GUY SORMAN
«El Estado griego no se siente realmente obligado a devolver el dinero a sus acreedores, de igual manera que los ciudadanos griegos no se sienten obligados a pagar sus impuestos a este Estado venido de otra parte»
El Estado griego es un invento de las potencias europeas: esa es la razón por la que es poco legítimo en opinión de los propios ciudadanos griegos. Este invento de Grecia, de 1830, explica el comportamiento de los contribuyentes, que no tienen prisa por pagar sus impuestos, y de un Estado que nunca se ha deshecho de sus orígenes sospechosos. Esta historia contemporánea, mejor que las consideraciones contables, arroja luz sobre la bancarrota que amenaza. Todo empezó con los Románticos cuando Chateaubriand, un gran escritor pero también un magnífico mentiroso, y luego Lord Byron, creyeron encontrar, en Grecia, las fuentes de la civilización occidental. Un malentendido por el que pagamos las consecuencias: si bien es cierto que los griegos contemporáneos viven en el mismo lugar que Aristóteles, existe poca continuidad entre la civilización helenística y la Grecia moderna. La filiación con Bizancio, que los griegos modernos se atribuyen, también es muy tenue. Mark Twain, más realista, admitió cuando visitó Atenas en 1865 que solo había encontrado unos pastores cuyas ovejas pastaban entre las columnas derrumbadas del Partenón.
Estos griegos, en realidad, eran una tribu otomana; pero de la misma manera que Don Quijote soñaba que una campesina fea era su Dulcinea, los europeos insistían para que, a toda costa, los griegos fuesen helenos. No podemos reprocharles a los griegos que se aprovecharan de ello: a lo largo de todo el siglo XIX, los británicos, los franceses y los alemanes sostuvieron las finanzas del Estado griego. Estos últimos pagaban por haber impuesto un príncipe alemán como rey de Grecia en 1833. Este descendiente de Alejandro se llamaba curiosamente Otón de Baviera y reinaba sobre una tribu otomana.
Así es como la explotación del mito helenístico, cuya financiación corría a cargo de los demás europeos, se convirtió en el principal recurso del nuevo Estado griego. Aunque el Estado griego y su economía no cumplían ninguno de los requisitos necesarios para la adhesión a la Unión Europea, Grecia entró en ella en 1981, con el apoyo concreto de Valéry Giscard d'Estaing, gran lector de Chateaubriand. «Como Grecia es la cuna de la civilización, declaró, los artífices de Europa tienen una deuda histórica con ella». Hemos leído bien: no es Grecia la que no paga las deudas, sino que es Europa la que tiene una deuda. No cabe duda de que la mayoría de los griegos comparten este elevado concepto de sí mismos porque se lo ofrecen desde el exterior. ¿Y por qué devolver la deuda del día mientras la deuda histórica no se haya saldado?
La mistificación, inagotable, se reiteró en 2001, cuando Grecia entró en la zona euro sin cumplir ninguno de los requisitos de entrada. Hoy en día acusamos a los dirigentes griegos de falsear la contabilidad nacional, hasta el día en que los mercados descubrieron la impostura. Pero no es cierto: en 2001, los dirigentes europeos sabían y confesaban en privado que las cifras adelantadas por el Estado griego eran falsas, pero, simbólicamente, Grecia tenía que entrar. Otra vez la deuda histórica.
Y nuevamente, cuando Grecia fue candidata a los Juegos Olímpicos de 2004, el Comité Olímpico Internacional sabía que Grecia no disponía de medios, que las deudas no se reembolsarían, pero ¿cómo negarle los Juegos Olímpicos a Atenas, cuando se habían fundado ahí, o por ahí, y cuando Pierre de Coubertin los reinventó en 1896?
Por todas estas razones, el Estado griego no se siente realmente obligado a devolver el dinero a sus acreedores, de igual manera que los ciudadanos griegos no se sienten obligados a pagar sus impuestos a este Estado venido de otra parte. Cierto es que el Gobierno ya no es ni alemán ni militar (desde 1975), pero la República no es totalmente legítima, debido a la corrupción generalizada de los políticos, y a la ineficacia de la administración, pero también —aunque se habla menos de ello— a que muchos griegos no han digerido la guerra civil de 1949, sofocada por una intervención militar anglo-estadounidense. A esto hay que añadirle los varios millones de ciudadanos obligados a hablar griego, que forman unas minorías culturales a quienes se les niega cualquier legitimidad, y que son de origen albanés o turco. En resumidas cuentas, la base ciudadana que considera legítimo el Estado es tan frágil como la base económica que, básicamente, está situada en paraísos fiscales, lejos del fisco.
Por todas estas razones históricas y culturales, el Gobierno griego se ve inducido a multiplicar unos compromisos que no podrá cumplir —los impuestos no van a afluir de repente a las arcas del Estado— o que no querrá cumplir —las privatizaciones le quitarían al Estado su influencia y reducirían el clientelismo— con la esperanza implícita de que los europeos cederán una vez más ante la fascinación del mito. El desenlace es incierto porque Europa sufre con Grecia un «complejo de Edipo»: si Grecia es a la vez nuestro padre y nuestra madre, es conveniente matar al mito, que los europeos y los griegos reconozcan que Grecia es un país normal, a fin de saldar la Deuda y de pagar las deudas.
http://www.abc.es/20110914/economia/abcp-mito-griego-20110914.html
Interesante ver como se puede dar la vuelta a la tortilla a cualquier cosa y a la vez con razones con fundamento. Verdaderamente se puede decir que tambien hay culpa de Europa por dejar entrar a un país de cabras y pastores?