“Tía, ¿no entras?”
La manera de intimidar que tenía Tony Soprano era pidiendo por favor las cosas.
Hay algo aún más peligroso que creer que la opinión pública siempre tiene razón: creer que no la tiene nunca. Lo pienso cuando leo una oportuna frase del Tribunal Supremo a propósito del crimen de Fago: “El discurso judicial nunca puede ser vicario de la voluble y evanescente opinión pública. Con frecuencia se ha de remar a contracorriente”.
Esta gran frase, que rescata en su voto particular el juez de La Manada, puede aplicarse a muchos discursos más allá del judicial, y además encierra una bonita paradoja: uno es tan independiente cuando descubre que rema en contra y decide seguir adelante como cuando, con su independencia de criterio, descubre que los demás han llegado a la misma conclusión y, sin embargo, decide seguir remando con ellos, sean quienes sean. Se cree, pese a todo, que hacer seguidismo de la opinión pública es un error diferente que el de contrariarla por defecto, como si la mera oposición tuviese más prestigio intelectual. Y así tenemos cada día voces “en el desierto” o “a contracorriente”, “necesarias” y, en muchas ocasiones, “políticamente incorrectas”, fáciles de detectar porque nunca van con el rebaño y casi nunca contra el pastor.
Esta gran frase, que rescata en su voto particular el juez de La Manada, puede aplicarse a muchos discursos más allá del judicial, y además encierra una bonita paradoja: uno es tan independiente cuando descubre que rema en contra y decide seguir adelante como cuando, con su independencia de criterio, descubre que los demás han llegado a la misma conclusión y, sin embargo, decide seguir remando con ellos, sean quienes sean. Se cree, pese a todo, que hacer seguidismo de la opinión pública es un error diferente que el de contrariarla por defecto, como si la mera oposición tuviese más prestigio intelectual. Y así tenemos cada día voces “en el desierto” o “a contracorriente”, “necesarias” y, en muchas ocasiones, “políticamente incorrectas”, fáciles de detectar porque nunca van con el rebaño y casi nunca contra el pastor.
Por eso, al contrario de lo que ocurre en otros ámbitos, es necesaria la independencia judicial: para que los jueces puedan sentenciar sin necesidad de agradar a nadie o con obligación de agradar a todo el mundo, sin que un ministro Sálvame pulule alrededor. Y por eso la justicia, incluido el voto particular, sigue funcionando esta semana de forma independiente a la fe de millones de personas; de forma tan independiente que, por el camino de las pruebas y los testimonios, les ha dado la razón a los creyentes: la creyeron, hermana, y condenaron a los acusados a nueve años de cárcel, pero en lugar de agresión sexual han dicho que es abuso porque hay una reforma del Código Penal pendiente no para aumentar las penas, sino para adecuar las épocas. Los hechos probados describen lo que es una agresión sexual en la calle y un abuso, según los jueces, en el Código, y el prevalimiento obvia la manera de intimidar que tenía Tony Soprano, que es pidiendo por favor las cosas.
Por lo demás, en la sentencia —recurrida por todos y hasta por el pueblo, a través de su principal vehículo judicial: Change— hay una escena desgraciadamente reveladora. Cuando una vecina de la calle Paulino Caballero abrió el portal de su edificio, un brazo enorme voló encima de ella y sujetó la puerta. Se extrañó, porque no había visto a nadie al llegar, y le preguntó al dueño de ese brazo, José Ángel Prenda, si iba a entrar en el edificio. Prenda contestó que sí, la esquivó para meterse dentro sin dejar de aguantar la puerta, y la apremió.
—Tía, ¿no entras?
https://elpais.com/elpais/2018/05/01/opinion/1525187626_876560.html