Bueno, creo que he seguido un poco la dinámica y acá dejo un relatillo ex profeso, ad hoc y tun tun pas, espero les guste y recuerden no se trata de aprender ni de leer, o sí, sí trata de leer mucho y variado y joderse. A tiempo:
Un matrimonio de barrio.
Ramón Ramírez mide un metro noventa y pesa ciento veinte kilos, por ello cuando su mujer le ve llegar con intenciones lujuriosas trata de evitar por todos los medios acabar de misionera. Ésta, su mujer, María por si acaso, tal y como la apoda su esposo, siempre anda con miedo por la vida, pellizcando un poquito y guardando para mañana, pidiendo perdón a Dios, a la Virgen, a su madre en paz descanse. Es menuda y pecosa, tiene los ojos lindos y los labios muy gruesos, a veces Ramón Ramírez piensa que podría comérsela. Que se la pondría en una mano y se la restregaría por todo el cuerpo como una pastilla de jabón.
El lunes por la mañana Ramón se enfunda su mono, lavado a mano por su devota mujer, y marcha al taller a llenarse las manos de grasa y fumar pues hace una semana que no le viene un coche. Se hace sisifiana la mañana, de una espera malhumorada pasa a las dependencias del Bar Caco donde se clarea la garganta con una cuarta de vino. Pedro el propietario y otros parroquianos conocen a Ramón y le apodan Sansón no ya solo por su fisionomía sino por que un día se rompió el gato y aguantó sobre sus hombros el peso de un Ford fiesta. Empiezan a hablar de futbol y Ramón se harta, no soporta la plática y se calza otra cuarta más de vino. Pedro le señala hacia al exterior y le dice que hay una joven señorita, muy moderna ella, en la puerta con un Mercedes. Ramón se gira algo fastidiado porque ya se había hecho a la idea de una mañana de pasantía.
La chica tiene unos pechos apretados y una cabellera muy cuidada, es lozana y de cuerpo teutón, mujer de caderas fértiles y de saltar por encima de la muralla enemiga sin miramiento. Segura, confiada. Oiga, he oído que usted conoce bien los motores Mercedes y que hace buen precio. Conciertan la reparación. Ramón pasa tres días hurgándole el capo, cambiando, ajustando, arreglando. Al tercer día vuelve la chica, Dalila. Con esto de la crisis no tiene mucho para pagarle, le insinúa algo, alcanzar un acuerdo, alguna otra forma de recompensarle. Desde el bar, en la acera inmediata, los parroquianos fuman y miran, expectantes, conocen de sobra el percal, el sesgo de la negociación y esperan como esperarían un gol que Ramón se levante a la teutona. Ramón se limpia las manos, mira al suelo y fuma un cigarro. Ella se adentra un poco más, parece que apunta hacia el escueto despacho destartalado de Ramón.
- Prega per me María, prega per me. – exclama resignado Ramón.
Y quitándole el freno de mano al coche lo empuja ferozmente hacia la puerta del Bar Caco donde la concurrencia despavorida huye a refugiarse del impacto. Dalila vuela sobre el capo señorial de su Mercedes, directa hacia el bar. María siente un escalofrío y baja corriendo hacia el taller, varias calles más allá de su casa. Su marido se está fumando un cigarro en la puerta del taller y tiene un policía agarrado a cada brazo, por el suelo varios policías más, otro quejándose de un golpe, y una mujer exánime en la acera del bar.
- ¡Dame fuerzas Señor, dame fuerzas!- grita fuera de si Ramón Ramírez la mañana del jueves viente diciembre de 2012 en la esquina de la Calle San Eustaquio número 13.
Y María agarró una llave inglesa y se lió a darle a los policías del suelo.