El descubrimiento de cuerpos bajo las calles de Tokio obligó a Japón a admitir el empleo de seres humanos en unas horrendas pruebas de armas biológicas. Los obreros que trabajaban en Shinjuku, un activo y prestigioso barrio de la capital en plena reurbanización, quedaron estupefactos. La noticia del descubrimiento en 1989 provocó que el gobierno se viera obligado a reconocer el más terrible secreto de la Segunda Guerra Mundial. Pocos metros más allá de la construcción estuvo el laboratorio del teniente general Shirô Ishii, padre del programa de guerra biológica japonés; la Unidad 731. Los cobayas humanos empleados en los experimentos fueron trasladados desde la base de Manchuria para su estudio. Al terminar la guerra, fueron enterrados en una fosa común.
El joven Ishii era un brillante microbiólogo del ejército. Con su llamativa personalidad, pronto atrajo la atención de los oficiales veteranos y se aseguró una rápida promoción. Alineándose con ultranacionalistas del Ministerio de Guerra, presionó para el desarrollo de armas biológicas. Cuando Japón invadió Manchuria en 1931, vio su oportunidad. Fue en Beiyin-he, a 70 km de Harbin, donde inició sus experimentos. Con un amplio presupuesto anual y 300 hombres, su primera misión recibió el nombre de Unidad Togo.
Conocidas como Campo Prisión Zhong Ma, las instalaciones de la Unidad 731 se construyeron con mano de obra forzada china. En el centro, un gran edificio, el Castillo Zhong Ma, albergaba los prisioneros y un laboratorio. Los elegidos para las pruebas humanas se llamaban marutas, que significa troncos. Numerados en orden creciente hasta 500, los prisioneros eran desde bandidos y criminales hasta ''personas sospechosas''. Estaban bien alimentados y hacían ejercicio regularmente, pero sólo porque su salud era vital para obtener unos buenos resultados científicos.
Cuando Ishii necesitaba un cerebro humano para experimentar con él, ordenaba a los guardianes que obtuviesen el órgano. Cogiendo a un prisionero, uno lo sujetaba contra el suelo boca abajo, y otro le partía el cráneo con un hacha. El cerebro se retiraba de un modo chapucero y era llevado rápidamente al laboratorio de Ishii. Los restos del prisionero sacrificado se echaban al crematorio del campo.
Los primeros experimentos se centraron en enfermedades contagiosas, como el ántrax y la peste. En una prueba, a unos guerrilleros chinos se les inyectaron bacterias de peste. Doce días después, se retorcían con 40 grados de temperatura. Uno sobrevivió durante 19 días antes de practicarle la autopsia en vivo.
Unos prisioneros fueron envenenados con gas fosfeno y a otros se les inyectó cianuro de potasio. Algunos sujetos fueron sometidos a descargas de 20000 voltios. Los que sobrevivían quedaban a disposición para probar inyecciones letales o para practicarles autopsias en vivo. Cada muerte era registrada por miembros de la unidad.
Los trabajos de Ishii, así como su personalidad, le permitieron prosperar y mudarse en 1939 a una instalación tan grande como el campo de Auschwitz. El nuevo cuartel estaba en Pingfan, Manchuria. Un campo en Mukden retenía prisioneros de guerra americanos, británicos y australianos, en el que también se realizaban experimentos.
Las congelaciones empeoraban el rendimiento militar durante los crudos inviernos de Manchuria. Por eso, la experimentación sobre la congelación fue muy importante. Unos prisioneros desnudos se sometían a temperaturas bajo cero y les golpeaban los miembros con palos hasta que sonaban con un ruido seco y metálico, lo que indicaba que el proceso de congelación se había completado. Luego, los cuerpos se ''descongelaban'' empleando técnicas experimentales. Otras prácticas eran la suspensión de sujetos boca abajo para determinar cuánto tardaban en ahogarse; inyección de aire para ver la evolución de las embolias; o inyectar orina de caballo en los riñones.
Sin ningún asomo de culpabilidad, Ishii redactaba regularmente documentos en los que describía los resultados. En los mismos se indicaba que las pruebas se efectuaban con monos, pero era un secreto a voces que los sujetos reales eran seres humanos.
Hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, Ishii, entonces teniente general, ató a sus subordinados con un juramento de secreto. Pingfan y otros lugares fueron destruidos, e Ishii y sus hombres se marcharon a casa en el anonimato. Las actividades de la Unidad 731 permanecieron ocultas, pero no para los servicios secretos aliados que buscaban los informes, temiendo posteriormente que se hicieran con ellos los soviéticos.
Los fiscales del Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio fueron advertidos de que no debían indagar demasiado, al igual que los supervivientes. Se ofreció inmunidad a todos los miembros de la unidad de Ishii a cambio de información y cooperación. Había empezado un gran encubrimiento de la guerra. Finalmente, el secreto oficial prescribió en 1993, cuando se desclasificaron los informes de los experimentos biológicos de la Segunda Guerra Mundial.
Después de la guerra, muchos de los que intervinieron en la Unidad 731 tuvieron suerte. Varios de ellos se graduaron en medicina y uno llegó a dirigir una compañía farmacéutica japonesa. Otros lograron importantes cargos.
Médico japonés examina las vísceras de un prisionero atado y sin anestesiar:
Una mujer embarazada es descuartizada:
Corté abriéndolo desde el pecho hasta el estómago mientras gritaba terriblemente. Para los cirujanos, esto era el trabajo de cada día (Patólogo anónimo unidad 731)
La guerra biológica debe tener muchas posibilidades. De otro modo, la Liga de las Naciones no la habría prohibido (Ishii)