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Más sobre las balanzas fiscales - De la Fuente responde a Germà Bel
Seguimos, Germà. Es cierto que nunca te he oído hablar de expolio fiscal, pero hay mucha gente que sí lo hace y el mensaje de tu artículo en La Vanguardia (LV, 25/9/2012), aunque menos melodramáticamente victimista que muchos otros, era básicamente el mismo: Cataluña está fiscalmente maltratada de una forma que no es normal. Me pareció por tanto un buen “botón de muestra” que ofrecer al lector a la hora de cuestionar esta tesis, con la ventaja de que la imagen del cisne negro me iba estupendamente para el título (EP Negocios, 7/10/2012).
Tu réplica de la semana pasada (EP Negocios, 14/10/2012) destaca que, pese a todo, no he conseguido encontrar ninguna región con un déficit fiscal superior al catalán. Y también es verdad, pero en vez de responderme, soslayas mi argumento. A saber, i) que, ante la falta de datos homogéneos, la carga de la prueba recae sobre ti y no sobre mi, porque eres tú el que afirma algo a priori muy improbable dadas las características del sistema fiscal español y ii) que el examen del caso americano –que tendrás que admitir no es el más favorable a priori para encontrar saldos fiscales muy grandes– no sugiere precisamente un maltrato especial a Cataluña. Es cierto que ningún estado la supera en términos de déficit fiscal sobre PIB, pero algunos se quedan muy cerca, lo que hace pensar que en Europa, donde el sector público y el grado de redistribución son generalmente mayores, la situación catalana no llamaría en absoluto la atención.
También sacas a colación un trabajo reciente del departamento de economía de la Generalitat en el que se pasa revista a algunas balanzas fiscales para otros países. No lo había visto hasta hace unos días. Pero su lectura no cambia en absoluto mis conclusiones: no hay datos homogéneos que permitan comparaciones válidas con otros países y la información que hay no sugiere para nada que Cataluña sea un caso especial.
Me explico. Primero, los datos que se citan en el estudio de la Generalitat no son homogéneos. Como se destaca en el propio trabajo, existen diferencias metodológicas importantes que dificultan las comparaciones entre países. Por ejemplo, en el caso de Australia numerosas partidas sobre cuya distribución territorial no existe información directa se reparten por población de una forma que, de haberse aplicado en el caso de Cataluña, habría reducido su déficit fiscal en relación al estimado por la Generalitat. Puesto que aquí se incluyen cosas tan importantes como las contribuciones al sistema de pensiones, el gasto en defensa (con la excepción de los sueldos del personal militar), los intereses de la deuda y todos los gastos federales realizados en la capital nacional, dudo mucho que los resultados australianos sean comparables con las estimaciones existentes del déficit catalán por el método del flujo monetario. En Bélgica y Canadá existen problemas similares, aunque menos importantes, que obligan a imputar ciertas partidas de gasto e ingreso con indicadores cuestionables, lo que también dificulta su comparación con los saldos regionales españoles. A esto hay que añadir en el caso de Bélgica el problema estadístico que supone la existencia de una importante masa de población que trabaja en Bruselas pero reside en Flandes o en Valonia. Cuando la producción total de la región capital se divide por el número de residentes, ignorando los que trabajan allí pero viven fuera, Bruselas aparece con enorme diferencia como la región más rica del país. Pero puesto que buena parte de sus trabajadores más cualificados viven fuera de su territorio y no pagan impuestos allí, la capacidad fiscal de la región es inferior a la media nacional. Se da así la paradoja de que una región aparentemente muy rica presente un fuerte superávit fiscal. El problema se traslada, además, en alguna medida a Valonia y a Flandes, cuya renta se subestima en una proporción difícil de precisar, distorsionando así la foto y la lógica de los saldos fiscales entre los tres territorios.
Y segundo, la mayoría de los datos que se ofrecen en el estudio de la Generalitat no sugieren en absoluto que Cataluña esté especialmente maltratada una vez se tiene en cuenta su nivel de renta relativa al correspondiente promedio nacional. Con todas las cautelas que exige el párrafo anterior, aceptemos por un momento que Australia Occidental tiene en efecto un déficit fiscal de sólo el 3,93% del PIB tal como se afirma en el estudio citado en el trabajo de la Generalitat. Para valorar esta cifra hay que tener en cuenta que el índice de renta per cápita relativa de este estado es de 107,7 (con el promedio australiano igual a 100). Comparándolo con Cataluña (8,5% de déficit con un índice de renta relativa de 116,4), yo diría que la situación no es muy distinta: el déficit fiscal se come aproximadamente la mitad del diferencial de renta per cápita con la media nacional. Peor es la situación de Ontario, que presenta un déficit del 2,33% del PIB con una renta per cápita relativa de 103,1. Y mucho peor aún sería la de Flandes con un déficit del 4,4% del PIB si fuese cierto que su renta es inferior al promedio nacional (tal como indicaría un índice de PIB per cápita de 99 si no tenemos en cuenta el problema apuntado más arriba). La excepción a la regla no sería por tanto Cataluña, sino Alberta, que con un índice de renta de 145 tendría un déficit fiscal de sólo el 3,23% del PIB. Pero una vez más conviene tener en cuenta las peculiaridades del territorio del que estamos hablando. En el PIB de Alberta pesa mucho una importante producción petrolera que sólo en parte se traslada a la renta personal de sus habitantes y por tanto a los impuestos federales—entre los que no se encuentran los cánones sobre la explotación de recursos naturales.
Del resto de tu artículo me quedo con dos cosas, una alentadora y otra preocupante pero esclarecedora. La primera es que, a la hora de analizar los datos españoles, sugieres quitar la Seguridad Social para acercarnos al gasto discrecional. De acuerdo, pero ¿por qué detenernos ahí? Vayamos directamente al gasto discrecional, y mejor aún, a aquellas partidas del mismo cuya distribución tiene sentido analizar desde una óptica territorial, como pueden ser la financiación autonómica o la inversión en infraestructuras. Creo que estaremos de acuerdo en que aquí hay cosas muy discutibles, y no sólo desde la óptica de los intereses catalanes sino en términos del interés general español. Por ejemplo, ¿por qué Extremadura o Cantabria –por no hablar del País Vasco y Navarra– tienen que estar mucho mejor financiadas que Valencia, Andalucía o Cataluña? o ¿por qué hay que hacer el AVE a Galicia antes que el corredor mediterráneo? La lista se puede alargar tanto como quieras, pero convendrás conmigo en que, vistas así las cosas, adquieren una dimensión mucho más manejable. Si conseguimos discutir sobre problemas específicos en vez de sobre el déficit fiscal agregado, le habremos quitado un cero a las cifras que algunos de nuestros líderes políticos utilizan para cabrearnos, y eso sería un paso importante para reducir la tensión y para empezar a buscar soluciones.
La segunda cosa importante es tu reflexión final. Para ti, el problema de verdad no es realmente el dinero sino la falta de cariño. Yo no termino de verla, pero en fin, el corazón tiene sus razones con las que no se puede discutir. Respeto el sentimiento y respeto el derecho a perseguir la independencia por vías democráticas. Pero me repugna la demagogia que se está haciendo con este asunto. Plantead vuestras reivindicaciones, hablemos, y si el acuerdo no es posible y no queda más remedio, habrá que contar votos para ver si realmente toca divorciarse. Pero por favor, dejad de marear con la cantinela del maltrato fiscal sin parangón, que además de no ser cierta empieza a resultar ofensiva. Para pedir el divorcio no hace falta acusar al otro falsamente de maltrato. Es más, hacerlo suele ser muy mala idea si lo que se pretende es una separación civilizada.