En estos días en los que Túnez está de moda yo prefiero hablar de un país sobre el que la generalidad de la población opinará sin saber, o ni eso, el día en que los medios crean conveniente otorgarle dos minutos de informativos. Se trata de Sudán.
El país más grande de África se independizó en 1956, tras estar controlado por Egipto e Inglaterra. El norte es desértico y zona musulmana, mientras que el sur, de geografía más boscosa y con pastos, está poblado por cristianos y animistas.
Desde la independencia, los musulmanes han tratado de unificar el país bajo su mandato y su doctrina, lo que ha causado varios conflictos. La última guerra civil se inició en 1983 y se perpetuó hasta 2005. En los acuerdos de paz firmados por el general-dictador Omar Hassan Ahmad al-Bashir (sobre el que pesan dos órdenes de arresto emitidas por el Tribunal Penal Internacional) y el Movimiento de Liberación Popular, se estableció un gobierno de coalición, el reconocimiento para el sur de un régimen autonómico y el compromiso, transcurridos 6 años, de que se realizaría un referéndum para que el sur decidiese su futuro.
Dicho referéndum se ha celebrado a principios de este mes y se espera que el resultado sea a favor de la independencia pues, además, durante años se han producido todo tipo de torturas y represiones hacia la población sureña por parte de los musulmanes del norte. Desde el rapto de mujeres y niños para convertirlos en esclavos (la esclavitud ha sido un método que se ha empleado desde los inicios del islam y que sigue vigente en algunos países, como el Yemen) hasta torturas y asesinatos a opositores del régimen y a cristianos, algunos de los cuales al parecer han sido crucificados (si hacéis una rápida búsqueda en google podéis encontrar múltiples fuentes al respecto).
En cuanto a la economía del país, su principal fuente de riqueza y exportación reside en el petróleo, cuyo principal comprador es China. Además, el 80% de los yacimientos se encuentran en el sur, por lo que es muy probable que el Gobierno no acepte de buen grado el resultado del referéndum, en caso de resultarle desfavorable.
Ya se verá lo que finalmente ocurre, pese a que la ONU o Estados Unidos ya han manifestado su deseo de que el referéndum se respete. Por otra parte, ejemplos como el de Sudán no sólo dejan patentes una vez más los problemas que provoca el imperialismo expansionista del islam, sino la situación en la que quedó África tras el final de la II Guerra Mundial y el abandono progresivo del colonialismo. Una imposición de fronteras no definidas y, en bastantes casos, inviables por motivos raciales, sociales o religiosos.
En parte la pasividad de la comunidad internacional, especialmente de organizaciones internacionales absurdamente sobreestimadas como la ONU, ha fomentado la continuidad de muchos conflictos armados, con la participación secundaria de países occidentales que han subvencionado el mercadeo de poder a cambio de favores económicos. Pero, por otro, está la imposibilidad de que dichos países se gobiernen a sí mismos sin intervención externa, mal vista por considerarse que África estaría igual o más oprimida y debe ser libre. Es una visión curiosa, especialmente si analizamos la situación de países antaño sometidos a dominación colonial, como La India, y su trayectoria a lo largo de estos años, que arroja un resultado claramente negativo. Una vez llegados a este punto, la principal responsabilidad recae en sí mismos y en sus gobernantes, sobre los que sí debería, en mi opinión, actuar firmemente la justicia internacional en los casos extremos que culminan en genocidios y represión civil; pero no es algo que suela ocurrir, como vemos en el caso ya expuesto del general Bashir.
El objeto del hilo, aparte de que a todos nos suene un poco más Sudán, es reflexionar sobre cómo se debe actuar para mejorar la situación de África, tanto en términos económicos o políticos como sociológicos, porque al final la población civil es la que más sufre la falta de estabilidad y de expectativas de transición pacífica. Aunque no hay que olvidar que a veces la cultura y costumbres profundamente arraigadas también son una traba a la evolución e, incluso, un ataque contra los derechos básicos que podrían facilitar la prosperidad individual y social.