Acabo de leer este artículo y la verdad que me identifico plenamente.
Quería preguntar a la gente que vive en el extranjero, cómo llevais el desarraigo y choque cultural, si os planteáis volver a Espana ( o bueno al país de origen claro está), o por el contrario sois reacios a que os vean como fracasados.., y como bien relata el artículo os sentís que no pertenecéis ya a ningún país, ni al vuestro ni al de acogida.
En mi caso ( Dinamarca desde el 2003) sí que tuve una "enfermedad" recurrente (por ej al llegar aquí me tire con un supuesto "catarro" unos 4 meses, que no era tal, sino mas bien un síndrome de adaptación que me hizo tener que cortar con muchas cosas para recuperarme. Y por su puesto, a parte del subidón inicial de verlo todo nuevo y las ganas q le pones, la realidad es bastante mas distante de lo que muestra Espanoles por el mundo, donde todos viven en pisazos y ganan una pasta. Claro está que vivir aquí tiene cosas positivas, pero a veces (muchas) me pregunto si vale la pena ganar 300e más para tener que enfrentarse a todo: cortar con cultura, idioma, valores, gente, clima, gastronomía, amigos, verte solo y mal y q no te atrevas ni a decir: ayúdame con tal cosa... y termines con una depre existencial..
Luego por ej se dan situaciones curiosas, yo era de las que tenia frío hasta en agosto ( siendo de Madrid) y ahora en verano, cuando voy allí, no sé donde meterme, y aquí apenas son 15 días los que enciendo la calefacción en invierno. De hecho mi madre flipa cuando me ve en tirantes y pantalon corto en diciembre/enero.
Ya contareis vuestra experiencia...
El artículo. (no sé si meterlo como spolier)
Tras pasar 13 años por el mundo (India, Alemania, Australia), el arquitecto Luis Feduchi no termina de adaptarse a su país natal: “Me siento extranjero. Me chocan muchas cosas: lo conservadora que es aún la sociedad, sus estructuras, la mala educación…”. Feduchi regresó hace solo un año. Para otros no es solo una cuestión de tiempo. Eugenia (prefiere ocultar su apellido) es maestra y salió de España en 1996. Durante ocho años dio clases en una escuela primaria de Los Ángeles como parte del programa de profesores visitantes en EE UU y Canadá, y aunque lleva más de 10 años en Madrid no termina de adaptarse. “Acostumbrarme al ritmo de trabajo norteamericano fue duro. Pero mucho más difícil que asumir una nueva cultura fue regresar”, dice. “Yo ya no era la misma y España tampoco, no me reconocía en mi propio país…Todavía siento que no soy ni de aquí ni de allí”, confiesa.
La cita con Feduchi es en una terraza de una calle céntrica de Madrid. “Aquí antes no había terrazas sino aceras estrechas, coches aparcados y papeleras… No se parece en nada a la ciudad que yo dejé", dice nada más llegar. Luis regresó el año pasado para ocupar el cargo de decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Camilo José Cela. Aunque profesionalmente está satisfecho con el reto que esta oportunidad le plantea, como muchos que retornan a su país de origen después de pasar un tiempo más o menos largo en el extranjero, no es fácil el reingreso. “En cuanto estás más de tres años fuera te fastidiaste", bromea muy en serio. "No puedes no vivir lo que ya has vivido, te has vuelto distinto y sientes que ya no eres de ningún lugar; y no somos pocos en esta situación", asegura.
María Ortolá en la ciudad de Hong Kong, donde vivió un año.
Según datos del flujo de inmigración procedente del extranjero, del Instituto Nacional de Estadística (INE), más de 25.000 españoles regresaron a España en 2014 y 100.000 en los últimos cinco años. En el mundo, son millones de personas las que vuelven a su país cada año, y el extrañamiento al que se refieren Feduchi y Eugenia ya lo describió Homero hace 3.000 años. “En esto despertó el divino Odiseo acostado en su tierra patria, pero no la reconoció pues llevaba mucho tiempo ausente…”. Ulises se lamenta en el poema épico: “¡Ay de mí¡ ¿A qué tierra de mortales he llegado? ¿Por dónde he de marchar?”. La reacción del héroe a su regreso a Ítaca tras 20 años de viaje tiene un nombre técnico preciso, “choque cultural de reversa”. “A muchas personas el regreso les produce rechazo. No quieren aceptar su nueva realidad y se rebelan, experimentan ansiedad, tristeza y en no pocas ocasiones la gente cae en depresión”, asegura el médico Xavier Fábregas, que ha tratado varios casos. Las áreas de conflicto pueden ser muchas. “Y contra más tiempo ha pasado la persona fuera y mejor se ha adaptado a la cultura del país de acogida, más difícil será la readaptación”, señala este especialista. En lo laboral, aquellos que han trabajado en el extranjero para su empresa, en muchas ocasiones sienten que han perdido libertad y que su experiencia no se considera al regresar.
En lo personal, es común pensar que quien retorna cuenta con un círculo de viejas amistades y que basta con recuperarlo, pero tampoco las cosas funcionan así. “Yo me fui con 30 años y mis amigos no tenían hijos. Ahora regreso y todos están casados y tienen familia, ya casi no hay tiempo para vernos”, explica Isabel, que ha pasado siete años en América Latina trabajando para una empresa española y acaba de regresar hace un mes.
“Pudiera parecer que volver a tu país y a tu cultura, donde están tu familia y amigos y existe un entorno profesional conocido, hará sencilla la readaptación. Sin embargo, en la mayoría de los casos no es así”, señala Xavier Fábregas. Dos de cada tres repatriados experimentan serias incomodidades y problemas derivados de este choque cultural de reversa, indican diversos estudios sociológicos. En el ámbito laboral, que habitualmente es el más conflictivo, está demostrado que la tasa de inadaptación es elevada. Según el estudio Factores que influyen en la adaptación del repatriado, de las investigadoras españolas María Eugenia Álvarez, Raquel Sanz y Maria Isabel Barba, en Estados Unidos entre un 10% y un 25% de los que regresan abandona su empresa en el primer año. Un 40% deja la organización a los tres años siguientes de haber vuelto, según una encuesta realizada por el Consejo Nacional de Intercambio Extranjero en Washington “Yo estoy a punto de largarme”, dice Isabel (nombre supuesto), recién aterrizada. Aparte de perder ingresos, calidad de vida y el reconocimiento social que tenía, a su llegada fue recolocada en un puesto de menor categoría. “Además de estar subvalorada, si me quedo aquí dejo de crecer”, afirma. En EE UU el problema de la readaptación es tenido muy en cuenta por las empresas —se considera que no debe perderse la inversión realizada en una persona al enviarla al exterior, donde la gente adquiere conocimientos y experiencia que pueden ser útiles después a la compañía—. Son muchas las investigaciones norteamericanas sobre el tema, y la mayoría de las multinacionales de ese país tienen políticas específicas para favorecer el reingreso de sus empleados. Sin embargo, en España no existe tal prioridad. De media docena de grandes empresas consultadas, sólo dos respondieron a este diario sobre sus políticas hacia los repatriados, Telefónica, con una plantilla de 125.000 personas y cerca de 800 expatriados, y el BBVA, con 114.000 y aproximadamente un 1% de movilidad. En ambos casos sólo dijeron que el programa hacia los repatriados es cada vez más importante, y poco más.
“La única política que se sigue en mi empresa hacia los que regresamos—y somos bastantes— es la del ninguneo”, asegura Isabel. Admite tener idealizado su antiguo puesto en el extranjero, pero dice que hay cosas a las que ya no se va a adaptar nunca, ni quiere: “Los malos modos de la gente es una cosa tremenda, igual que el provincianismo y poco cosmopolitismo de esta sociedad”. Lo mismo señala Eugenia, pese a haber vuelto hace diez años. “En mi escuela me llaman la yanqui, con eso te lo digo todo. Yo sigo teniendo el horario americano, me levanto a las 6 y me acuesto a las 10, trabajo a la americana, de forma práctica y organizada, y por extrañar, extraño hasta el clima”.
Un caso totalmente distinto es el de María Inés, inmigrante dominicana que llegó a España hace 18 años. Casi 10 trabajó limpiando casas, y desde entonces tiene empleo en una peluquería afro y gracias al dinero ahorrado ha podido ayudar a sus padres y hermanos a mantenerse y construir una casa en Santo Domingo. Sus hijos nacieron en España, tiene 15 y 13 años, y aunque ella siempre soñó con regresar, ellos ni muertos. "Ya me han advertido de que si quiero que me vaya yo sola". Su último viaje a su país fue todo un choque. "Ya no aguanto muchas cosas de allí, Me doy cuenta de que me sería muy difícil adaptarme, y además yo jamás abandonaría a mis niños".
Marina Ortolá y su compañero Curro viven en Singapur. Antes pasaron por Hong Kong y Londres, y aseguran que siempre les ha resultado fácil adaptarse a una nueva cultura, pero no tanto regresar. Cuenta de su última estancia larga en España que no podían contar con muchos de sus amigos para hacer planes porque llevaban ya una vida diferente. “Además todo nos parecía muy manido, acostumbrados a tanta novedad que nos rodeaba cuando vivíamos fuera”.
Después de ocupar durante seis años una cátedra de arquitectura en la Technische Universität de Berlin y de pasar otros tres enseñando en Brisbane (Australia), Feduchi se siente estimulado por su trabajo actual —“Es todo un reto. Hay muchas cosas por hacer en el campo de la enseñanza de la arquitectura en España”, dice—. Pero a diferencia de sus colegas europeos no ve su puesto como un fin de trayecto. “No me veo jubilado aquí. Si mis hijos quieren quedarse, que me vengan a ver”, bromea.
http://politica.elpais.com/politica/2015/10/28/actualidad/1446069956_087923.html