Hace unos cuantos años, me eché mi primera novia cuando yo estaba a nada de cumplir los 19. Ella era una chica bastante guapa, de las típicas que todos los tíos rompen el cuello cuando vas con ella por la calle, y la verdad que nos llevábamos como mejores amigos.
Poco a poco, ciertas actitudes fueron aflorando. En un primer momento eran sutilezas por su parte pero cada día que pasaba, todo era más y más explícito.
En aquellos primeros momentos, cuando yo hacía algo que no le venía bien como podía ser el caso de ir con unos amigos, entrenar cuando a ella no le convenía, o algo similar, me ignoraba durante días, era borde, o simplemente se notaba fría en la relación.
El final fueron insultos constantes, chantajes emocionales en los que intentaba alejarme de mi familia, burlas hacia mi físico, mi forma de ser, y la manera en la que visto, y cosas similares.
Siendo una persona muy sociable, llegó un día en el que me di cuenta de que me había quedado totalmente solo.
Si yo quería salir con mis amigos (no soy muy de salir de fiesta), ella decía que lo pasara bien, pero que no se encontraba cómoda con la situación. Que no era ninguna presión para que no saliera, pero que si salía, ella se iba a sentir mal.
También controlaba mis conversaciones de Whatsapp de forma asidua, e incluso sentía unos celos horribles si yo quería pasar tiempo en familia porque soy muy familiar.
Llegó a anularme como persona de forma absoluta. Era una persona que carecía completamente de empatía.
Si ella hacía algo, era porque iba a conseguir algo aún mejor e iba a salir ganando con el cambio. Llegaba a tal nivel, que yo ayudaba a su hermana de 10 años en cierto deporte que me ha ido siempre bastante bien, y ella no entendía que yo lo hiciese por gusto y ganas de aportar, sin recibir nada a cambio.
Nos obligó a su padre y a mí a cortar esa actividad porque yo tenía que estar en todo momento con ella.
Llegó a tal punto que siendo un buen alumno, en cierto curso de la carrera me quedaron 5 o 6 asignaturas. No podía estudiar. Concentrarme era completamente imposible porque vivía en una montaña rusa emocional de la que no podía bajar.
También me fui interesando por el mundo de las pesas entrenando en casa, y poco a poco conseguí el cuerpo que siempre había querido, aunque su opinión era diferente: "Tu cuerpo me da asco".
A su vez, comencé a ser asiduo en cierto club de tenis porque empecé a entrenar allí, algo que a ella no le gustaba porque había chicas que jugaban al pádel.
Cualquier detalle que yo tuviese hacia ella era considerado como una obligación por mi parte, por lo que lo recibía sin ningún tipo de gratitud ni sorpresa, porque mi obligación era complacerla.
Me di cuenta, tarde, de que ese era el problema. Su egocentrismo y prepotencia eran tales, que todo el mundo que hubiera a su alrededor tenía por ende, que estar sometido a cumplir todos sus deseos. Si no lo hacías, sabías lo que te esperaba. Ser tratado como lo peor de este mundo hasta destrozarte.
Intentaba explicarle los problemas que habían y como sus actos me estaban matando, pero su finalidad en cada conversación era hundirme lo más hondo posible, y darle la vuelta a la tortilla para acabar vencedora.
Yo no podía dormir, no podía estudiar porque concentrarme era imposible, y ni tan siquiera podía escribir como ahora estoy haciendo. Mi mente se encontraba atormentada por sentimientos de inferioridad con respecto al mundo, de malestar, y de incertidumbre. Era algo tan bestia, que en una simpleza como es leer dos líneas, mi atención se iba de forma involuntaria. Era horrible.
Cualquiera de mis actos o palabras tenían que ser perfectamente medidos y justificados si no quería que de nuevo, me hiciese sentir la mayor basura del mundo. Y aunque lo que hiciera fuera tan simple como ir a entrenar, si a ella no le gustaba, me hundía hasta que yo acabase rechazando lo que realmente quería hacer.
Y no sólo eran palabras. Eran muecas de asco hacia mi físico, ridiculizaciones delante de su familia o incluso de la mía, y cosas similares.
El mundo debía estar a sus pies, porque según ella (palabras exactas): "Soy una diosa, chico", "No hay nadie como yo", "¿Y tú qué vas a encontrar mejor que yo?.
Recuerdo cuando vino aquel ángel que llegó a mi vida hace poco menos de un año.
Es una mujer de unos 40 años, y no voy a entrar mucho en detalles.
Me abrí con ella absolutamente, y me hizo abrir los ojos. Le mandaba capturas de nuestras conversaciones, e incluso audios en los que mi exnovia me manipulaba, insultaba, o me ridiculizaba con el fin de chafarme más aún.
La relación se acabó, y esta chica me ayudó durante mucho, mucho tiempo.
Estoy llorando como un niño pequeño de recordar como me cuidaba, como me daba afecto y apoyo. Aclaro que nunca hemos tenido nada más allá de la amistad.
Después de la relación no me quedé bien durante mucho tiempo, y a día de hoy aún tengo traumas y temores de esa fatídica experiencia.
Al cortar, yo tendía a justificar todo lo que hacía, no sabía relacionarme prácticamente con los demás, y me di cuenta de que me había quedado sin amigos. Aquellas palabras y gestos para hundirme aparecían incluso en sueños. Era tal la habitualidad de estos actos, que no sentía como algo normal el no llorar a diario, o no ser hundido. Mi mente temía al bienestar y la estabilidad.
Justificaba de manera repetitiva cualquier cosa insignificante que hacía, hasta el límite en el que la gente se daba cuenta de que no era algo normal.
Escribo esto porque necesitaba soltarlo en algún sitio.