Los videojuegos son uno de los medios audiovisuales masculinos por excelencia. Tradicionalmente consumidos por hombres y producidos por y para hombres, los reyes del ocio interactivo han aglutinado todos los tópicos sexistas que hacen esta sociedad digital mucho más fea. Los procesos creativos del videojuego no se libran de desigualdades, y muchas profesionales han sufrido acosos y abusos en todas sus variantes desde que sus nombres forman parte del panorama cultural. Las profundas raíces de este trato dispar llegan al último eslabón de la cadena, hasta el mismo acto de coger un mando y jugar.
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El exceso de horas con Warcraft 3 en mi adolescencia me sirve para atacar Dota 2 y League of Legends como una jugadora mediocre, pero con conocimientos suficientes para manejarme sin dar demasiado el cante entre los “profesionales”. Tras unas cuantas partidas de prueba contra bots, busco una batalla online a la que unirme, pero me surge una problemática inicial que, posiblemente, un hombre nunca se haya planteado: ¿debería mostrar mi nombre real o uno neutro? ¿Debería mantener mi avatar de siempre o debería cambiarlo por uno menos asociable a mi género? Me meto en harina y empiezo a jugar como “Laura” con una imagen de Catwoman.
Cuantas más horas de juego, más insultos recolecto: zorra, hija de puta, estúpida. El cuarto día de juego intensivo me topo con unos compañeros de equipo que se dirigen a mí como “brujita”, un apelativo cariñoso para mi Death Prophet que dudo hubieran usado ante un nick masculino, así que, hago la prueba y cambio a un nick neutral, “Azul Corrosivo”. Esta última es una de mis peores partidas, muero un buen puñado de veces y no recibo ni un solo comentario iracundo, solo el gg (good game) de turno.
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xataka.com/consolas-y-videojuegos/una-semana-jugando-online-siendo-mvjer
4 días jugando intensivamente al DotA y todavía no sabía escoger habilidades. Y encima a algún cerdo machista sólo se le ocurre oprimila sugiriendo que compre algún objeto porque tiene el inventario vacío a nivel 6.
Puto patriarcado.