El impacto me recorrió el brazo.
Un chorro cálido me salpicó el pecho, como si fuera agua caliente.
Fue Kovacs el que dijo "MADRE" con una voz amortiguada por el látex. Fue Kovacs el que cerró los ojos. Y fue Rorschach el que los abrió de nuevo.
Según mi soplón, el hombre que utilizaba aquellos locales se llamaba Gerald Grice. Cuando entré en el local no estaba, se encontraba bebiendo por ahí. Volvió a la sastrería a las 10:45. Ya era de noche, la oscuridad era total.
Cuando entró le arrojé los sus perros descuartizados, calló al suelo y le levanté por el pecho, cogí unas esposas y le encadené a una vieja estufa, rocié toda la abitación con queroseno y le puse alado una sierra.
-Yo que tu no me molestaría en intentar separar las esposas.
-No te dará tiempo.
Me quedé en la calle. Observe cómo se quemaba. Me imaginé el aspecto de los torsos sin extremidades que se hallaban dentro, de los pechos ennegrciéndose, de los vientres ardiendo lentamente, estallando en llamas uno a uno.
Me quedé durante una hora, nadie salió de allí