- Corría el año 1999, Diciembre lluvioso como de costumbre en mi tierra. Por aquel entonces nos entreteníamos como cualquier niño de la época, bicis, canicas, fútbol en descampados con cristales rotos y petardos, cantidades ingentes de petardos.
Una buena tarde, decidimos comprar en un kiosko ilegalmente unos petardos llamados "mechas negras". Constaba de un envoltorio de cartón marrón sin ningún dibujo o motivo, una mecha bastante larga y negra y mucha, muchísima pólvora a presión.
Después de tenerlos en nuestras manos y admirar aquella monstruosidad que nos había costado 500 pelas nada mas y nada menos, decidíamos que íbamos a destruir haciéndolo volar en mil pedazos.
Fueron muchas las ideas y algunas muy buenas: Un buzón, un tubo de escape, una cañería, una farola, el hamster de nuestro amigo Enrique, etc...
Mientras discutíamos entre empujones y coscorrones, salió Doña Francisca de su casa, una amable señora viuda que siempre nos echaba del árbol donde nos subíamos, cagándose en nuestras putas madres.
En aquel momento vi la luz.
Nos fuimos dolidos del árbol entre cariñosos insultos como "vieja de mierda" "choca de los cojones" o "A ver si te mueres ya" y propuse que aquella tendría que ser la ultima vez que nos hacían abandonar nuestro territorio. Íbamos a darle su merecido.
Doña Francisca veía todas las tardes en su mecedora con la puerta abierta su ración triple de culebrones y telenovela. "Rosalinda" era su favorita y la emitían sobre las 18:00, hora perfecta donde todos estábamos libres y podíamos admirar nuestra venganza que tantos años llevábamos esperando.
Me ofrecí voluntario para llevar a cabo la salvajada que se nos ocurrió. Mientras mas tranquila y apacible estaba, iba a encender el monstruo que tenia entre mis manos, iba a abrir suavemente la puerta e iba a arrojar el petardo justamente en el saloncito donde se encontraba ella.
Llovía, me deslice pegado a la pared de la casa, agachado, para que no pudiera verme por la ventana, intenté encender el mechero, pero con la lluvia se apagaba. Tras varios intentos lo conseguí, y la mecha prendió silenciosa pero firmemente y lo lancé cerca de su mecedora.
Salí corriendo como alma que lleva el diablo, me junte con mi pandilla y esperamos...
Habían pasados muchos segundo y no se escuchaba nada y algunos de mis amigos empezaban a mirarme mal sabiendo que podría haber malgastado 500 pesetas que tanto nos costo juntar. Si aquello pasaba, me iba a ganar una buena paliza entre todos.
Pero pasó. Se nos fue de las manos. Se oyó tal explosión descomunal que nos quedamos con la boca abierta e incluso pudimos ver la deflagración saliendo por la puerta. Aquello se había oído en todo el barrio.
El terror me invadió, no se escuchaba nada, ni insultos a nuestras madres ni maldiciones, nada.
Había matado a Doña Francisca y mi padre me iba a matar a mi.
Corrí desesperado para su casa, e intente buscar algún signo de vida por la ventana y en cuanto mi silueta se perfilo a traves de las cortinas de la ventana una leve voz rota se alzo:
"Ios de puta... Me vais a matar..."
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Salí de allí partiéndome el culo de risa, sabiendo que no había muerto nadie y decidimos que aquello era un tema tabú. Tendríamos que aguantar el interrogatorio de nuestros padres por el bien de todos, así que acordamos irnos cada uno a nuestra casa e intentar disimular que llevábamos allí horas.
A los días siguientes, varios coches de policias dieron vueltas por el barrio. Supongo que Doña Francisca haba denunciado nuestra atrocidad, pero jamas nos pillaron, hicimos las cosas bien, y salieron las cosas bien.
El árbol, por fin era nuestro para siempre.