dos profesiones y dos formas distintas de afrontar cada una de ellas. Empecemos por el médico. Por un lado tenemos un médico de tipo A que se limita a diagnosticar enfermedades sin demasiado interés/tiempo y recetar medicinas. Por otro tenemos a un médico de tipo B que, además de lo anterior, se preocupa por los hábitos alimenticios, descanso, ejercicio e higiene del paciente con el fin de hacer un diagnóstico más preciso, además de poder aconsejar, si el paciente lo desea, en cómo mejorar esos hábitos si fuera preciso. En resumidas cuentas, no solo curar sino enseñar a cuidarse. Supongo que estaremos de acuerdo en que el segundo tipo de atención médica, aunque requiere de mayor dedicación, resulta muchísimo más positiva para el paciente a largo plazo; siempre se ha dicho que más vale prevenir que curar. Evidentemente, un médico de tipo B requiere de una formación más completa de lo habitual. Debe dominar no solo su especialidad sino también otros terrenos como la nutrición o la biología del sueño y el deporte. Pero ese no es el tema que nos atañe.
Hablemos ahora de otra profesión: el técnico informático. Tenemos al técnico de tipo A, el cual se limita a diagnosticar problemas y arreglarlos. Por otro lado tenemos al técnico de tipo B que, además de lo anterior, facilita a su cliente, siempre que lo desee, la información necesaria para prevenir problemas recurrentes como infecciones víricas o lentitud del sistema y aconsejar buenas prácticas para evitar problemas graves como la pérdida de datos o el deterioro físico del equipo. Una vez más, supongo que no cabe ninguna duda de que en caso de necesitar un técnico elegiríamos al segundo sin dudarlo, especialmente si el coste fuera el mismo o similar.
Estos dos ejemplos tienen un punto en común fundamental; podemos decir que si lo que buscamos es la optimización de recursos, los profesionales de tipo A están realizando un trabajo ineficiente, a pesar de estar ahorrando tiempo aparentemente: pudiendo aconsejar a sus pacientes/clientes en cómo mejorar su día a día para prevenir problemas futuros no lo están haciendo, de modo que tendrán que recurrir a sus servicios con mayor frecuencia. Por otro lado, los profesionales de tipo B realizan un trabajo óptimo en lo que a optimización de recursos se refiere ya que, con un índice de probabilidad altísimo, sus pacientes/clientes no necesitarán ayuda con la misma frecuencia que los atendidos por los profesionales de tipo A. Es cierto que los segundos invierten más tiempo inicialmente con sus pacientes pero a medio-largo plazo eso supondrá un ahorro considerable, no solo de tiempo sino también de recursos.
En la actualidad el número de profesionales de tipo A desbancan de manera abrumadora a los de tipo B. La razón es bien sencilla: el sistema económico capitalista se sostiene gracias al consumo, lo cual convierte a la optimización de recursos en su mayor enemigo. Por eso, mientras un profesional de tipo A satisfaga una necesidad de forma momentánea se asegura, además de un sueldo, un cliente potencialmente insatisfecho a corto, medio o largo plazo. Esta práctica genera dependencia y si lo que pretendemos es ahorrar en recursos deberíamos promover la autonomía.
Si ahora entramos en detalles enseguida vemos como la rueda consumista se acelera vertiginosamente. La industria farmacéutica, la cual está íntimamente ligada a la medicina, se sostiene gracias al consumo de fármacos; en otras palabras: vive de la enfermedad del hombre. Alguien que mantiene buenos hábitos alimenticios, que descansa sus horas y que hace deporte comedido disfruta generalmente de muy buena salud, incluso a edades avanzadas, lo cual le convierte en un importante freno para esta rueda de consumo. Por eso a nadie debería sorprenderle el hecho de que tantísimos alimentos estén condimentados con ciertos químicos que son perjudiciales para la salud o que la industria farmacéutica siempre esté poniendo trabas en la conquista de determinadas enfermedades y en contra de terapias y medicinas alternativas a la medicina convencional que han demostrado ser efectivas, como la naturopatía. Toda esa oposición favorece el consumo y, en consecuencia, el enriquecimiento de esa industria y de toda persona que se sustenta en ella pero en ningún caso supone un beneficio social, que es a lo que aspira todo hombre y mujer que entiende el concepto social en toda su profundidad.
Después de esta breve exposición uno podría pensar que quizá siendo un profesional de tipo B, debido a su escasez y exclusividad tendría una clientela fiel y podría mantenerse en una sociedad de tipo capitalista y quizá incluso hacer un buen negocio. Con este tipo de planteamientos, que si bien son ciertos en determinados contextos pero no aplicables a cualquier entorno, tan solo estaríamos perdiendo el norte en este debate: el capitalismo sólo es sostenible fomentando falsa eficiencia. Si todo médico fuera un profesional de tipo B, el consumo de fármacos se vendría abajo como un castillo de naipes; no sólo eso, la necesidad de asistencia médica se reduciría notablemente, lo cual llevaría inevitablemente a miles de médicos al paro. Lo mismo sucedería con técnicos informáticos y otras tantas profesiones. Evidentemente no toda profesión está expuesta a este problema puesto que hay muchos trabajos que se enfocan en satisfacer necesidades del día a día, como lo son el transporte, la restauración, la hostelería o la formación académica. Pero al margen de estas, el colapso sería monumental y el capitalismo fracasaría estrepitosamente.
Quiero finalizar con una sencilla analogía referente a lo expuesto que ayudará a la reflexión: si tuvieseis un hijo, ¿le enseñaríais a cocinar llegado el momento o, por el contrario, le pondríais el plato en la mesa día tras día sin dejarle acercarse jamás a la cocina para que así dependiera de vosotros de por vida? La sociedad empieza en nuestras casas...