Recuerda que las sensaciones corporales que experimentas cuando te agobias son las reacciones normales del estrés en su forma más exagerada. Son eso y nada más. No te dejes llevar por pensamientos catastrofistas.
Estas sensaciones no son en absoluto perjudiciales ni peligrosas. Son únicamente muy desagradables. No sucederá nada peor. Puedes aguantarlo perfectamente, tu cuerpo está preparado para experimentar estrés en millones de ocasiones. Eres fuerte.
Corta de raíz los pensamientos reincidentes sobre lo que está sucediendo. Si les das importancia, aumentara el pánico. Son solo emociones, y, como tales, se pasarán.
Observa tu cuerpo justamente ahora, en este momento, y no te imagines lo que temas que pueda suceder. Centra tu atención en "aquí y ahora mismo no me pasa nada".
Dale tiempo al miedo para que se vaya. No luches contra él, ni te fuerces a que desaparezca rápidamente. Simplemente respira, espera y deja que se retire poco a poco.
Comprueba que cuando dejas de añadir pensamientos atemorizantes, el miedo se atenúa, se aburre y se va por sí solo.
Recuerda que el objetivo es aprender a afrontar el miedo sin evitarlo, por lo tanto, cada ataque es una oportunidad para progresar.
Piensa en cuánto has avanzado a pesar de todas las dificultades, y anticipa la sensación de haberlo superado una vez más.
Cuando comiences a sentirte algo mejor, mira a tu alrededor y planea qué vas a hacer después: llamar a alguien para contárselo, comerte un helado, dar un paseo...
Cuando retomes lo que estabas haciendo, hazlo de forma relajada, siendo consciente del obstáculo que acabas de saltar. Y felicítate por ello. Después, con calma, en tu casa, analiza lo que más te ha ayudado, para echar mano de ello en la próxima ocasión (si es que hay una próxima, claro)