Buenas:
hoy, con las primeras romerías, ha empezado mi cuerpo a sentir la misma vergüenza de todos los años. Y así la seguirá sintiendo durante dos meses, sin que deje de crecer de manera gradual cada día que pase.
Soy muy contrario a muchas de las costumbres más intrínsecas de la sociedad española y, más concretamente, de la andaluza. No me gustan nada y, por lo tanto, no las sigo. Intento respetarlas en la medida de lo posible, pero llega un momento en el que la vergüenza propia y ajena me derriba. Ese momento llega cuando aquellas costumbres que tanto bochorno me produce salen en televisión y están al servicio de la vista y oído de gente del resto de España y del extranjero. Esa crítica, con un trasfondo de patetismo y de irrigación de la vergüenza ajena, se convierte en etiquetas, y esa etiqueta se convierte en abyección.
Hay quienes portan esas etiquetas (que yo considero negativas) muy orgullosos. También los hay quienes no respetan que algunos no compartamos esa manera de vivir aquello que les gusta y nos tachan de "contrarios". Contrarios por no ir con la masa; contrarios por tener personalidad propia... Contrarios por ser contrarios.
De esas costumbres suelo ignorar sin perder la dignidad emocional aquellas fiestas patronales, aquellos bailes y representaciones físicas e incluso aquellos días señalados en el calendario y en los que salen imágenes por la calle. Incluso llevo con cierta entereza, en términos de vergüenza, esa semana dedicada exclusivamente al paseíto que se dan esas imágenes, con sus cientos y cientos de feligreses tanto delante (vestidos de nazareno) como detrás (acompañando). Pero lo que termina pudiendo conmigo es esa "festividad" llamada El Rocío, celebrada en la aldea homónima.
Denigrante. Días en los que la gente se harta de comer tierra, vestidos como pordioseros (por la suciedad que se les impregna), y bebiendo, cantando y rezando durante todo el día. Gente que se hace centenares de kilómetros incluso, montados en una carreta y viviendo a lo nómada.
Todo eso, hilando muy fino, incluso puede tener un pase, hasta que llega el momento más denigrante de la celebración: el salto a la reja y lo que desencadena...
Centenares de almonteños pegándose entre ellos para coger la imagen en volandas. Codazos, pisotones, empujones... Los que ahí terminan en el suelo no les queda más opción de hacer "el armadillo" y esperar, entre dolores múltiples, a que la ola de rudos avance en cualquier dirección y se aleje del improvisado abatido. Pero ojalá se quedase en eso. Hay momentos más funestos para el raciocinio humano, como cuando hay ciertas señoritingas (a las que me son imposible llamar madres) que cogen sus bebés, los levantan y los ponen en manos de los zafios asistentes para que se los pasen, cuales pelotas de rugby, hasta que toquen los varales del paso. Decenas de metros recorridos por el bebé, de mano en mano; de tristeza a humillación. Porque dicen que da suerte.
Sólo puedo terminar este thread con una breve conclusión: asco.