Bauglir
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Silencioso es el fondo de mi mar: ¡quién adivinaría que esconde monstruos juguetones!

Imperturbable es mi profundidad: mas resplandece de enigmas y risas flotantes.

Hoy he visto un sublime, un solemne, un penitente del espíritu: ¡oh, cómo se rió mi alma de su fealdad!

Con el pecho levantado, y semejante a quienes están aspirando aire: así estaba él, el sublime, y callaba:

Guarnecido de feas verdades, su botín de caza, y con muchos vestidos desgarrados; también pendían de él muchas espinas - pero no vi ninguna rosa.

Aún no había aprendido la risa ni la belleza. Sombrío volvía este cazador del bosque

del conocimiento.

De luchar con animales salvajes volvía a casa: mas desde su seriedad continúa mirando un animal salvaje - ¡un animal no vencido aún!

Ahí continúa estando, como un tigre que quiere saltar; pero a mí no me agradan esas almas tensas, a mi gusto le repugnan todos esos retraídos.

¿Y vosotros me decís, amigos, que no se ha de disputar sobre el gusto y el sabor? ¡Pero toda vida es una disputa por el gusto y por el sabor!

Gusto: es el peso y, a la vez, la balanza y el que pesa; ¡y ay de todo ser vivo que quisiera vivir sin disputar por el peso y por la balanza y por los que pesan!

Si este sublime se fatigase de su sublimidad: entonces comenzaría su belleza, - sólo entonces quiero yo gustarlo y encontrarlo sabroso.

Y sólo cuando se aparte de sí mismo saltará por encima de su propia sombra - y, ¡en verdad!, penetrará en su sol.

Demasiado tiempo ha estado sentado en la sombra, pálidas se le han puesto las mejillas al penitente del espíritu; casi murió de hambre a causa de sus esperas.

Desprecio hay todavía en sus ojos; y náusea se esconde en su boca. Ahora reposa, ciertamente, pero su reposo no se ha tendido todavía al sol.

Debería hacer como el toro; y su felicidad debería oler a tierra y no a desprecio de la tierra.

Como un toro blanco quisiera yo verlo, resoplando y mugiendo mientras marcha delante del arado: ¡y su mugido debería alabar además todo lo terreno!

Oscuro es todavía su rostro; la sombra de la mano juega sobre él. Ensombrecido está todavía el sentido de sus ojos.

Su acción misma es todavía la sombra sobre él: la mano oscurece al que actúa. Aún no ha superado su acción.

Es verdad que yo amo en él la nuca de toro: mas ahora quiero ver también incluso los ojos de ángel.

También su voluntad de héroe tiene todavía que olvidarla: un elevado debe ser él para mí, y no sólo un sublime: - ¡el éter mismo debería elevarlo a él, el falto de voluntad!

Él ha domeñado monstruos, ha resuelto enigmas: pero aún debería redimir a sus propios monstruos y enigmas, en hijos celestes debería aún transformarlos.

Su conocimiento no ha aprendido todavía a sonreír y a no tener celos; aún no se ha vuelto tranquila en la belleza su caudalosa pasión.

En verdad, no en la saciedad debería callar y sumergirse su ansia, ¡sino en la belleza! El encanto forma parte de la magnanimidad de los magnánimos.

Con el brazo apoyado sobre la cabeza: así debería reposar el héroe, así debería superar incluso su reposo.

Pero cabalmente al héroe lo bello le resulta la más dificil de todas las cosas. Inconquistable es lo bello para toda voluntad violenta.

Un poco más, un poco menos: justo eso es aquí mucho, es aquí lo más.

Estar en pie con los músculos relajados y con la voluntad desuncida: ¡eso es lo más difícil para todos vosotros, los sublimes!

Cuando el poder se vuelve clemente y desciende hasta lo visible: belleza llamo yo a tal descender.

Y de nadie quiero yo belleza tanto como precisamente de ti, violento: sea tu bondad tu última superación de ti mismo.

De todo mal te creo capaz: por ello quiero yo de ti el bien. ¡En verdad, a menudo me he reído de los debiluchos que se creen buenos porque tienen zarpas tullidas!

A la virtud de la columna debes aspirar: más bella y más delicada se va tornando, pero en lo interior más dura y más robusta, cuanto más asciende.

Sí, sublime, alguna vez también tú debes ser bello y presentar el espejo a tu propia belleza.

Entonces tu alma se estremecerá de ardientes deseos divinos; ¡y habrá adoración incluso en tu vanidad!

Éste es, en efecto, el misterio del alma: sólo cuando el héroe la ha abandonado acércase a ella, en sueños, - el super-héroe.

Así habló Zaratustra.

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