En septiembre se producen un 30% más de divorcios en España. ¿Tiene la convivencia estival la culpa?
¿Por qué no conceder vacaciones eternas a las parejas que se aman? Si el amor fuera un salvoconducto para la felicidad -y lo es- este mundo deberia estas planteado de la siguiente manera: Vacaciones ad eternum para los que se aman y el trabajo a destajo para los que no se aman ni se dejan amar. Un mundo así funcionaría mejor.
También puede suceder que durante las vacaciones, aquellos que se amen lleguen a la conclusión de que no se aman tanto, y entonces no es culpa de las vacaciones que llegue septiembre y con él la demanda de divorcio; lo que llega en vacaciones es la lucidez. No es el verano el culpable de nada, ni la convivencia estrecha, ni los suegros ni los hermanos, ni los hijos y su extenuante seguimiento a través de la playa para que se acaben el bocadillo. La culpa de las desuniones no la tiene el verano, sino su falta.
El verano es tiempo para disfrutar pero también para tomar decisiones. ¿Hacia donde voy? Se dice el amante cuando vuelve a casa en septiembre y se sienta en el sofá a ver la tele junto a su pareja. Claro que esas decisiones suelen ser cosas meditadas que vienen de lejos y el verano destapa. Si el amante que vuelve de sus vacaciones mira a su lado y ve a esa persona que le llena completamente y que le ha hecho feliz casi sin darse cuenta, poco le importaran las horas que le esperan de rutina de trabajo y agobio familiar durante el invierno. Las deseará mas que nada y arrimara el hombro. En cambio, si lo que ve a su lado es a un ser anodino, que no colabora ni construye en común... ¿A donde voy? Se dirá el amante. Pues a cualquier sitio donde me quieran más.
El verano es propicio al amor, nos abre el corazón, y con el corazón también la inteligencia. Las parejas que se quieren viven en un perpetuo verano, el infierno de la rutina es pura delicia y las largas noches de invierno tan deseables como los hermosos días estivales. Las vacaciones unen, y el astro rey es sabio: hay que dejarse iluminar por él.
(Luisa Castro, premio Biblioteca Breve 2006).
En el nombre del padre es una pelicula dura. Tiene, sin embargo, una escena divertida. Cuando le meten preso, Daniel Day Lewis descubre que tendrá que compartir celda con su propio padre. No se trata de que no le quiera, sino de que se le antoja una tortura verle durante todas las horas del día en un espacio cerrado que favorece la circulación de todos esos resentimientos que existen en las relaciones afectivas. También en las de pareja: el amor es una eterna guerra fría en la que en cualquier momento pueden activarse los silos de misiles nucleares.
Imaginemos cualquier arquetipo del amor romántico, por ejemplo, Romeo y Julieta. si los encierras un mes en la celda de "En el nombre del padre" será cuestión de tiempo que, agotado el misterio, pasen a odiarse por la forma de masticar o roncar de uno y de otro.
Se consigue el mismo resultado obligando a un matrimonio cualquiera a convivir durante un mes en un apartamento a pie de playa. La ociosidad natural del verano no permite escapatorias como las que en invierno ofrece el trabajo. Perderse de vista unas cuantas horas al día cultiva la añoranza y protege las gotas de misterio que aún puedan quedar.
Las vacaciones no dejan escapatoria, y los problemas latentes que se acumulan durante el año salen de toriles como un morlaco cabreado. Es entonces cuando una pareja pasa a odiarse hasta por la forma de masticar la comida. No es que no nos amemos. Es que no podemos vernos todas las horas del día y encima en traje de baño, cuando queda delatada toda la juventud perdida y la decadencia del cuerpo que alguna vez se deseó.
(David Gistau, Columnista de El Mundo.)
Y tú, ¿qué opinas?
Es un articulo sacado de una revista que leí hace unos días y me llamó la atención, aunque en mi opinión, no se puede afirmar ninguna de las dos teorías, siempre habrá parejas de un bando y parejas de otro.