Hacia el año 732 de nuestra era, un suceso decisivo para la conformación de las futuras naciones de Europa se daría con la ascensión de Carlos Martel al trono del reino Franco y la consiguiente instauración de la dinastía merovingia, futura línea dinástica del gran Carlomagno. Siendo anteriormente el mayordomo de la corte y primer dignatario de la corte, éste sería el hombre encargado de detener el pujante avance de multitud de pueblos que anhelaban conquistar los feudos de su nación. Lombardos, eslavos y sajones, pueblos que amenazaban las fronteras del reino, serían aniquilados merced a su enorme energía y destreza militar. Sin embargo, un nuevo adversario venido desde España, el mahometano, habría de someterlo a la empresa más difícil de su vida: Preservar el imperio contra el avance del Islam.
Tomando como base la Península Ibérica (conquistada entre los años 711 y 716) las tropas musulmanas se dirigieron en numerosas ocasiones hacia el mismo límite con Francia para conseguir cuantiosos botines. La exigua resistencia manifestada por los cristianos de la región, aumentada por la nula presencia de los “reyes holgazanes” francos, motivó a los islámicos a realizar mayores campañas, cada vez más ambiciosas. Desde el año 732, éstas estaban comandadas por el emir de al-Andalus (Andalucía) Abd al-Rahman ben abd al-Gafiqi (o Gafiki), visir que se había mostrado cruel e insaciable. Martel, notificado de las andanzas de los moros, pensaba ocuparse de ellos de inmediato. Pero las invasiones de otros pueblos en sus fronteras este y norte, lo desviaron de su objetivo inicial.
Con el tiempo, el panorama de la cristiandad europea de los Pirineos y la Península de España se volvió dramática. Los musulmanes, aliados con los bereberes, continuaron desde el año 711 su avance hacia el sur de Francia haciendo gala de un gran ejército. Su enorme poder obtuvo éxito inmediato y todo cuanto fue de valor en aquellas tierras, fue usurpado. En el año 725, los moros habían ya conquistado todo el Languedoc; y al año siguiente, gran parte de la Borgoña, entonces territorio franco, estaba casi completamente dominada. Cuando se pensaba un avance mayor del Islam, sólo la intervención del duque Eudes de Aquitania, pudo detenerlos. La lucha, establecida en Toulouse, fue cruenta, pero el conocimiento del terreno y el abastecimiento de suministros frescos para los francos, determinaron una victoria que aunque difícil, fue muy esperanzadora.
El duque de Aquitania: La llamada de auxilio.
Los musulmanes, ávidos de venganza, iniciaron una nueva ofensiva en el año 732, cuyo objetivo central era la toma del rico Santuario de San Martín de Tours. Solo, el duque de Aquitania sabe que no podrá resistir mucho tiempo y llama en su auxilio a Carlos Martel (apodado el martillo), quien teniendo ya un mayor respiro en sus otras fronteras, acude de inmediato. Infortunadamente, Eudes no puede evitar perder la batalla con los musulmanes en Burdeos y la ciudad, indefensa y sin mayores respuestas, es devorada por un saqueo espantoso. Mientras tanto, Carlos Martel y sus tropas, estimadas en 75,000 hombres (con seguridad, mucho menos), se reúne con el Duque de Aquitania el 19 de octubre de 732 en Moussais (actual departamento de Vienne), entre Tours y Poitiers.
Ante la batalla inminente, ambos ejércitos forman sus líneas de ataque las cuales, durante 7 días, se observan mutuamente desde lejos, sin empezar batalla. Carlos Martel, que conocía perfectamente el peligro que entrañaba una victoria musulmana, situó a su ejército de cara a un paso geográfico por el que sabía, tendría que cruzar el enemigo. El franco confiaba en la labor de sus huestes, muy experimentadas, y ponía especial énfasis en el poder de su infantería conjuntada. Estas divisiones selectas, armada con espadas, lanzas y escudos, y seguramente a usanza macedónica, presentaban una formación del tipo falange. Los mejores fueron puestos en el centro y hacia los lados, los veteranos.
De acuerdo a las fuentes de los cronistas árabes, ambos ejércitos se dispusieron en el terreno formando un gran cuadrado. Ciertamente, dada la disparidad entre los dos ejércitos (los francos eran casi todos soldados de infantería, en tanto que los musulmanes eran tropa de caballería, ocasionalmente con armadura) Carlos Martel diseñó una estrategia diferente a las antes usadas en sus combates. Privilegiaría ataques cortos, pero de muchos hombres, contra las divisiones árabes. Si lograba que la caballería enemiga no quebrase su línea de defensa, entonces podría obtener la iniciativa.
En Europa, momentos previos al combate, reinaba el invierno. Los francos, más habituados a este tipo de clima que los árabes, de naturalezas más tropicales, estaban bien equipados para soportarlo y además, tenían la ventaja de pelear en sus tierras. Llegó un momento en que viéndose muy cerca, la batalla empezó por orden de Al Gafiki, que no quería posponer la batalla indefinidamente. En el fragor del combate, el primer movimiento del árabe fue ordenar repetidas cargas de caballería. Sin embargo, esta vez la fe de los musulmanes en esta división, armada con sus lanzas largas y espadas curvas, no estaba justificada. Los jinetes, acostumbrados más a la lucha con otras fuerzas al galope, no sabían cómo conducirse entre tantos hombres a pie. En una de las raras ocasiones en las que la infantería medieval resistió cargas de caballería, los disciplinados soldados francos resistieron los asaltos, pese a que, según fuentes árabes, la caballería árabe consiguiera romper varias veces el exterior del cuadro franco.
Poitiers: El freno del avance musulmán en Francia
Como pocas veces, los jinetes árabes, vencedores de otras batallas, se sentían indefensos encima de sus corceles. El estruendo inaudito entre distintas divisiones degeneró pronto en una matanza que la tarde oscura no parecía tolerar. En ese momento, un hecho distrajo a los moros. Perdiendo ya varias posiciones de avanzada, alguien extendió entre un sector del ejército árabe el rumor que la exigua caballería franca estaba aprovechando el desconcierto para llevarse el botín que habían tomado en Burdeos. Los árabes, que temieron perder el tesoro que había sido consignado como pago por sus servicios, retornaron a sus tiendas en seguida; no se sabe qué tan cierto fue ello, pero al parecer, cundió un gran desorden entre los musulmanes.
El movimiento inusual registrado en las tropas del Islam, que parecía una retirada, impuso el caos y la confusión fue total. Para entonces, las pequeñas divisiones de caballería franca y el grueso de la infantería habían logrado pasar a la ofensiva. Al Gafiki, alarmado, fue rodeado mientras intentaba frenar la retirada y fue finalmente muerto. El resto del ejército musulmán, disperso por tantos movimientos intestinos, fue arrollado por la carga definitiva de la caballería del Duque Eudes de Aquitania que aguardaba oculta en los bosques. El movimiento envolvente fue completo y la matanza, solamente la detuvo la noche. Sin posibilidades de reagruparse, y encima, sin líder, los musulmanes supervivientes regresaron a su campamento.
Al día siguiente, cuando los musulmanes no volvieron a la batalla, los francos temieron una emboscada. Sólo tras un reconocimiento exhaustivo del campamento musulmán por parte de los soldados francos se descubrió que los musulmanes se habían retirado durante la noche. El ejército árabe se había retirado hacia el sur, más allá de los Pirineos. Desde entonces, Carlos se ganó su apodo Martel (martillo) en esta batalla y en adelante, sería sumamente respetado entre sus súbditos. La noticia del alejamiento de los moros causó una alegría indescriptible entre sus súbditos, pero Martel debió prolongar su tarea de expulsión a los musulmanes de Francia en los siguientes años y volvería a derrotarlos en la batalla cerca del río Berre y un año después, en Narbona.
La importancia de esta batalla es enorme. La derrota musulmana frenó la expansión islámica hacia el norte desde la Península Ibérica y es considerada por muchos historiadores como un acontecimiento de importancia macro-histórica pues impidió la invasión de Europa por parte de los musulmanes y preservó al cristianismo como la fe dominante. Esta derrota fue el último gran esfuerzo de la expansión islámica mientras hubo todavía un califato unido, y el último gran ataque del Islam desde la península ibérica antes de la caída de la dinastía de los Omeyas en 750, sólo 18 años tras la batalla de Poitiers.
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Una de las batallas más decisivas de la historia ya que una derrota en esa batalla podría haber significado el fin de la cristandad en Europa.