Algunos dijeron que la enfermedad del siglo XXI sería la depresión. Con el tiempo, parece una profecía autocumplida. Cada vez son más las campañas políticas y mediáticas en apoyo del cuidado de la salud mental; cada vez son más los que precisan de psicólogos para seguir adelante en sus vidas. Allá donde vayas te encuentras gente pidiendo ayuda: terapias, charlas motivacionales, coaching, etc. Empresas, institutos, universidades... en muchos ámbitos empieza a verse indispensable la necesidad de un par de horas a la semana de orientación psicológica.
El debate es sencillo. ¿Hasta qué punto hemos convertido las emociones humanas en las propias culpables de nuestras carencias como individuos? ¿Hasta qué punto hemos convertido a la tristeza por no alcanzar las ambiciones o sueños personales en una enfermedad propia? ¿Somos realmente honestos con nosotros mismos o nos estamos fingiendo locos, como el Quijote de la segunda parte de la obra, aquel que ya veía la realidad tal como era, pero prefería seguir engañándose a sí mismo?
En fin, que digáis lo que penséis sobre todo este nuevo mundo que se nos viene. Yo ya estoy preparado para acudir como borrego a mi hora de terapia semanal.