Es cuento que he hecho para la asignatura de "Escritura Creativa" (Estudio 3º de Comunicación Audiovisual). Ahí va:
El rey cebolla
Érase una vez una cebolla, agria y egoísta, que gobernaba un grandioso reino habitado por numerosas verduras. El rey cebolla era una verdura solitaria y poco amable. No aceptaba los consejos de los demás y negaba su ayuda a cualquiera que la necesitase. Su poder se reflejaban en las inmensas y numerosas capas que envolvían su cuerpo, creando una figura esbelta, voluminosa y grandiosa.
Ante esta situación, el reino de las verduras estaba triste y desolado. Muchos habían intentado hacer entrar en razón al rey cebolla: el apio con su palabrería, la zanahoria con su paciencia, el haba con su inteligencia…
Nadie podía convencer al rey cebolla para que cambiase. Las verduras rogaban su atención y su ayuda, y él rechazaba cualquier petición de su pueblo. Para el rey cebolla todas las verduras eran despreciables y lo único importante era su propia felicidad y, sobre todo, mantener su trono.
Los días pasaban y el pueblo de las verduras se volvía pobre y triste. Muchas lechugas habían huido ya a las tierras del norte, esperando encontrar un futuro mejor. Por las calles, los pequeños guisantes pedían limosnas a los extranjeros y comentaban los más viejos pimientos que se acercaba el final de aquel lugar.
Pero un día, un misterioso extranjero llegó al reino. Sus ropajes eran vivos y desprendían seguridad y su mirada parecía invocar llamas que pedían justicia. El visitante paseó por las calle del reino de las verduras atónito, no podía creer la mísera situación en la que aquellos habitantes se encontraban. En su paso, se encontró con una vieja calabaza que hacía las veces de comerciante y le preguntó:
- Buenos días, amiga ¿Qué ha sucedido aquí? Venía buscando prosperidad y me encuentro con una miseria insólita.
- Querido amigo, aquí ya no queda nada. Nuestro reino está acabado.
- ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué están todos así?
- El rey nos está llevando al desastre. Su egoísmo y su indiferencia solo hacen mal a nuestro pueblo y nadie parece encontrar la solución.
- ¿Y por qué es así? ¿Qué ha hecho su pueblo para merecer esto?
- Para él ninguna verdura merece vivir, solo él es lo suficientemente importante. La felicidad no está al alcance del resto, no somos nada….
- ¡No digas tonterías! ¡Vuestro rey es la verdura más malvada de la que he oído hablar nunca! Pero no os preocupéis, yo haré que todo vuelva a ser como antes. Todas las verduras son importantes, y él tiene que comprenderlo.
Y tras esto, el misterioso personaje abandonó el local de la calabaza y se dirigió con paso decidido al castillo del rey cebolla. Tras un largo camino avanzó hasta su entrada cuando, de repente, dos enormes mazorcas de maíz, armadas, protegidas por aquellos resplandecientes chalecos acolchados, irrumpieron su entrada.
- No está autorizado a entrar al castillo.
- Necesito hablar con el rey, es urgente.
- El rey cebolla decidirá si es urgente o no, espere aquí.
Uno de los guardias se adentró en el interior del castillo para informar a cerca del misterioso visitante. El rey cebolla, al oír que un extraño había llegado a su ciudad se encendió en cólera. Por un momento temió por su integridad. Ninguna verdura se atrevía a dirigirse a su persona, ¿Quién era capaz de aparecer ante él y exigir su presencia? Quizás su trono peligraba, quizás algún peligro le acechaba. No podía quedarse de brazos cruzados para encontrar la respuesta, así que hizo pasar al extraño desconocido.
- ¿Quién osa perturbar mi descanso? – preguntó enfadado el rey al extranjero
- Buenos días, rey cebolla. Vengo de muy lejos, esperando encontrar la prosperidad de este pueblo del que tanto se hablaba años atrás. Sin embargo, al llegar aquí, solo he encontrado miseria.
- ¿Cómo te atreves a decir eso? ¿Quién eres tú para dirigirte a mi de esa forma? Ni siquiera te conozco, nunca he visto a uno de los tuyos.
En ese momento, una figura apareció de entre las sombras. Una col, vestida con brillantes ropajes de terciopelo, avanzó hacia el trono.
- Querido rey, siento molestarle, pero creo que precisa de mi ayuda…
- Hombre amigo col, querido consejero, le estaba esperando. Este infame desconocido aparece en mi ciudad y ni siquiera se quién es ¿Puede creerlo? ¿Quién ha visto verdura así?
- Lo cierto, querido rey, es que este infame desconocido no es ninguna verdura.
- ¿Cómo es que no es ninguna verdura? ¿A quién pretende engañar con esas vestimentas intentando aparentar ser uno de los nuestros?
El visitante, molesto por las formas del rey, contestó:
- Es cierto, rey cebolla, no soy ninguna verdura. Seguramente lo creíste desde el primer momento en que avancé por la puerta. Mi nombre es Tom, y soy una fruta. Tras este cuerpo rojo, redondo y voluminoso se encuentra el corazón de alguien que parece ser algo que no es. Es cierto, las apariencias engañan.
- ¡Una fruta! ¡En mi reino!
- ¿Y qué ocurre? No voy a hacer daño a nadie, solo vengo a conversar.
El rey, atemorizado, miró a su consejero esperando su aprobación. Quizás el reino de las frutas planease un ataque directo, él no podía confiar en nadie, solo en si mismo y en su consejero. La col, tranquila y observadora, hizo un gesto de aprobación con la cabeza y bajo un susurro le pidió al rey que escuchase a aquella fruta.
- Solo quiero que me responda a una pregunta- dijo Tom acercándose al rey- ¿Por qué no son el resto de las verduras tan importantes como usted? ¿Qué tienen ellas de malo?
- ¿Qué por qué? ¡Por favor, querido visitante! ¡Vaya pregunta! ¿Ha visto usted a las zanahorias? Son unas descerebradas sin inteligencia y otros como los guisantes solo se dedican a pedir sin dar nada a cambio…
El rey cebolla continuó menospreciando las labores de su pueblo y terminó añadiendo una carcajada profunda que resonó en el otro extremo del castillo.
- ¿Cómo está tan seguro de eso? ¿A caso las conoce?- reprochó Tom asombrado.
- ¡No necesito conocerlas! ¡Son así, todos lo saben!
- No esté tan seguro de ello, querido rey. Le aseguro que las cosas no son lo que parecen y le prometo que descubrirá que está muy equivocado.
- Ya ha tenido suficiente, no escucharé nada más. ¡Fuera de mi reino!
Sin mediar palabra, los guardias se avalanzaron sobre la fruta y la agarraron violentamente, arrojándola fuera del castillo de una patada. Tom, que había intentado hacer entender al rey que no estaba en lo correcto sin resultado, miró una vez más hacia el castillo. Intentó encontrar una esperanza para aquel pueblo en algún rincón de sus piedras, pero no lo encontró. Triste, dio media vuelta y marchó camino al reino de las frutas.
Pasaron los meses y, un día, el rey cebolla cayó gravemente enfermo. Las verduras del reino, confusas, no sabían qué hacer. La col buscó por el castillo a los más reconocidos sabios para que ayudasen al rey cebolla, pero nadie encontraba solución. Desesperada, la consejera del rey recordó a aquel visitante rojizo que meses atrás había aparecido en el reino. Quizás él tuviese la respuesta, así que se encaminó en su búsqueda. Recorrió un camino largo y sufrido para poder encontrarle y, cansado, se dirigió a él:
- Querido Tom, le he buscado durante días por el reino de las frutas. Nuestro rey, la cebolla, está muy enferma. Se que usted podrá ayudarle y encontrará la solución a sus problemas. Le ruego que me acompañe , por favor.
La fruta accedió encantada a su petición, esperando, al fin, encontrar la solución al problema del rey cebolla: su desprecio a los demás.
Tom llegó al castillo y echó un vistazo al rey. Su aspecto no era bueno. Entonces, la fruta, se acercó un poco más al rey y se dirigió con voz calmada a él:
- Le dije que algún día tendría que darse cuenta. Comprenderá que nada es lo que parece.
El rey, sudoroso y desorientado miró a Tom y cansado, cerró los ojos para descansar un poco más.
- Sanaré a su rey y su reino celebrará hasta el fin de los días el momento en el que la cebolla reconoció que todos somos importantes.
Así, el reino quedó regentado por la fruta Tom y buscó al médico más importante de todas las tierras que circundaban al castillo. Nadie había oído hablar de alguien más inteligente ni más bien formado en su labor.
Esa misma noche, una figura se adentró en la habitación del rey, acompañado por Tom y la col consejera. Era el médico que tanto habían buscado. Se sentó junto al rey cebolla y examinó su rostro pálido. El rey cebolla, en un momento de lucidez, abrió los ojos y pudo distinguir su figura: era una zanahoria.
- Un médico… zanahoria- dijo tartamudeando el rey cebolla- ¿Desde cuando las zanahorias son médicos? Siempre pensé que eran tontas y descerebradas.
- Siento decepcionarle, querido rey, pero le aseguro que soy el mejor en mi labor- dijo la zanahoria sonriendo amablemente.
El rey cebolla, avergonzado, se incorporó con esfuerzo y se dirigió al médico.
- Lo siento, nunca creí que las zanahorias también fuesen inteligentes. Creí que yo era el único que merecía poseer conocimientos de tanta importancia. Estaba tan equivocado…
- Todos cometemos errores, mi rey. No se preocupe.
En ese momento, el rey cebolla reconoció haberse equivocado. De repente, algo inesperado sucedió en aquella habitación. Una de las capas del rey cebolla se desprendió de su cuerpo acompañada de un halo de luz brillante, cayendo bajo sus pies para desaparecer como si de polvo se tratase.
- ¿Qué ha ocurrido?- Preguntó el rey perplejo, intentando encontrar por alguna parte esa capa que había desaparecido de su grandioso cuerpo.
- Hoy has descubierto que estabas equivocado en esto- dijo Tom- aún tienes que darte cuenta de más cosas.
Pasó el tiempo y los cuidados del médico zanahoria fueron de gran ayuda. Pero un día, el médico se dirigió a la fruta algo alarmado. El rey necesitaba una medicina muy difícil de encontrar si quería sobrevivir.
- Lo siento, Tom, pero no puedo hacer nada más. Necesitamos esa medicina o…
- No te apresures, la encontraré. Buscaré donde sea necesario para que el rey se recupere.
Tom buscó por todo el reino de las verduras la medicina que el médico precisaba. Pasó día y noche preguntando a los habitantes si sabían algo acerca de ella o si conocían quién podía tenerla. Tras horas y horas de búsqueda, cansada, la fruta se sentó a la sombra de un árbol y, de repente, una voz le llamó:
- ¿Eres Tom? Tengo lo que buscas
Tom miró hacia arriba y no vio nada. ¿Quién le estaba llamando? Allí no había nadie.
A sus pies, un pequeño guisante le llamaba a voces lo más fuerte que podía.
- Vaya, estás ahí, perdona. ¿Tú tienes esa medicina?
- Sí, ven, acompáñame.
El guisante llevó a la fruta a su humilde hogar. Allí, sentados en un lugar medianamente cómodo, la verdura le sirvió una tacita de agua y le mostró el frasco que tanto buscaba.
El guisante alargó su pequeña mano y le entregó la medicina a Tom.
- Gracias, pero… ¿Cómo es que la tienes tú? ¿De dónde la has sacado?
- Lo cierto es que es una medicina muy importante. Mamá guisante enfermó hace un año y la necesitamos para que se encuentre bien. Voy todas las semanas hasta el reino de los lácteos para encontrar alguna de ellas y traerla a casa para ella. Pero no pasa nada, puedes quedártela, volveré a emprender el viaje y traeré más para mamá… aunque me lleve unos días de camino.
- Es muy amable por tu parte, amigo guisante. No todo el mundo ofrece algo a cambio de nada.
- Todos tenemos que estar sanos, mamá estará bien. Ahora el rey cebolla necesita recuperarse.
Cuando Tom llegó al castillo del rey cebolla, entró rápidamente en su habitación y le ofreció la medicina al doctor. La zanahoria, apresurada, se la dio al rey que, con dificultad, sorbió el mejunje que había sido preparado.
- Todo ha sido gracias a los guisantes- dijo Tom- ellos nos han entregado la medicina sin pedir nada a cambio.
- ¿A los guisantes? Pero si son unos aprovechados…- comentó el rey cebolla sin contemplaciones.
- Se equivoca, querido rey. El guisante más pequeño nos regaló la medicina que ha salvado su vida, aún siendo de gran importancia para la enfermedad de su propia madre.
- ¿Cómo puede ser? Qué necio soy… Tanto tiempo despreciando a esos pobres guisantes cuando son capaces de entregar lo que más quieren. Me siento tan mal…
El rey cebolla agachó la cabeza apenado y se llevó las manos a la cabeza. En ese momento, un nuevo halo de luz salió de su cuerpo, desprendiendo una de las capas que le envolvían.
- Ahí está de nuevo – dijo Tom- Está comprendiéndolo.
Gracias a la ayuda del guisante y a los cuidados del médico, el rey cebolla pudo recuperarse completamente. A la mañana siguiente el rey ordenó a Tom que se presentase ante el trono. Allí, la col consejera, los guardias y los sabios del castillo recibieron a la fruta.
- Bienvenido, amigo Tom. –dijo el rey cebolla- estaba esperándole. Necesitaba decirle algo muy importante. Su llegada a nuestro reino ha sido un milagro y por ello le estoy eternamente agradecido.
El rey se levantó de su trono y ordenó a la col que le acompañase a la entrada del castillo. Se acercó a Tom y posó su mano sobre su hombro.
- Acompáñame, amigo. Necesito que veas algo.
La fruta siguió a la cebolla hasta la entrada y las puertas se abrieron. Como una enorme marea de colores, todas las verduras del reino aparecieron reunidas esperando ansiosas en las escaleras que presidían el castillo. El rey las había reunido allí urgentemente bajo el desconocimiento de Tom.
-Querido pueblo, he actuado erróneamente. Ciertamente estoy muy arrepentido. Nadie se merece ser tratado como yo os he tratado a vosotros, mi pueblo, mi gente, mi familia. Todas las verduras merecen lo mejor y lo más importante es saber dar lo mejor de nosotros mismos. Lo siento, siento mucho el dolor que os he causado. De ahora en adelante me esforzaré en ser el mejor rey que este reino haya conocido jamás, que es lo que os merecéis.
La fruta se quedó perpleja ante las palabras del rey y, de repente, todo el pueblo de las verduras echó a llorar. Las lágrimas brotaron de cada uno de los habitantes, conmovidos por la alegría al ver el sueño del reino hecho realidad. Fue entonces cuando su cuerpo se iluminó nuevamente, esta vez más que nunca, y dejó caer el resto de capas que le envolvían, dejando a la vista un interior blanco y puro, impecable.
- Ese es tu corazón, rey cebolla.- dijo Tom- Has comprendido que no hay que juzgar a las verduras, sino que hay que conocerlas. Las apariencias engañan. Tus prejuicios han caído y han dejado ver lo que de verdad escondes. Enhorabuena.
De repente, una gran lluvia cayó sobre el reino de las verduras. El cielo aparecía descubierto, y un gran arco iris envolvía al reino, pero el agua caía por todas partes. Las verduras, emocionadas, lo celebraban mientras lloraban de alegría y saltaban de un lado a otro y el rey cebolla comprendió que su deber era trabajar por hacer felices a los demás.
Desde entonces, una vez cada año, se celebraba el día del rey, en el que misteriosamente siempre llovía y las verduras salían a las calles a celebrar que, gracias a la fruta Tom, el pueblo viviría feliz hasta el fin de los tiempos.