Fang perdió ambas extremidades inferiores en la masacre de Tiananmen, hoy hace 24 años, pero siempre ha mantenido que no fue incapacitado hasta cinco años después. Estaba participando en los VI Juegos para Discapacitados del Lejano Oriente y el Pacífico, su primera gran competición en un viaje con el que esperaba convertirse en atleta paraolímpico, cuando agentes de seguridad irrumpieron en su hotel y le comunicaron que quedaba excluido del equipo. "Sólo soy un atleta, sólo soy un atleta", repetía mientras se lo llevaban arrestado.
Fang Zheng ha vivido estos 24 años bajo el acoso de las autoridades chinas. Al igual que el resto de los heridos y los familiares de los fallecidos en 1989, representa el recordatorio incómodo de un episodio que el Partido Comunista Chino (PCCh) ha tratado de borrar. Los libros de historia y medios de comunicación no lo mencionan o lo hacen a su manera: la masacre fue "un incidente", los manifestantes "criminales" y la represión una "acción necesaria para proteger a la ciudadanía".
Mantener la mentira oficial durante todos estos años ha requerido de algo más que truncar el sueño paraolímpico de Fang Zheng, que hoy tiene 47 años. Al regresar de la competición fue despedido de su empleo estatal y se dio orden para que no fuera contratado en ninguna empresa pública, obligándole a vivir de la pensión de sus padres. La policía vigila su casa las 24 horas del día, su teléfono está intervenido y sus movimientos limitados, no tanto por la amputación de sus piernas, sino por las condiciones impuestas por los defensores del pensamiento único. A los ojos del Partido Fang es un traidor de la patria. Y sin embargo, cuando le entrevisté años atrás, la única de sus heridas que no terminaba de cicatrizar era no haber podido representar a China en unos Juegos Paraolímpicos. "Fue como si el tanque hubiera aplastado mis piernas otra vez", me dijo sobre su sueño truncado.
Los dirigentes chinos aplican el mismo trato de Fang a las Madres de Tiananmen, empeñadas en recordar que sus hijos no han recibido justicia, a los sospechosos de simpatizar con aquella revuelta e incluso a quienes murieron en ella, cuyas tumbas son cercadas por la policía cada vez que se acerca un aniversario. Temen que alguien pueda confundirlos por héroes. Así son las dictaduras: no olvidan, especialmente a quienes les recuerdan lo que son.
Las víctimas de Tiananmen conmemoran un nuevo aniversario con temor a que el régimen esté ganando la batalla por la desmemoria. La represión ha obligado a muchos heridos de la revolución fallida a ocultar, incluso ante sus hijos, cómo perdieron un ojo o una pierna. Una propaganda dedicada a enterrar la verdad, y el miedo de quienes la conocen a revelarla, han logrado que la mayoría de los jóvenes chinos desconozcan lo ocurrido hace 24 años. La negativa de los líderes chinos a crear una comisión de investigación o aceptar responsabilidad alguna ha cerrado la puerta a reparaciones o algo parecido a la justicia.
El resultado es que incluso entre los extranjeros que estos días se declaran admiradores del régimen chino, periodistas y diplomáticos entre ellos, se ha ido imponiendo la versión revisionista de que la acción del PCCh no fue para tanto o fue necesaria para que China llegara a ser la potencia que es, como si el país solo hubiera podido prosperar bajo la dictadura, los cadáveres de inocentes y una historia manipulada. Frente a quienes pretenden que la masacre de Tiananmen nunca existió, Fang Zheng es el recuerdo, mutilado, que sostiene la esperanza de que algún día el pueblo chino conozca la verdad.