Lo prometido es deuda...
Ya estaba amaneciendo y no me había encontrado en toda la noche con ella. Pero caminando de la discoteca a la playa me vio y echó a correr tras de mí. Ciento y pico kilos de grasa botando sobre un deteriorado asfalto, pero éste resistió.
— ¡Hola guapetón!
En ese momento me resigné. No eran horas ya para intentar evitarla, y la idea de una buena mamada no me disgustaba en exceso. Así que nos ahorré toda la conversación superficial y sentencié:
— Vente a la playa y echamos ese polvo prometido.
Su cara se tornó una mezcla entre sorpresa y alegría. Me miró, se aseguró de que no la estaba vacilando y comenzó a andar rápido tirando de mí.
— Con calma, tía, que estoy cansado.
Ella sonrió y empezó a acariciarme el pelo mientras seguíamos caminando. Dos o tres minutos después estábamos entrando en la playa, nosotros dos delante y los colegas detrás. Nos hicimos con un sitio y nos sentamos todos juntos. Empezamos a hablar, alguno se fue currando un porrillo y las litronas rulaban a modo de comuna.
Al poco, se inclinó hacia mí y me dijo sensualmente —o eso pretendía— al oído:
— ¿Quieres que nos vayamos a dar una vuelta?
La miré, aprecié su mirada lasciva y supe que había llegado el momento.
— Vamos.
Nos levantamos y fuimos caminando un rato por la orilla. Ella me contaba qué tal la noche y yo iba más o menos escuchándola. Cuando estábamos casi al final de la playa, cerca de unas rocas, se lanzó a mi morro y empezó a magrearme.
— Mmmgmghmgmhmm.
Fuimos descendiendo hasta estar semitumbados, sin que en ningún momento ella despegase sus carnosos labios de los míos, levemente cortados. Me levantó la camiseta y fue relamiéndome hasta llegar al botón de mis vaqueros. Lo desabrochó y...
— Chup, chup, chup.
Llevábamos un buen rato y yo tan feliz, pero de repente me cortó el rollo de forma exagerada:
— Oye, no te corras que te quiero follar.
Le dije que vale, pero que yo encima, que no me quería rascar con la arena (ni quedarme aplastado). Busco un condón en la cartera y, oh, mierda. Se lo había dado a un amigo que tuvo más suerte que yo. Me dijo que esperase, que iba a pedir uno, y se levantó de golpe sin ayuda de ninguna grúa y empezó a correr como si fuera su última carrera.
Yo me quedé allí, marcando la hora en la arena como un reloj solar. No tardó mucho en volver de pedirle la goma a nuestros colegas, y aunque estaban bastante lejos sus risas se oían con bastante claridad.
Llegó, me lo puso, follamos, pín, pán, y fin de la historia.
PD: Le dije que iba a contar la historia en internet y se rió. Supongo que creía que estaba de coña.