Cosas que no.
No sé si lo saben. Pero justo aquí al lado escribo un blog llamado Cosas que sí sobre (demonios, ya lo imaginan) cosas que sí. Cosas bonitas, sencillas y posibles (que las imposibles agotan mucho) cosas sexys y vibrantes y a veces -muchas- hasta un poco tontas. Tiene una meta (no soporto las cosas o las personas sin un destino, sin una misión) pero es tan fou que hasta me avergüenza un poco soltarlo así sin un par amontillados en la mesa. Pero yo creo que -de nuevo- lo imaginan.
Ahora viene lo curioso. Y es que algo he oído (lo que hay que oir, tantas veces) sobre que cómo puedo, “Jesús, ahora no es el momento de hablar de vinos caros y maletas de Goyard“ y demás paparruchas bienpensantes. Todo lo contrario, amigos. Precisamente ahora es el momento.
En todo caso, querido lector, si quieres cera, aquí tienes cera:
No puedo con los hombres cursis ni las mujeres arrogantes. No soporto a los tíos que no levantan la mano a la hora de pagar la cuenta (no puedo con ellos) ni a los listos del “luego saco dinero“. No soporto el cinismo forzado (hola, Twitter) con el que se supone que hay que barnizar cada comentario para parecer un poco menos imbécil y más moderno. No quiero saber nada de alguien que lo sabe todo. Dudo de quien solo entiende el pataleo y busca constantemente sinónimos de esa palabra que aún no entiende: excusas (es que no soporto las excusas). No entiendo a quien no viaja y a quien se cobija en el “como en casa en ningún sitio” o el mucho más detestable “sí, está bueno, pero como en España no se come en ningún lado“. Tampoco puedo con los trepas ni los invitados que solo saben hablar de su libro (su interesantísima vida). No concibo más nacionalismo que tu gente y más hipotecas que una botella de vino y una tabla de quesos. No quiero ver más gente aquí que no arriesgue ni sepa que esto -que todo- es un juego. Y por supuesto no puedo con quien decide no jugar. Hay que jugar.
Yo creo que por hoy está bien.
Salud.