Imaginemos que alguien necesita clavar un clavo en un tablón. Se le proporciona para ello un martillo. Todos sabemos la forma correcta de usar un martillo, pero esta persona decide usar el mango para golpear el clavo con un movimiento de vaivén en vez de con la cabeza y un movimiento ligeramente pivotante. Todos los que sabemos usar un martillo se nos hace absurda e ineficiente esa forma de hacerlo. Este tío podrá alegar insumisión contra las reglas de la carpintería, pero en realidad sólo es un imbécil que utiliza mal una herramienta en su propio perjuicio.
El idioma, al igual que el martillo, no es más que una herramienta. Imagino que en parte ese rollito de descaro en el uso del lenguaje se origina como reacción a los señaliemtos de errores lingüísticos que se venían usando como medio para el descrédito del discurso del perpetrador de la falta gramatical u ortográfica de turno. Vamos, una defensa ofensiva y una máscara conveniente para ocultar la ignorancia ante la humillación de los queridos grammar nazis.