Mi propósito es hablar sobre dos temas: (1) Demostrar que la Alemania Nazi era un estado socialista, y no capitalista. Y (2) demostrar por qué el socialismo, entendido como un sistema basado en la propiedad gubernamental de los medios de producción, requiere para funcionar una dictadura totalitaria.
La identificación de la Alemania nazi como un estado socialista fue una de las grandes contribuciones de Ludwig von Mises.
Cuando uno recuerda que la palabra "Nazi" era una abreviatura para "der Nationalsozialistsiche Deutsche Arbeiters Partei - traducido: el Partido Nacional Socialista de los trabajadores alemanes- la identificación de Mises podría no parecer demasiado digna de mención. ¿Qué otra cosa deberíamos esperar del sistema económico de un país dirigido por un partido con el calificativo "socialista" en su nombre más que sea socialista?
Sin embargo, aparte de Mises y sus lectores, prácticamente nadie piensa que la Alemania nazi era un Estado socialista. Resulta mucho más común creer que representa una forma de capitalismo, que es precisamente lo que los comunistas y el resto de marxistas afirman. La base de tal aseveración se encuentra en el hecho de que la mayoría de las industrias de la Alemania nazi estaban aparentemente en manos privadas.
Lo que Mises descrubrió fue que la propiedad privada de los medios de producción existía sólo nominalmente bajo los Nazis y que la sustancia real de la propiedad de los medios de producción residía en el gobierno alemán. Era el gobierno alemán y no los supuestos propietarios privados quien ejercía todos los poderes sustantivos de la propiedad: é, y no los propietarios privados, decía qué iba a ser producido, en qué cantidad, por qué métodos y a quién debía distribuirse, así como los precios y los salarios que debían pagarse, y qué dividendos y otras rentas debían percibir los supuestos propietarios privados. La posición de estos denominados dueños privados, según demostró Mises, fue reducido esencialmente al de pensionistas gubernamentales.
La propiedad gubernamental de facto de los medios de producción, tal y como la llamó Mises, estaba lógicamente implícita en los principios fundamentalmente colectivistas de los nazis tales como "el bien público antes del bien privado" y "el individuo existe como un medio para los fines del Estado". Si el individuo es un medio para los fines del Estado, también lo es, claro está, su propiedad. De la misma manera que el individuo pertenece al Estado, su propiedad también lo hace.
Pero lo que específicamente estableció de facto el socialismo en la Alemania nazi fue la introducción de controles de precios y salarios en 1936. Fueron impuestos como respuesta a la inflación de la oferta monetaria lleva a cabo por el régimen desde que había alcanzado el poder a principios de 1933. El régimen nazi infló la oferta monetaria para financiar enormes incrementos del gasto público, necesario para sus programas de trabajo público, subsidios y rearme. El control de precios y salarios se impuso como respuesta al incremento de precios resultante de la inflación.
El efecto de la combinación de inflación y controles de precios y salarios es la carestía, esto es, una situación en la que la cantidad de bienes que la gente está dispuesta a comprar excede la que hay a la venta.
La carestía, a su vez, genera un caos económico. No se trata sólo de que los consumidores que lleguen antes a las tiendas están en una posición mejor para comprar todas las disponibilidad de bienes dejando a los consumidores que llegan después con nada -una situación a la que los gobiernos responden con el racionamiento. Los desabastecimientos generan caos por todo el sistema económico. Introducen la aletoriedad en la distribución de la oferta entre áreas geográficas, en la distribución de un factor productivo entre los distintos productos, en la asignación del trabajo y el capital entre las distintas ramas de un sistema económico.
Cuando se combina el control de precios con la carestía, el efecto de una reducción de la oferta de un bien no es, como ocurriría en el libre mercado, el aumento de su precio, el incremento de su rentabilidad, y por tanto la detención de la reducción de la oferta o la reversión si ha ido demasiado lejos. Los controles de precios impiden el incremento de precios y por tanto el incremento de la rentabilidad. Al mismo tiempo, el desabastecimiento ocasionado por controles de precios impiden que los incrementos de la oferta reduzcan el precio y la rentabilidad. Cuando hay una carestía, el efecto de un incremento de la oferta se traduce meramente en una reducción de la severidad del desabastecimiento. Sólo cuando el control de precios se eliminado totalmente, un incremento de la oferta provoca una reducción del precio y de la rentabilidad.
Como resultado, la combinación de controles de precios y carestía hace posible un movimiento aleatorio de la oferta sin que afecte a los precios y a la rentabilidad. En esta situación, la producción de los bienes más triviales y poco importantes, incluso las piedras de animales, pueden ser expandidos a expensas de la producción más urgentemente necesitada -como medicinas vitales- sin cambios en el precio o la rentabilidad de cualquier bien. Los controles de precios impiden que la producción de medicinas se vuelva más rentable cuando disminuye su oferta, mientras que cuando se practica incluso sobre las piedras de animales impide que su producción devenga menos rentable cuando su oferta aumenta.
Tal y como Mises demostró, para enfrentarse con esos efectos no deseados del control de precios, el gobierno tiene que, o bien abolirlos, o bien añadir medidas más drásticas, esto es, precisamente el control sobre lo que se produce, la cantidad, los métodos, y a quién se distribuye, a lo que ya me he referido antes. La combinación del control de precios con todo un conjunto de controles adicionales provoca la socialización de facto del sistema económico. Significa que el gobierno ejerce todos los poderes sustantivos de la propiedad.
Este fue el socialismo instituido por los nazis. Y Mises lo llamó socialismo de tipo alemán o nazi, en contraste con el socialismo más obvio de los soviets, al que denominó socialismo de tipo ruso o bolchevique.
Por supuesto, el socialismo no termina con el caos provocado por una destrucción del sistema de precios. Lo perpetúa. Y si se introduce sin la previa existencia de controles de precios, sus efectos son inaugurar el caos. Esto se debe a que el socialismo no es un sistema económico positivo. Es simplemente la negación del capitalismo y de su sistema de precios. Como tal, la naturaleza esencial del socialismo es exactamente la misma que el caos económico resultante de la destrucción del sistema de precios por los controles de precios y salarios. (Quiero puntualizar que la imposición de un sistema de producción por cuotas del socialismo de tipo bolchevique, con excedentes en todas partes para exceder la cuotas, es una fórmula para la carestía universal, tal y como existe con los controles de salarios y precios).
Como mucho, el socialismo simplemente cambia la dirección del caos. El control gubernamental sobre la producción podría hacer posible una mayor producción de algún tipo de bien de especial importancia, pero lo hace a costa de causar estragos a lo largo del resto del sistema económico. Esto se debe a que el gobierno no tiene ningún medio de conocer los efectos sobre el resto de la economía de su producción mínima de bienes a los que otorga especial importancia.
Los requisitos para ejecutar un sistema de controles de precios y salarios arrojan mucha luz sobre la naturaleza totalitaria del socialismo -con mayor claridad, claro, en la variante alemana o nazi del socialismo, pero también el socialismo de tipo soviético.
Podemos empezar del hecho de que el interés financiero de los vendedores operando bajo controles de precios es evadir los controles y subir los precios. Los compradores, de otro modo, serán incapaces de obtener los bienes que desean, ya que, además, están capacitados para pagar precios más altos para conseguir los bienes que quieren. En estas circunstancias, ¿qué va a conseguir detener el incremento de precios y la aparición de un mercado negro masivo?
La respuesta es una combinación de sanciones públicas combinado con una gran probabilidad de ser aprehendido y sufrir esas sanciones. Las simples multas no parece que vaya a detener nada. Serán consideradas como un gasto empresarial más. Si el gobierno está seriamente implicado en los controles de precios, es necesario imponer sanciones comparables a las de los delitos más graves.
Pero la simple existencia de esas sanciones no es suficiente. El gobierno tiene que hacer además peligroso realizar actividades en el mercado negro. Tiene que alentar el miedo de la gente haciéndoles pensar que podrían ser descubiertos por la policía y, de hecho, encarcelados. Por ejemplo, el gobierno debe atemorizar a un tendero y a su clientela de que si entran en el mercado negro, algún otro cliente lo comunicará.
Pero, debido a la privacidad y secreto en los que se realizan la mayoría de las transacciones del mercado negro, el gobierno debe atemorizarlos también diciendo que algún parte del trato podría ser un agente de la policía tratando de capturarle. El gobierno debe meter miedo a la gente incluso de sus socios de toda la vida, incluso sus amigos y familiares, podrían ser espías. Y, finalmente, para obtener una condena, el gobierno debe dejar la decisión sobre inocencia o culpabilidad en las manos de un tribunal administrativo o de agentes de la policía en el acto.
No puede recaer en juicios con jurados, porque no parece probable que muchos jurados estuvieran dispuestos a declarar culpables a gente que sería condenada a bastantes años de prisión por el crimen de haber vendido unos poco gramos de carne o un par de zapatos por encima del precio máximo.
En resumen, por tanto, los requisitos de un las regulaciones de precios deben compartir las características esenciales de un estado totalitario, esto es, la creación de la categoría de "delitos económicos", para los que la persecución de la felicidad y del interés materia sea tratado como un delito ofensivo; la creación de un aparato policiaco totalitario, lleno de espías e informadores; y el poder de arrestar y encarcelar de manera arbitraria.
Claramente, la ejecución de controles de precios requiere un gobierno muy similar al d Hitler en Alemania o al de Stalin en Rusia, donde prácticamente cualquier persona podía ser un espía de la policía y en el que existe la policía secreta existe con poder para arrestar y encarcelar a la gente. Si el gobierno no desea llegar tan lejos, entonces sus controles de precios se muestran como ineficaces y simplemente se colapsan. El mercado negro alcanza mayores proporciones (Por cierto, nada de esto pretende sugerir que los controles de precios fueron la causa del reino de terror de los nazis. Los nazis comenzaron su reino de terror bastante antes de instaurar los controles de precios. Y, como resultado, instauraron los controles de precios en un ambiente propicio para su ejecución).
La actividad del mercado negro favorece la comisión de crímenes adicionales. Bajo un socialismo de facto, la producción y venta de bienes en el mercado negro supone el desafío a las regulaciones gubernamentales en relación con la producción y la distribución, así como a los controles de precios. Por ejemplo, los propios bienes que se venden en el mercado negro intentan ser distribuidos por el gobierno de acuerdo con su plan, y no mediante el mercado negro. Los factores productivos que se emplean para producir esos bienes pretenden, de la misma manera, ser usados por el gobierno de acuerdo con su plan, y no con el propósito de aprovisionar al mercado negro.
Bajo un sistema de socialismo puro, como el que existía en la Rusia soviética, en el que las leyes del país abierta y explícitamente convertían al gobierno en el propietario de los medios de producción, toda la actividad del mercado negro suponía necesariamente una apropiación injustificada o un robo de la propiedad estatal. Por ejemplo, se consideraba que los trabajadores o directores de las fábricas en la Rusia soviética que retiraban productos para venderlos en el mercado negro estaban robando las materias primas que había entregado el Estado.
Además, en cualquier tipo de estado socialista, nazi o comunista, el plan económico del gobierno es una parte de la ley suprema de la tierra. Todos tenemos una cierta idea de cuán caótico es el proceso de planificación socialista. La distorsión posterior de los trabajadores y directores aprovisionando el mercado negro con materiales para producir es algo que un estado socialista considerará como un acto de sabotaje al plan económico nacional. Y sabotaje es, de hecho, como el código legal socialista lo considera. En coherencia con este hecho, la actividad del mercado negro en un país comunista normalmente acarrea la pena de muerte.
Ahora pienso en este hecho fundamental que explica todo el reino de terror que se vive bajo el socialismo y el increíble dilema en el que un estado socialista se coloca a sí mismo con respecto a las masas de ciudadanos. Por un lado, asume la entera responsabilidad sobre el bienestar económico del individuo. El socialismo de tipo ruso o bolchevique confiesa abiertamente -ésta es la fuente principal de su defensa popular. Por otro lado, en todos los sentidos que uno pueda imagina, el estado socialista consigue una increíble chapuza. Convierte la vida del individuo en una pesadilla.
Cada día de su vida, el ciudadano de un estado socialista debe emplear grandes cantidades de tiempo para esperar en colas sin fin. Para él, los problemas que experimentaron los americanos con la carestía de gasolina en los 70 son normales; simplemente que no los experimenta en relación con la gasolina -dado que no posee un coche y no tiene esperanzas de hacerlo- sino en relación con simples elementos como el vestido, las verduras o incluso el pan. Incluso más grave, está forzado frecuentemente a trabajar en un lugar que no ha elegido y que, por tanto, debe odiar con toda seguridad. (En tanto bajo la carestía el gobierno debe decidir la distribución del trabajo así como la del resto de los factores materiales de producción). Y además vive en una situación de hacinamiento inverosímil, con pocas ocasiones para la privacidad. (Al existir carestía de viviendas, los planificadores asignan las casas; las familias son obligadas a compartir los apartamentos. Y se adopta un sistema de pasaportes y visados internos para limitar la gravedad de la carestía de vivienda en las áreas del país donde más interesa). Para decirlo con claridad, una persona que viva en esas condiciones tiene que hervir en resentimiento y hostilidad.
Entonces, ¿contra quién sería más lógico que los ciudadanos de un estado socialista dirigieran su resentimiento y hostilidad más que contra el propio estado socialista? El mismo estado socialista que se había proclamado responsable de sus vidas, prometiendo una existencia llena de felicidad, es de hecho el responsable de haberles proporcionado el infierno. Así, los líderes de un estado socialista viven un dilema adicional, tienen que forzar a la gente diariamente a creer que el socialismo es un sistema perfecto cuyos malos resultados sólo pueden deberse a la obra de hombres perversos. Pero si eso fuera cierto, ¿qué persona cuerda no identificaría a los hombres perversos con los dirigentes mismos, quienes no sólo han convertido la vida en un infierno, sino que han pervertido un sistema supuestamente perfecto?
Se sigue, por tanto, que los dirigentes de un estado socialista deben sentir un continuado terror por la gente. Por la lógica de sus acciones y enseñanzas, el agobio y el resentimiento de la gente debería alentarlos a una orgía de venganza sangrienta. Los dirigentes sienten esto, aunque no lo admitan abiertamente; y, en consecuencia, su mayor preocupación es mantener el control de la ciudadanía.
Por consiguiente, es cierto pero inadecuado decir simplemente cosas como que en el socialismo hay falta de libertad de prensa o de expresión. Por supuesto, están libertades están ausentes. Si el gobierno es propietario de todas las publicaciones y periódicos, si decide los propósitos de las imprentas y del papel que se crea, entonces obviamente nada que el gobierno no quiera que se edite podrá ser editado. Si es propietario de todos los salones, ningún se podrá ofrecer ningún discurso público o académico que el gobierno no desee que se pronuncie. Pero el socialismo va más allá de la mera falta de libertad de expresión y prensa. Un gobierno socialista aniquila completamente estas libertades. Convierte la prensa y cualquier foro público en un vehículo para una propaganda histérica en su propio provecho, y se implica en la implacable persecución de todo aquel que se desvía una pulgada de la línea oficial del partido.
La razón de estos hechos es el miedo de los dirigentes socialistas hacia la gente. Para protegerse a ellos mismos, deben ordenar que el ministerio de propaganda y a la policía secreta funcionen 24 horas al día. El primero para desviar continuamente la atención de la responsabilidad del socialismo y de sus dirigentes en relación con la miseria de la gente. El segundo, para remover y silenciar a todo aquel que remotamente sugiera que los dirigentes socialistas son responsables del desastre -eliminar a todo aquel que empieza a dar signos de pensar en ese sentido. Es por el miedo de los dirigentes, y por su desesperada necesidad de encontrar chivos expiatorios a los fallos del socialismo, que la prensa de los países socialista está siempre llena de historias sobre conspiraciones extranjeras y sabotajes, o sobre corrupción y mala administración de los oficiales subordinados, y por qué periódicamente es necesario desenmascarar conjuras domésticas a gran escala y sacrificar a importantes oficiales y facciones enteras en purgas gigantescas.
Es por su terror, y su desesperada necesidad de aplacar cualquier aliento de la más mínima oposición potencial, que los dirigentes socialistas no están dispuestos a consentir siquiera actividades puramente culturales que no estén controladas por el Estado. Cuando la gente se reúne para un show artístico o para leer poesía no está controlada por el estado, y los dirigentes temen que se diseminen ideas peligrosas. Cualquier idea no autorizada es peligrosa, pues pueden llevar a que la gente empiece a pensar por sí misma y, por tanto, empiece a cuestionarse la naturaleza del socialismo y de sus dirigentes. Los gobernantes temen las reuniones espontáneas de un puñado de personas en una habitación, por lo que emplean la policía secreta y el aparato de espías, informadores y terror para, o bien detener esas reuniones, o bien cerciorarse de que su contenido es completamente inocuo para el Estado.
El socialismo no puede durar mucho tiempo sin usar el terror. Tan pronto como el terror se relaja, lógicamente el resentimiento y la hostilidad se levantan contra los gobernantes. El panorama está dispuesto para una revolución o una guerra civil. De hecho, en ausencia de terror, o, más correctamente, de un suficiente grado de terror, el socialismo estaría caracterizado por una sucesión de revoluciones y guerras civiles, tan pronto como cada grupúsculo de dirigentes se mostrara incapaz de hacer funcionar exitosamente el socialismo, tal y como lo demostraron sus predecesores. La inferencia necesario que debemos alcanzar es que el terror experimentado en los países socialistas no se debe simplemente a la obra de personas perversas, como Stalin, pero brota de la propia naturaleza del sistema socialista. Stalin puede pasar a la posteridad porque su inusual predisposición y astucia para usar el terror eran las características específicas necesarias por un gobernante socialista para permanecer en el poder. Llegó al poder por un proceso de selección natural: la selección del peor sujeto.
Tengo que anticipar un posible error con respecto a que el socialismo es totalitario por su naturaleza. Se refiere a los supuestos países socialistas gobernados por socialdemócratas, como Suecia u otros países escandinavos, que no son claramente dictaduras totalitarias.
En esos casos, es necesario darse cuenta de que si bien no son totalitarios, tampoco son socialistas. Sus partidos gobernantes pueden blandir su filosofía como el fin último, pero no han implementado el socialismo como sistema económico. Su sistema económico real es el de un mercado obstaculizado, tal y como Mises lo llamó. Aunque más obstaculizada que la nuestra en muchos sentidos, el sistema económico es esencialmente similar al nuestro, dado que la fuerza motora característica de la producción y la actividad económica no es el decreto gubernamental sino la iniciativa privada de propietarios que buscan el beneficio particular.
La razón por la que los socialdemócratas no establecen el socialismo cuando alcanzan el poder es que no se atreven a realizar lo que el socialismo requiere. La implantación del socialismo como sistema económico necesita de un activo masivo de robo -los medios de producción deben ser expropiados de sus propietarios y apropiados por el Estado. Tal expropiación ciertamente generaría una gran resistencia por parte de los propietarios, resistencia que sólo podría ser vencida a través del uso generalizado de la fuerza.
Los comunistas estaban y están dispuestos a conseguirlo por la fuerza, como se evidenció en la Rusia soviética. Su carácter es el típico de los ladrones armados preparados para asesinar a la víctima en caso de que sea necesario para perpetrar el atraco. El carácter de los socialdemócratas, en contraste, es más parecido al de los carteristas, que pueden hablar de dar el gran golpe algún día, pero que no se sienten capaces de asesinar lo necesario, y que, por tanto, se retractan a la más mínima señala de resistencia seria.
Con respecto a los nazis, no tuvieron que asesinar para controlar la propiedad de los alemanes, salvo en el caso de los judíos. Esto se debió a que, como hemos visto, establecieron el socialismo con sigilo, a través de controles de precios, que sirvió para mantener la apariencia externa de propiedad privada. Los propietarios privados fueron despojados de su propiedad sin saberlo y, por tanto, no sintieron necesidad de defenderse por la fuerza. Creo haber demostrado que el socialismo -el socialismo real- es totalitario por su misma naturaleza.
En los EEUU actualmente, no tenemos ninguna forma de socialismo. Y no tenemos una dictadura, mucho menos una dictadura totaitaria. Tampoco tenemos aun un sistema fascista, a pesar de que nos estamos desplazando hacia él. Entre los elementos que todavía nos faltan está el partido único y la censura. Aun tenemos libertad de expresión y prensa, y elecciones libres, aunque ambas han sido socavadas y su continuidad no puede ser garantizada.
Lo que tenemos es una economía de mercado obstaculizado que está creciendo hacia una todavía más obstaculizada a través de mayor intervención gubernamental, y que se caracteriza por una creciente pérdida de la libertad individual. El crecimiento de la intervención económica del gobierno es sinónimo de pérdida de la libertad individual porque significa un incremento en la iniciación de la fuerza física para conseguir que la gente haga aquello que voluntariamente no haría o para impedir que hagan lo que voluntariamente harían.
Dado que el individuo es el mejor juez de sus propios intereses, y que, como regla general, pretender seguir su interés y evitar lo que daña su interés, se sigue que a mayor intervención gubernamental, mayores serán los ámbitos donde los individuos no puedan hacer aquello que les beneficia y, en cambio, se les obligue a hacer lo que les perjudica.
Hoy en los EEUU, el gasto público, federal, estatal y local, ocupa casi la mitad de los ingresos monetarios de los ciudadanos que no trabajan para el gobierno. Quince departamentos federales, y un mayor número de agencias reguladoras federales, todo junto y, en ocasiones, con sus contrapartidas estatales y local, se entrometen rutinariamente en cualquier área de la vida de los ciudadanos. En modos innumerables, al ciudadano se le saquea, se le fuerza y se le prohíbe.
El efecto se una interferencia gubernamental tan monumental es el desempleo, la inflación, la caída en los salarios reales, la necesidad de trabajar más tiempo y más duramente, y la creciente inseguridad económica. El efector posterior es el crecimiento del miedo y el resentimiento.
Aunque la política de intervención del gobierno debería ser su lógico objetivo, el enfado y el resentimiento que la gente sienten es dirigido, en cambio, hacia los empresarios y los ricos. Este es un error alimentado en su mayor parte por la ignorancia y la envidia de los intelectuales del establisment y los medios de comunicación.
Y de acuerdo con esta actitud, desde el colapso de la burbuja de la bolsa, que de hecho fue generada por la política de la Reserva Federal de expandir el crédito y luego reventada por su abandono, los fiscales del gobierno han adoptado lo que parece ser una particular política de venganza hacia los altos ejecutivos, culpables de la deshonestidad financiera, dado que sus acciones fueron responsables por las generalizadas pérdidas consecuencia del colapso de la burbuja. Así, la antigua cabeza de una gran compañía de telecomunicaciones fue condenado a 25 años de presión. Otros altos ejecutivos han padecido un destino similar.
Incluso más ominoso, el poder del gobierno para obtener condenas criminales se ha convertido en equivalente al poder para destruir una empresa, tal y como ocurrió con el caso de Arthur Andersen, la mayor auditoría del mundo. La amenaza de usar este poder fue suficiente para forzar a las mayores aseguradoras de los EEUU a cambiar a sus directivos de conformidad con el Abogado General del Estado de Nueva York. No hay manera de describir esta evolución salvo como condena y castigo sin juicio y como una extorsión del gobierno. Estos son grandes pasos a lo largo de un camino muy peligroso.
Afortunadamente, todavía hay suficiente libertad en EEUU para deshacer todo el daño que se ha hecho. Primero hay libertad para decirlo y denunciarlo públicamente.
Más fundamental resulta que hay libertad para analizar y refutar las ideas que se encuentran por debajo de estas políticas destructivas que ya han sido adoptadas o que podrían serlo. Y éste es el punto crítico. Ya que el factor fundamental en el que se basa el intervencionismo y, por supuesto el socialismo, sea nazi o comunista, son las ideas erróneas y, sobre todo, las ideas erróneas sobre economía y filosofía.
Existe ahora un extenso y creciente cuerpo de literatura que presenta ideas sólidas en estos dos campos. A mi juicio, los dos autores más importantes en estos campos son Ludwig von Mises y Ayn Rand. Un conocimiento profundo sobre su literatura es indispensable para una exitosa defensa de la libertad individual y el libre mercado.
Este instituto, El Ludwig von Mises Institute, es el centro líder del mundo en la difusión de las ideas de Mises. Presenta un flujo continuo de análisis basado en sus ideas, análisis que aparecen en sus revistas académicas, sus libros y periódicos, y en su website diariamente aparecen nuevos artículos que estudian los asuntos de actualidad. Educa a estudiantes de instituto y universidad y a jóvenes profesores, en sus ideas y en las ideas relacionadas de otros miembros de la Escuela de economía austriaca. Esto lo consigue a través de la Mises Summer University, las Austrian Scholars Conferences y una gran variedad de seminarios.
Dos formas de luchar por la libertad es educarse uno mismo hasta el punto de ser capaz de hablar y escribir en defensa de la libertad de manera tan articulada como los profesores asociados con el instituto o, si uno no tiene tiempo o inclinación para dedicarse a esa actividad, entonces puede dar apoyo financiero en la medida en que pueda al Instituto para realizar su vital tarea.
Es posible darle la vuelta a la situación. Una sola persona no puede hacerlo. Pero un número grande y creciente de gente inteligente, educada en la causa de la libertad económica, y que hable, discuta y la defienda siempre que sea posible, es capaz de formar gradualmente las actitudes de la cultura y así las de la naturaleza de su sistema político y económico.
Todos los que estáis en esta charla ya estás implicados en este gran esfuerzo. Espero que continuéis e intensifiquéis vuestro compromiso.