Bueno para romper la mierda de discusión repetida hasta el hastío donde os habéis metido, os voy a contar una bonita anécdota que me ha ocurrido hace escasos 20 minutos.
Salía yo de mi casa cual zagal feliz, silbando incluso a las glorias que nos ha dado la naturaleza, ya que por ella nos debemos, a reciclar los plásticos, papeles y sobre todo litronas y botellines de vidrio que en su interior llevaban, anoche, ese jugo mágico extraído de la cebada que nos saca la sonrisa y nos hace pasar unos ratos amigables junto a nuestros amigos, y no tan amigos, en esta corta y desdichada existencia.
Habrá, del portal al contenedor verde, no menos 800 metros, 874 yardas según nuestros amigos sajones, más que un corto paseo encontrando nos en estas fechas tan tontas donde los rusos se han dejado la ventana abierta, sobre todo si uno no va bien abrigado.
Pues bien, encontrándome más o menos a 3 metros de la meta final de mi día, aquél iglú verde con forma perezosa, y separándonos nada más que una calzada, se dio la tragedia. El destino quiso que yo cruzara por el punto ciego donde por un sentido hay una curva y por el otro una bajada pronunciada.
No, no me han atropellado, al menos no en ese memonento. La naturaleza caprichosa quiso que la bolsa que tranportaba el vidrio, petara, justo, entre dos aguas de esa vía llamada carretera, obviamente bien pintada con dos rayas continuas, dado la peligrosidad del punto.
Los botellines y botellas que antaño sirvieron para llevarme la felicidad, ahora con mal olor, calleron a trompicones entre estruendo de cristales rotos, cristales rodando cuesta abajo, cristales partiendo otros cristales, y en definitiva, cristales everywhere.
Dado que nuestra civilización occidente es muy poco dada a la empatia, y las prisas de nuestros tiempos le impiden a uno parase a pensar, decidió entonces la gente no actuar, los peatones pasando sin pasar, y los conductores pitando, y entro unos y otros, no ayudando y poniendo a servidor, hecho un manojo de nervios, en una situación embarazosa, correr como si no hubiera mañana, o atendiendo a los deberes de un ciudadano, jugarse el tipo en ese punto tan malo quitando cristal por cristal.
Al final, decidí por lo estúpido, jugandome el pellejo durante al menos 10 minutos, practicando el sano deporte de esquivar coches mientras aguantas pitidos y juramenots. Además pasando un frío curioso, ya que para 1 minuto de viaje previsto, no iba a coger chaqueta. Sin contar las manos cogiendo vidrio helado y mojado, sacudidas por una suave brisa (helada) del norte.
Que tengáis un buen día.