Hace tiempo estaba yo meditando con unos colegas sobre las bondades de la vida, y salió este tema. Al final, llegamos a una conclusión: la pizza está mejor fría.
No es tanto cuestión de sabor, pues un queso acartonado y una masa algo pétrea no mejoran el sabor (aunque sí probablemente el hecho de que no te entre en la boca ardiendo). Sino que se trata de otro tema mucho más profundo y basado en la gestión de las propias expectativas.
La expectativa
Sí amigos, se trata de una cuestión de expectativa.
Planteemos el siguiente supuesto. Sea un sábado noche, no sales porque eres un prominente y orgulloso miembro de la PC gaming master race y no necesitas al resto de la humanidad para disfrutar de los placeres de la vida. Decides encargar unas pizzas, que otro se encargue de alimentarte mientras tú te dedicas a gestionar tu diversión.
El pizzero llama, es un mal necesario, piensas, y le abres la puerta. Consigues el alimento, y lo devoras con avidez hasta llegar al empacho. Sin embargo, era algo esperado. Sabes que antes o después, te llegará tu pizzay tu mente conoce ese hecho hasta a nivel incosciente.
Ahora, te levantas el domingo por la mañana (las 14:00 pueden considerarse "por la mañana" si te acabas de levantar), y te diriges a tu nevera. Normalmente, uno llega a la nevera, la abre, nota el fresquito y la luz, la escudriña un poco y acaba aburriéndose de no ver nada interesante, o cogiendo cualquier mierda.
Pero hoy no. Ahí está, esplendorosa, la pizza fría.
Ha soportado el atracón de anoche, y está lista para ti. Tú ni siquiera te acordabas, sólo necesitas extender el brazo y alcanzarla, darle un bocado para descubrir la intensidad de aromas y sabores que la cocina italiana guarda para tu paladar. La expectativa era deprimente, y has hallado un tesoro.
Ni que decir tiene que has hallado un tesoro que disfrutas hasta el último bocado como si de la misma ambrosía se tratara.
Ahora ya lo sabéis. Difundid la palabra.