalismo moderno que pretende erigir una abstracción («el hombre» o «el individuo») en fundamento de las normas jurídicas. Según los iusnaturalistas, el hombre estaría dotado por nacimiento, es decir, por naturaleza, de derechos inalienables. El número y el contenido pueden variar (seguridad, propiedad, etc.), pero el principio siempre es el mismo: por el simple hecho de haber nacido, los hombres son sujetos de derecho idénticos e iguales. La literatura jurídica nazi no deja de denunciar las quimeras sobre las que reposa semejante doctrina: el universalismo de un «hombre» del que se mofan desde Joseph de Maistre —recordando que rara vez se cruza uno con él paseando por la calle—, el igualitarismo de derechos abiertos a todos por la sola virtud del nacimiento y el individualismo natural de una cultura jurídica que convierte a todo bípedo en un ser eminentemente respetable. Desde el punto de vista nazi, la idea según la cual el nacimiento daría lugar a una esencia y que esa esencia debería ser respetada en todo «hombre» (ya sea un retrasado mental o un criminal) es una inepcia que suscita la más insistente de las ironías6: «¿De verdad son hombres?», preguntan incansablemente los documentales, artículos y panfletos dedicados durante el III Reich a los hospitales psiquiátricos y a sus pacientes.
Las refutaciones, activas o en vacío, de esas dos tradiciones normativas importantes en Occidente (el iusnaturalismo y el cristianismo) dejan huérfana a la norma jurídica. ¿En qué fundarla o, más bien, en qué enraizarla? Porque para los juristas nazis no se trata tanto de fundarla en la razón como de narrar un origen, y no tanto de desarrollar una lógica de la norma como de exponer su genealogía. Para ellos, el derecho procede del Volk —estando perfectamente claro que no se trata de una deducción lógica, sino de una procesión genealógica, de una emanación o de una secreción substancial, orgánica—.
Para dar cuenta del origen de la norma, los juristas nazis proponen un relato histórico ambicioso y de largo recorrido. En su intento de proporcionarles un pedestal seguro a los valores y a los imperativos nuevos, pretenden encontrar lo nuevo en lo antiguo, y descubrir el arquetipo en lo arcaico. Todo jurista que se respete se siente en la obligación de ser etnólogo, explica el historiador del derecho Eberhard von Künssberg, profesor en la Universidad de Heidelberg7. En una obra de 1936 dedicada a la Rechtliche Volkskunde (etnología jurídica)8, Künssberg afirma que «la ciencia del derecho y la etnología tienen en parte el mismo objeto»9. Al repetir la cantinela nazi según la cual «no puede distinguirse, en los tiempos más antiguos, las costumbres del derecho ni el hábito popular del hábito jurídico»10, les asigna a los juristas la tarea de encontrar «el derecho que está arraigado en las costumbres del pueblo»11. La etnología jurídica estudia las «costumbres jurídicas vivas» y se propone «reunirlas» para «codificar el derecho del pueblo y defenderlo contra el derecho escrito, fijo, extranjero»12. Solo con esa condición podrá la ciencia del derecho jactarse de ser «un estudio del derecho vivo13».
La revolución cultural nazi, Johann Chapoutot.