¿Por qué cuando estamos a gusto el tiempo pasa más rápido de lo normal y las situaciones desagradables parecen eternas? La respuesta está en nuestras percepciones inconscientes.
El mejor modo de comprobarlo es a través del cine, en particular las películas rodadas con tomas largas. Un buen ejemplo es el comienzo de Sed de mal (Orson Welles, 1958).
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Pero el caso más claro es La soga (Hitchcock, 1948).
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La película está compuesta de ocho rollos de diez minutos de duración unidos entre sí con primeros planos de objetos, por lo que el espectador no percibe ningún corte. Es esto lo que hace que transcurra en tiempo ''real'', mientras que en otros filmes asociamos directamente un corte brusco de cámara con un salto en la trama.
Aviva esta sensación el hecho de que la historia transcurre en un apartamento con el cielo de Nueva York de fondo, que va cambiando progresivamente. De la tarde a la noche, el propio director afirmó que el espacio de tiempo es de unos 115 minutos. Sin embargo, la duración real es de 80 minutos, incluidos los créditos. Y el espectador no capta en ningún momento que falte algo; al contrario. Se puede hacer incluso más larga por la intensidad narrativa.