Concursos de Microrrelatos MV: New Edition

Harald, El Devastador de Búlgaros

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. Parece que Santa Sofía será lo último que mis augustos ojos vean.

Graba algo en el vierteaguas con extrema delicadeza, para unas manos tan grandes, parecen runas. Tiemblo sabedor de mi aciago destino, jamás debí fiarme de estos malditos varegos.

Sus ojos azules, brillantes como el relámpago que golpea los helados mares del norte que le vieron nacer, se posan sobre los míos: mi breve reinado finaliza tal y como empezó, con una traición.

Como un auspicio de futuro holocausto, una letanía carmesí tiñe ahora el mármol que el gigante de dorados cabellos deja tras de sí: "Halfdan estuvo aquí".

1

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. Sujeta el cuello del gallo. Respira hondo.

El ave bate las alas, cacarea. En sus ojillos negros: el ventanuco del sótano.

Fuera: docenas de esposas inquietas. Miran el cielo a través de su jaula.

El gallo sabe.

Las gallinas saben.

Yo sé más que los pájaros.

¿Pero qué sabe él? Sus ojos me atraviesan. Su sonrisa besa mi alma. Entonces permite que la gravedad se haga al modelo del mundo y el filo siente una irresistible atracción hacia la muerte.

Él sigue mirándome.

Su sonrisa besa mi alma.

Extraña simbiosis

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. Intento no mirarle. No moverme. Por suerte para mí, las temblorosas manos de la cajera captan toda su atención.

Él llena sus bolsillos en cuanto se abre la caja registradora y sale corriendo por la puerta. Fruto de la distensión, ella se desmaya en mis brazos. Me encanta su olor. Fantaseo sobre qué decirle cuando se despierte y le invite a tomar algo en el bar de enfrente.

Suena mi móvil. Ramón ya está a salvo con el botín. Ella se despierta, me mira con sus preciosos ojos verdes y me sonríe. Tenías razón Ramón, esto es mejor que Tinder.

La reunión

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. Es lo primero que pienso cuando veo a papá al lado del jamón. Nunca se le ha dado bien la cocina. Mamá lo mira y arquea una ceja, aguantando la risa. Opina igual que yo. En la otra parte de la mesa, mientras hablan animadamente de películas y series, mis hermanos se sirven una copa de vino blanco. Junto a ellos, mi silla sigue vacía. Esbozo una sonrisa mientras los observo con cariño; después de seis años, por fin, se permiten ser felices.

Que no decidan por ti

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. Podría cagarme literalmente encima. Me cago en la puta de oros. El cabrón de Klein tenía que cambiarme el puto domingo. El tipo se ha puesto a atacar a los ultraderechistas. Veo que algunos de los compatriotas ultraderechistas intentan detener al hombre del cuchillo. Eso es inaceptable. Pienso detenerlos antes de que hagan daño al pobre hombre del cuchillo. Me abalanzo sobre uno de ellos permitiendo liberar a ese pobre hombre.

Noto una punzada en el cuello. Se me está nublando la vista. Uno siempre toma malas decisiones en momentos difíciles.

Amor, locura compartida

Tiene un cuchillo en la mano. Tengo miedo.

Me gusta, mucho. No puedo destapar el tarro de mi locura tan pronto, en la primera cita, significa huida y rechazo por parte de ella. Lágrimas y autocompasión por mi parte.

Pero... cuántos microbios y bacterias mortales se pueden transmitir con un gesto tan cotidiano, tan de pareja. Siento un escalofrío.

Entonces ella susurra, sin mirarme a los ojos, como intentando evitar el tema: "Tiene buena pinta, te pediría un poco. Pero siempre he odiado compartir la comida".

Me relajo inmediatamente, sonrío y por primera vez en mi vida siento que puedo haber encontrado algo parecido a un alma gemela.

2

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. La intensidad de su mirada: “esa mirada me conoce” me repito. Echo a correr. Miro hacia atrás. No os puedo decir lo que he visto. Sigo a-te-rro-ri-za-do. ¿Es un mal sueño? Sigo corriendo; estoy a punto de llegar a casa. Entro, directo al baño, a enjuagarme la cara. Está aquí, ha conseguido pasar justo después de mí. Alzo la vista al espejo. Esa mirada me conoce. Tengo un cuchillo en la mano, tengo miedo.

Todavía no puedo asimilar que desde el principio era yo.

La víctima y el arma

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo de su reacción. Sus ojos están inyectados en sangre y su cara muestra una mueca vengativa. Intento ponerme de pie en la cama, a la vez que levanto mis brazos en señal de rendición. La sábana resbala mostrando mis senos desnudos. De mis labios escapa una tímida frase ante el fatal desenlace:

– ¡No es lo que parece!

Me ensarta el arma haciendo oídos sordos, a la vez que me dice al oído:

– Nena, ¡cómo me ponen estos juegos!

04:48

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. Me ha descubierto. Está en la puerta. No para de mirarme. No paro de temblar. Cada vez me cuesta más respirar. Se acerca. No me puedo mover. Las gotas de sudor recorren mi cara. Está enfrente. Me agarra. Me zafo. Lo empujo con mis piernas y cae. Intento hablar. No lo hagas. Se levanta. Niego con la cabeza, con mi cuerpo. Por favor. Me falta el aire. Para. Mis ojos se cierran. Desfallezco. El cuchillo por encima. Caigo. Respiro. Abro los ojos. Veo la silla y la soga cortada. Me abraza. Lloramos.

De vuelta en aquel lugar

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. “…”. Se encontró de nuevo sin saber muy bien cómo enfrente de la vieja puerta, se palpó el rugoso bolsillo derecho con la mano derecha, luego el izquierdo, abultado con la mano izquierda. Deslizó los dedos por el interior sintiendo la suave abrasión inicial del vaquero en la parte superior de sus falanges. Sacó la llave en un tintineo casi melódico y la introdujo entre un leve traqueteo del bombín de la cerradura. Ahora. Su vida comenzó en donde todo terminó.

El sabor de la venganza

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. La adrenalina me impide pensar. ¿Debo cambiar de estrategia? No, ese idiota redomado está acabado, mi plan es infalible. He intercambiado el monoglutamato sódico con el azúcar, arruinado el pilpil y dejado todas las espinas en el salmonete.

Yo ya estoy fuera, pero él no ganará la estrella.

Miedo

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. Si salgo corriendo, me verá, me cogerá y me matará; si le doy una patada a la mesa, lo derribaré, pero se levantará rápido e igualmente me pillará; si no hago ruido, puede que se vaya a otra habitación y ahí pueda escapar.

¿Se oye mi respiración, mis latidos? ¿Me dará tiempo de huir? Estoy aterrado, no puedo respirar, no puedo moverme del miedo ¿Qué mierda puedo hacer? ¿Cómo salgo de esta? ¿Los demás estarán bien? No los oigo... ¡Joder!

Me prometió que nunca más…

Esas siete palabras malditas

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo.
Sabía que este momento llegaría. No hay escapatoria. Lo había estado postergando todo lo posible. Siempre inventaba excusas y me ofrecía yo (aparentemente) de forma desinteresada. Una sonrisa solía bastar para que se echara atrás. Él por su parte fingía estar decepcionado. Lentamente retrocedía y volvía al sofá. Encendía la pantalla del móvil y renunciaba. Pero hoy era un día especial.
Mierda.
Había llegado tarde.
Abrí la puerta y me dirigí corriendo a la cocina.
Le miré.
Llevaba un delantal.
Me miró.
Sonrió.
Abrió la boca y dijo esas siete palabras malditas:

– Cariño, como es tu cumpleaños, cocino yo.

3

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. Intento hacer una finta hacia la izquierda, para poder escapar, parece que lo he conseguido, pero mi oponente, más listo de lo que pensaba, adivina mis intenciones y me corta el paso. Desesperado, intento volver sobre mis pasos, pero es demasiado tarde y comienza a apuñalarme por la espalda sin piedad hasta que consigue acabar con mi vida.

Terrorist win.

Sonrío mientras comienza la siguiente ronda. Es viernes tarde de ciber con amigos y la venganza será mía.

Celuloide

– ¡Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo!

Su respiración se acelera. Él avanza y ella retrocede. El silencio a su alrededor es sepulcral.

– ¡Corten! - grita el director.

Se escuchan tímidos aplausos. Ella ofrece un pequeño atisbo de sonrisa antes de notar que el hombre armado cubre su rostro con una máscara. Confundida, mira a su alrededor y solo alcanza a ver a los extras cubriendo toda la escena con plásticos. El pánico se apodera de ella y lejanamente, como en un sueño, escucha una voz:

– Atentos todos, esta es la toma final. Luces, cámara... ¡Acción!

Síndrome de la hoja en blanco

“Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo” – es lo que diría Pablo, si pudiese ver.

Ahí estaba el ladrón, cuchillo en mano intentando que Pablo se diese por aludido.

Pablo estaba en “La mesa del pensamiento” donde muchas de sus obras se habían escrito, pero hoy no conseguía avanzar.

El ladrón decidió entrar a la acción, enfadado viendo que no le hacía ni caso, propinó tres estocadas.

Bastó un estiramiento, recolocación en la silla y sorbo al café perfectamente coreografiados para esquivar de forma magistral los tres ataques del agresor. Acto seguido, estupefacto, éste huyó.

– ¡Ya podrían atracarme algún día! Así seguramente me vendría algo de inspiración.

Una carne tierna

“Tiene un cuchillo en la mano. Tengo miedo. “

Todo era oscuridad, todo excepto ese agujero donde tenía fijos los ojos, por donde veía la fuente de su pavor. Gimió suavemente.

Echaba de menos a su madre, sentir su lengua acicalando su cuerpo mientras él tragaba a borbotones la leche caliente, dormitar a su lado…

Mientras tapaban su cabeza con una capucha, la enorme mano le empujó al degolladero. Empezó a convulsionar. Un filo afilado y retorcido se hundió en el pecho, fieras cuchillas alcanzaron el cuello y lo desgarraron.

Se quitó la capucha y vio al carnicero descuartizado. Nunca te metas con el Diablo.

Encuentro

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. Quién me mandaría ir tan distraído por el bosque. Ahora me encuentro colgando boca abajo de este lazo, a merced del tipo que tengo delante.

He intentado explicarle amigablemente que he caído en la trampa por descuido, pero no se inmuta. Ni una palabra ha salido de su boca.

Se acerca más a mí. Puedo ver con detalle las arrugas de su rostro y su mirada fría como el acero. Y olerlo, un olor indescriptible entre animal salvaje y ropa vieja.

Levanta el cuchillo y me espero lo peor. Con un rápido movimiento, corta la cuerda y me libera.

Los juegos del descampado

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. La última vez que Darío encontró algo interesante en el descampado terminé con la pierna enrojecida y fiebre durante dos semanas. Una jeringuilla —con su aguja y todo—. Me pidió dibujar una diana en un trozo de papel para pegarlo sobre un tizón. «Quien acierte tres veces en el centro, pincha al otro». Veintiséis picotazos me llevé por cinco que le propiné yo. Después de eso, mamá me castigó sin salir. Aunque es muy olvidadiza y, en cuanto me recuperé, volví al descampado.

A Darío ya se le ha ocurrido algo, reconozco esa sonrisa. Me hormiguean los dedos. Mal presagio.

Al otro lado de la mesa

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. Creo que siempre lo he tenido. Noto cómo atraviesa mi corazón. Sus envejecidas manos sostienen el cuchillo con firmeza. Me mira y sonríe, intento devolverle la sonrisa pero sólo consigo dibujar una mueca. No dejo de pensar en que llegará el día en que sea yo el que sostenga el cuchillo. Viejo y cansado, sin acordarme de todos los momentos a su lado. Continúa hablando del día a día, no entiendo lo que dice, pero incluso ahora sus palabras me abrazan con la misma calidez que cuando era niño. No sé cuánto tiempo me queda en este lado de la mesa.

Confinamiento

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo de que quiera usarlo contra mí, pero lo que hace es mucho peor.

Se acerca a escasos centímetros, me mira a los ojos, y, sonriendo, se lo clava en un lateral del cuello y lo lleva hasta el otro extremo. Borbotones de sangre manan mientras continúa dibujándose la venganza en su cara, hasta que se le ponen los ojos en blanco y cae al suelo dando estertores.

Sigo amordazada, atada de pies y manos a una silla, y encerrada en un sótano en penumbra cuya llave sólo tiene él.

Estoy bien jodida.

Desde abajo

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo.

En una situación así, lo normal es que le adviertan al otro para que huya.

Yo no. Yo le diría que saque el machete y luego la pistola. Si no se asusta con lo primero, lo hará con lo segundo. O no. ¿Quién sabe?

Yo solo soy una de las suaves y mullidas hebras de la alfombra sobre la que estos dos idiotas piensan batirse en duelo. Solo espero que la sangre resultante no me salpique; me han dicho que es muy difícil quitarse de encima ese tipo de manchas. Odio visitar la lavandería.

Recuerdos para toda la vida

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. No sé cómo decirle que pare. No entiendo la frialdad de su mirada, ni su temple. Le da igual que la observe.

El cuchillo está repleto de sangre, todo el patio está patas arriba, restos de pelo por el suelo. Hace un rato que ya no se oye ningún alarido de dolor, sólo queda ese olor a aceite caliente...

Otro verano en el pueblo, viendo cómo mi abuela hace conejo con tomate.

4

Tiene un cuchillo en la mano, tengo miedo. Nunca he asistido al Eid Al-Adha; pero recuerdo los interminables chillidos del San Martín. Rápido se lo hinca profundo, más allá de la carótida. Solo unos minutos manando a chorro hacia el desagüe; treinta duraba vivo el cerdo mientras dábamos vueltas a la sangre. El matarife descoyunta la tibia, del tendón de aquiles lo colgamos. Retira la futura zalea para luego eviscerarlo con arte vetusto. Me pasa las entrañas que meto en agua. Huele a carnicería. Ahora, decapitado, cetrino, sin piel ni entrañas, aún muestra espasmos ahí colgado. Pero mañana… suculento manjar.