Conducir siete horas desde Oklahoma, pasar el fin de año lejos de casa y dedicar tres días a llamar por teléfono a desconocidos parece el plan ideal para las vacaciones navideñas de un estudiante de 22 años. A menos que lo motive un ideal, o un líder carismático. Algo similar ocurrió hace cuatro años en Iowa, el pequeño estado del Medio Oeste de Estados Unidos que propulsó la carrera de Barack Obama a la Casa Blanca con la movilización de miles de voluntarios, muchos de ellos veinteañeros.
Cuatro años después, el entusiasmo del invierno del 2008 queda lejos. La atonía ha dominado la campaña para los caucus o asambleas electivas del Partido Republicano, que esta noche abren la serie de elecciones para decidir quién se enfrentará a Obama en noviembre. Ahora lo más similar a la obamamanía –la fe en la persona y el mensaje del candidato Obama– es lo que podría llamarse ronpaulmanía: el culto a las ideas y la persona del congresista de Texas Ron Paul.
"Simplemente es honesto. Creo en todo lo que dice. Es el perfecto ejemplo de un ciudadano americano que se presenta a la presidencia. Te dice la verdad". Collin Mastbrook, estudiante de publicidad de Oklahoma City, no tiene aspecto de votante republicano. Lleva un gorro estilo Bob Marley y una barba que le acerca más a un bohemio de Brooklyn que al clásico estudiante conservador con blazer, corbata y mocasines. Así son los voluntarios de Ron Paul. Veinteañeros, idealistas y dedicados al líder, un médico de 76 años que, con intervalos, ha sido congresista desde 1976.
Algunos sondeos pronostican su victoria en los caucus. Pero probablemente sería una victoria de escaso recorrido: ideológicamente Paul se encuentra demasiado alejado del sentir mayoritario del Partido Republicano. Y le resultará difícil ganar en otros estados. Pero en ningún lugar de Iowa se respira estos días un ambiente que recuerde tanto al de la campaña de Obama en el 2008 como en la sede de la campaña de Ron Paul, en las afueras de Des Moines. Y en ningún mitin de ningún candidato los asistentes parecen tan convencidos.
Hotel Marriott en Des Moines, la capital. Aquí empieza la última gira relámpago por Iowa. Hay más periodistas y curiosos que seguidores de Paul. Pero hacen ruido. Y el candidato, acompañado de su hijo, el senador por Kentucky Rand Paul, no defrauda. "Hay una cosa que hace América grande –dice Ron Paul–. La libertad in-di-vi-dual". Y reitera su programa: reducir a un mínimo el papel del Estado federal en la economía y la vida privada de las personas –lo que incluye legalizar la marihuana y abolir la Reserva Federal, el banco central de EE.UU.– y retirar las tropas estadounidenses diseminadas por todo el mundo.
El aislacionismo de Ron Paul es lo que le diferencia del resto de candidatos a la nominación. Y, junto su espíritu independiente y su doctrina individualista, es lo que seduce a las tropas voluntarias, dispuestas a regalar su tiempo y dinero por la incierta campaña de esta mezcla de abuelo cascarrabias y brujo de la tribu. "Con Ron Paul sé lo que obtengo.
Con los demás no lo sé. –dice el voluntario Mastbrook–. Recortará de verdad el gasto en el Gobierno federal y pondrá riendas a la política exterior, que nos conduce a la bancarrota. Además, defenderá las libertades civiles". Paul es lo que en EE.UU. se llama un libertario. Nada que ver con Buenaventura Durruti. En sentido estricto, el libertario estadounidense aboga por acabar con la intrusión del Estado en la vida privada de los ciudadanos. Pero el libertarismo de Paul tiene un reverso antipático que sus seguidores soslayan. No es sólo el abuelo excéntrico que canta las verdades al establishment de su partido. Paul, por ejemplo, ha reconocido que en 1964 habría votado en contra de la ley de derechos civiles que puso fin a la segregación racial. Porque, desde la óptica libertaria, ¿qué derecho tiene el Estado federal a regular la admisión en establecimientos privados?
En los años ochenta y noventa, el congresista publicó con su nombre un boletín que defendía posiciones racistas y homófobas, y daba pábulo a todo tipo de teorías conspirativas. Ahora sostiene que él no lo escribió ni controlaba el contenido del boletín. Pero en algunos aspectos no hay ningún candidato tan cercano a la extrema derecha como Paul. "Está contra Iraq y quiere legalizar la marihuana", constata Sean Faircloth, ex político demócrata y activista a favor de la separación iglesia-Estado. Pero Faircloth señala que, pese a su aura contracultural, Paul también ha asumido las posiciones de la derecha religiosa en cuestiones como el aborto o el matrimonio gay. "Los jóvenes no tienen en cuenta sus posiciones teocráticas. Y creo que la mayoría se sentirían consternados si supiesen que durante una década publicó cosas racistas en su boletín –añade–. La ironía de la campaña de Paul es que los jóvenes, muchos de los cuales son ateos, lo tratan como una religión. Si les das información contradictoria, lo niegan".