La Rebelión del Caracol
Hace unos meses, el periodista argentino Leonardo Faccio publicó un retrato imprescindible en el que descifraba por qué un chico menudo, sin estudios, sin más intereses en su vida cotidiana que dormir y aporrear su Blackberry, había logrado seducir a todo un planeta con la pelota como único medio de comunicación.
Explicaba Faccio que en la escuela donde Messi aprendió a leer, los maestros instaron a los niños a que participaran en una obra de teatro. Cada uno de ellos debía disfrazarse de un animal que representara su forma de comportarse en el día a día. Y a Messi, tan retraído que en clase sólo destacaba por comunicarse con la profesora a través de una amiga, el mismo chico al que los profesores quisieron derivar a un psicólogo ante la incomprensión que generaba a su alrededor, le tocó ser un caracol. Mudo, siempre el último de la fila, incapaz de aprobar un solo examen durante su estancia en La Masia, acorazado en su propio cascarón.
Poco o nada tiene que ver la personalidad de Messi con la de todos aquellos astros que, en distintas épocas, lograron gobernar el fútbol. Antes o después, Di Stéfano, Pelé, Cruyff o Maradona acabaron por adaptarse a un papel monárquico, encaramados sobre una atalaya inalcanzable y actuando en consecuencia. Todos ellos morirán con la sensación de haber sido especiales, pequeños dioses a los que les tocó vivir entre mortales. De haber contribuido a la excelencia de un deporte. A Messi, quizá el mejor de todos ellos, le bastará con haber logrado adaptarse a la sociedad.
La única vez en la que pude entrevistar a Messi, la sensación no pudo ser más contradictoria. Ese aura deslumbrante que le acompaña cada vez que pisa un terreno de juego desaparece cuando sus pies se posan sobre el asfalto. No le interesa alzar el mentón, retar a sus rivales deportivos contemporáneos, o acompañar de adjetivos épicos hazañas como la última lograda ante el Leverkusen, con cinco goles que le incrustan ya para siempre en la historia de la 'Champions'. Sólo quiere que le dejen en paz y volver a correr tras un balón. Incluso aquel día, no dudó en mostrar su malestar a uno de sus ángeles de la guardia en Barcelona porque el que aquí escribe se interesó por su relación personal con Ibrahimovic. A Messi siempre le perturbaron los personajes que pretendieron sacarle de su paraíso onírico para devolverle al mundo de los adultos. Guardiola lo comprendió la misma mañana en la que el argentino se negó a acudir a un entrenamiento porque había sido suplente el día anterior.
A través de un murmullo casi incomprensible, con un acento tan argentino como si nunca hubiera dejado Rosario, con la mirada clavada en el suelo, sin expresar emoción alguna, la única sensación que le queda al interlocutor es que Messi sólo encuentra la calma con un balón de por medio. Nada de lo que rodea el circo del fútbol le interesa. Incluso le incomoda. Nada de lo que divierte a los chicos de su edad le motiva. Se aburre. Tal y como dijo una vez al periodista Orfeo Suárez, "si me encierro en mí mismo, me vuelvo loco". El caparazón como refugio y condena.
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Qué os puedo decir... me sigo quedando con George Best. XD