¿ A QUIEN ESTORBA LA FILOSOFIA ?
Luís María Cifuentes. Presidente de la SEPFI (Sociedad Española de Profesores de Filosofía)
Érase una vez un país de la Unión Europea llamado España que desde 1990 cambiaba sus leyes cada cuatro o cinco años. Érase una vez un Ministerio de Educación y Ciencia que con cierta frecuencia legislaba en el BOE sobre nuevas formas de enseñanza-aprendizaje, de diseños curriculares y de materias didácticos novedosos para cada materia o asignatura de la ESO y del Bachillerato. Érase una vez un país que producía en materia normativa enormes cantidades de leyes, decretos y resoluciones estatales y autonómicas que obligaban a sus sufridos educadores a dedicar casi todo su tiempo a estudiar la política educativa en vez de mejorar realmente su práctica docente. Érase un país con muchos educadores un tanto desmoralizados y desconfiados ante tantas reformas educativas.
Erase un país maravilloso llamado España que desde 1990 ha sido incapaz de encontrar un pacto educativo estable y básico por el que la escuela pública sea apoyada y prestigiada y por el que el profesorado sea considerado realmente como el verdadero protagonista de los cambios y mejoras del sistema educativo.
Erase una vez un gobierno socialista y un Ministerio de Educación y Ciencia que cada vez que cambiaba el currículo de la ESO y del Bachillerato, no sabemos por que extraño designio, siempre pensaba en eliminar alguna de las materias filosóficas.
En ese país, que no es precisamente el de Alicia y sus maravillas, los profesores de Filosofía no entendemos por qué o a quién estorba tanto la filosofía, la ética o la historia de la filosofía. Y no lo comprendemos porque, a pesar de los objetivos señalados en todas las leyes y decretos que son coincidentes con la educación filosófica de los adolescentes, sin embargo siempre se acaba eliminando o marginando las disciplinas filosóficas. El discurso de la transversalidad sobre el que tantas páginas se han escrito en los últimos años es coherente con la filosofía de la educación que muchos defendemos, pero su viabilidad práctica en los Institutos de Secundaria se ha revelado como absolutamente insuficiente o nula. Eso no significa que teóricamente no sea una propuesta complementaria de lo que los profesionales de la Filosofía defendemos, que es la enseñanza en Secundaria de una materia de Filosofía moral y política. ¿Es que se puede formar ciudadanos sin analizar reflexivamente mediante ideas, argumentaciones y deliberaciones racionales el por qué de las leyes, de las normas, de los valores y de las instituciones democráticas? La democracia no es un sistema perfecto, sino perfectible; y la Constitución no es un libre sagrado, sino un proyecto normativo humano. La filosofía no es un lujo superfluo, sino la raíz misma de la educación, de la emancipación racional de perjuicios, atavismos y de las tradiciones culturales incompatibles con los derechos humanos.
Las disciplinas filosóficas, se ha dicho innumerables veces, son el mejor antídoto contra cualquier forma de totalitarismo religioso y político, contra cualquier forma de adoctrinamiento ideológico de tipo dogmático porque todo lo llevan, al tribunal de la razón. Si un gobierno socialista que se autoproclama progresista todavía no ha entendido que los filósofos han sido siempre los “tábanos” que han aguijoneado insistentemente a los ciudadanos contra la estupidez y la abulia y han fomentado el progreso racional de la Humanidad, es que desgraciadamente desconoce aun el fervor formativo de la filosofía.
¿A quién estorba la filosofía; a quién o quiénes les molesta tanto la presencia curricular de la Filosofía en la Enseñanza Secundaria? ¿Es deseable someter a todas las Facultades de Filosofía de España a una muerte dulce y lenta mediante la aniquilación progresiva de las disciplinas filosóficas en Secundaria?
Si el pensamiento filosófico es considerado inútil o peligroso por parte del poder político, entonces es que tiene una idea poco seria de la democracia y de los ciudadanos, porque “la muerte de la filosofía” nunca será una buena noticia para un sistema democrático, sino todo lo contrario.