Esto es debido a las reglas fonotácticas que se establecieron en el español, es decir, el español admitía algunas combinaciones de sonidos, mientras que rechazaba otras. Si los hablantes se encontraban con una combinación rechazada por la lengua, lo que se hacía era cambiarla por una combinación que sí estuviera ya admitida. Por ejemplo, el español actual no admite el grupo /s/ + consonante a principio de palabra, por lo que la mayoría de los hispanohablantes que no se hayan formado específicamente en ello pronunciarán el inglés still /stɪl/ como /estíl/, es decir, insertarán una /e/ para hacer la combinación de sonidos admisible, igual que es admisible “estar” /estár/ (del latín stare /stáre/).
Lo mismo pasaba cuando los hablantes de la península se encontraban con grupos complejos del latín. Por ejemplo:
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latín aptare /aptáre/ > “atar” (se ha perdido la /p/)
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latín luctum /lúktum/ > “luto” (se ha perdido la /k/)
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latín pectus /péktus/ > “pecho” (los dos sonidos se han fusionado en uno intermedio)
Esta es la evolución regular de este tipo de grupos consonánticos en español. Este tipo de palabras son patrimoniales, es decir, han sufrido todos los cambios propios del español desde el latín. Lo mismo pasó con “setiembre” y “otubre” (que, no me cansaré de repetir, se escriben en minúscula):
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El latín Septembrem /septémbrem/ tiene un grupo consonántico /pt/, que se había simplificado en todos los casos en español, por lo que da “setiembre“, igual que aptare da “atar”.
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El latín Octobrem /októbrem/ realmente no es el modelo del español —ya que /o/ no da /u/ (antes al contrario: /u/ sí puede dar /o/)—, sino una variante osco-umbra, Octuber /oktúber/; sea como fuere, tenemos un grupo consonántico /kt/ incompatible con las reglas fonotácticas del español antiguo, por lo que uno de los procedimientos era la simplificación del grupo, que resulta en “otubre“.
No voy a descubrir nada nuevo a nadie si digo que “se(p)tiembre” y “o(c)tubre” están emparentados con “siete” y “ocho”, respectivamente. Citaremos la Crónica abreviada del infante don Juan Manuel:
por que los rromanos, quando conquerieron toda la tierra, pusieron le nombre ‘agosto’, que quier tanto dezir commo acrescentador; e al otro, setienbre, porque hera seteno del mes de março; e al otro ochubre por que hera ochauo; e noviembre por que era noveno; e al otro dezienbre por que hera dezeno del mes de março en que solian començar el anno segunt auedes oydo.
Sí: ochubre es el ochavo mes contando desde marzo. Efectivamente, “ochubre” es la forma puramente patrimonial, igual que “ocho” proviene de octo (y nadie se escandaliza), “noche” de noctem, “pecho” de pectus, etc. La palabra “ochubre”, sin embargo, sufrió siempre el estigma bajo el latín October, por lo que los hablantes intentaron “recomponerla”, acabando en el ya mencionado “otubre”, que era la otra solución y sonaba más a latín que “ochubre”.
Cuando a final de la Edad Media y, sobre todo, en el Siglo de Oro se empezaron a introducir muchos cultismos en el español, los grupos consonánticos que hasta entonces no estaban admitidos volvieron con más fuerza en unos casos y con menos en otros. Incluso palabras que hasta entonces habían estado simplificadas volvieron a los orígenes latinos: “acetar” > “aceptar” (de acceptare); “efeto” > “efecto” (de effectum). Muchas otras palabras permanecieron simplificadas, aunque se introdujeron las formas (semi)cultas con otro significado afín: “plática” ↔ “práctica” (de practica); “afición” ↔ “afección” (de affectionem); etc.
Las reglas fonotácticas del español seguían siendo las mismas, sí, pero la gente que introdujo estos cultismos era, valga la redundancia, gente culta. Igual que —digámoslo así— actualmente la gente culta es la que sabe inglés y sabe pronunciarlo correctamente, la gente culta de la época era la que sabía latín y sabía pronunciarlo correctamente. Gracias al esfuerzo de estos eruditos, los antiguos grupos consonánticos latinos, eliminados otrora del español, volvieron a la lengua. Así pues, estos nombres volvieron a “recomponerse” recuperando los grupos consonánticos antes simplificados, pero ahora nuevamente aceptables: “septiembre” y “octubre”.
En los casos concretos de “setiembre” y “otubre”, ambas formas aparecen en el diccionario. En la entrada de “setiembre” no hay una marca que diga que es una forma en desuso, ya que efectivamente mucha gente pronuncia /setiémbre/, posiblemente por influencia de una lengua cooficial: setembro en gallego y setembre en catalán. En la entrada de “otubre”, en cambio, se marca como una forma en desuso, es decir, que ya (casi) nadie la emplea.
Tenemos, por tanto, al menos dos problemas. El primero, que se sigue del párrafo anterior, es que mucha gente no sabe consultar el DRAE: el diccionario advierte de forma bien clara con una marca diacrónica de que “otubre” está en desuso. El segundo, como casi siempre en este tipo de linchamientos, la “intolerancia lingüística“: cualquier cosa que sea diferente o alternativa a la que uno usa es mala e incorrecta; en este caso, por ejemplo, si uno usa “septiembre”, cualquier alternativa se califica inmediatamente de ignorancia, sin pararse a pensar en las causas de la corrección o incorrección de esa alternativa, que normalmente las hay aunque se desconozcan.