Según la Wikipedia, la endofobia es 'un neologismo que se entiende como la aversión o desprecio a los aspectos de la identidad cultural y/o características fenotípicas del propio grupo étnico, como también a los individuos de la misma nación, ya sea solo por tener la nacionalidad o los aspectos socioculturales de la idiosincrasia del país o región de origen. Es considerado el inverso a la xenofobia, que es el rechazo a lo que se percibe como 'extranjero'.'
En las últimas 2 décadas, fruto de unas semillas mucho más antiguas, se viene observando un fenómeno social muy concreto. No somos pocas las personas que hemos crecido y desarrollado nuestra identidad política y moral en los valores de la izquierda, que en estos últimos 10-20 años, nos hemos visto obligados a utilizar la ya arquetípica frase: 'yo he sido toda la vida de izquierdas, pero'. Frase qué, me incluyo, se suele utilizar para encabezar un argumento que se opone frontalmente a los valores que hoy en día ha adoptado la nueva 'izquierda', de los que hablaremos a continuación; y frase qué, tan inevitablemente como injustamente nos condena a un ostracismo a los que la usamos que poco más o menos nos hace sentirnos a la altura de personajes como Hitler, o el señor más paleto, racista y fascista de la España más profunda, a la vista del prisma moral de esta nueva 'izquierda'. Sin exageraciones, un ostracismo que nos incluye a la fuerza en el grupo social denominado como derecha, a pesar de que no nos sintamos parte de dicho grupo. Lo que nos deja huérfanos, ya que la nueva 'izquierda' no nos acepta y nosotros claramente no somos de derechas. Pero es aquí donde ocurre algo interesante, es en este ostracismo donde encontramos un paralelismo importante con esa derecha a la que se pretende desterrarnos, y ese paralelismo el que genera una empatía que surge irremediablemente como un fenómeno social nuevo que hace que la izquierda desterrada se dé la mano y camine en hermandad junto a la derecha tradicional: no somos endófobos.
Desde hace unas cuantas décadas para acá, fruto de unas corrientes literarias y filosóficas muy concretas surgidas en occidente durante la totalidad del siglo XX, un tumor ha ido creciendo muy poquito a poco dentro de la izquierda internacional. Un tumor que paso a paso y muy lentamente, se ha terminado convirtiendo en el corazón de lo que hoy en día se entiende como el sistema moral de la izquierda: la endofobia. Un cáncer que de una forma muy sutil y muy sofisticada, se ha ido haciendo con el control total de la cosmovisión de la izquierda política. Tanto es así que, a día de hoy, todo aquel que no sea endófobo, no solo no puede ser considerado de izquierdas, sino que es desplazado al otro extremo de la mesa, y sentado al lado de los mayores criminales de la derecha histórica. Es aquí donde nace el famoso fenómeno de: 'si no estás de acuerdo conmigo, eres facha'. Que sería la versión española, pero teniendo su versión todos los países occidentales en los que este cáncer afecta al corazón de sus izquierdas. 'Todo lo que esté un milímetro a la derecha de mí, es fascismo y Hitler'.
Es un fenómeno que se ha podido observar en los últimos años, pero que, por desgracia, ya no es necesario hoy en día haber estudiado ciencias políticas para identificarlo. Porque amigos, el cáncer ha crecido tanto que ya hemos llegado al punto de no retorno. La metástasis ha tenido lugar, y ya nadie puede detenerlo. A día de hoy ya nadie puede negar que es el odio y el absoluto rechazo a la identidad nacional y cultural de los pueblos autóctonos lo único que define hoy en día al movimiento masivo que supone la izquierda internacional. Un fenómeno que se cree moralista y justiciero, pero que lo único que produce y ofrece para llegar a sus fines idealistas es autodestrucción y nada más. Su único planteamiento es la absoluta e inmediata desestructuralización de todo lo que nos define y ya está, no existe ningún tipo de solución en su propuesta social más allá de la barbarie y la disolución. Un fenómeno respaldado ciegamente por una mayoría social lobotomizada a través de sus emociones y a la que se ha manipulado para que sus funciones racionales queden totalmente inhabilitadas y no puedan usar el pensamiento crítico ni tan siquiera a la hora de enfrentarse a situaciones de supervivencia básica como las que enfrenta a día de hoy occidente. Un control mental tan profundo y tan radicalmente emocional que dibuja escenas en las que la misma víctima de la violencia, exculpa a su agresor por el simple hecho de ser de una cultura, raza o nación diferente, sin ser esta escena una caricatura sino un vergonzoso y fiel retrato de la realidad.
Esta nueva 'izquierda', que no es sino el ejército de zombis que apuntará siempre hacia donde las corrientes predominantes quieran que apunten, ha roto el viejo paradigma político y ha creado uno nuevo, mucho más sencillo y alcanzable hasta para los estúpidos, mucho más fácil de usar. Ya no hay idealismo político, ya no importa el obrero, ya no importa la verdadera injusticia social, la institucionalizada, los pobres… Ahora todo se reduce a endofobia o xenofobia. Para esta nueva 'izquierda' solo existen esas dos caras. Si no odias tu identidad (endofobia), eres, sin lugar a dudas, un fascista xenófobo que odia todo lo que no sea autóctono. Esa es la nueva dicotomía que presenta esta nueva 'izquierda' internacional que parece imbatible y contra la que no se puede competir. Y este es el cáncer que nos está obligando a desaparecer por habernos atrevido a cometer el simple pecado de nacer. El odio más absoluto y radical hacia todo lo que somos y todo lo que nos representa como norte en la brújula moral. El inexorable avance hacia la extinción de nuestra cultura, de nuestra identidad y de nuestra historia…
Yo, que he sido de izquierdas toda mi vida y rechazo el destierro al que me quiere condenar la sociedad, prefiero morir atropellado por esta máquina de autodestrucción de pie y con orgullo, que vivir el tiempo que me queda de rodillas y amedrentado por su maquinaria de linchamiento público y pensamiento único. He aquí mi rebelión contra lo inevitable y mi inconformidad con mi destino. Me rebelo ante ello. Elijo morir con la cabeza bien alta. Orgulloso de ser quien soy, de dónde he nacido, de mi cultura, de mi historia, de mi gente, de mi familia… y de los valores que generación tras generación han llegado a mí y me han convertido en la persona que soy hoy en día.