Llevo unos días leyendo comentarios en este thread y, dejando de lado que hay muchos divertidos, veo comentarios que aunque parezcan de broma son comentarios realizados con más o menos seriedad. Comentarios de gente que, con toda la legitimidad del mundo, estaría a favor del gobierno de una élite la cual supuestamente garantice unos estándares mínimos de bienestar.
Creo que el enfoque del thread mencionado no es el más acertado, pues propone unas medidas que en el contexto actual no tienen mucho sentido. Pero lo que sí puede ser interesante es el debatir, según la opinión de cada uno, si el futuro de la sociedad puede de verdad residir en la soberanía (indirecta) de un pueblo o, por el contrario, en la soberanía de una elite dirigente:
¿Son las democracias actuales, stricto sensu, unas verdaderas democracias?
¿Dónde reside la soberanía: en el pueblo, en el voto, en los grupos de presión o en una pequeña élite dirigente?
¿Qué es la “voz” en el Estado democrático que garantiza la libertad de expresión al mismo tiempo que permite la existencia de poderosísimos medios de comunicación?
Estas pocas preguntas, y otras que pueden estar en la mente de todos, han dado luz a numerosos ensayos, propuestas políticas y libros de interpretación, los cuales han ido alimentando un amplio debate que se lleva dando dentro de la ciencia política desde más de 70 años. Un debate entorno de la lógica y ser de al democracia protagonizado por los autoproclamados defensores de las teorías elitistas contra los defensores de las teorías pluralistas. El debate es enorme y fluido, y la literatura sobre la materia extensa e inabarcable, vengo aquí solo para compartir con vosotros un trozo sobre este debate para que, una vez situados, podamos generar aquí nuestro propio debate de una forma más o menos coherente.
La historia como un cementerio de aristocracias
Para iniciar esta introducción, no podría hacerse sin hacer mención al prestigioso economista y sociólogo Vilfredo Pareto (1848-1923). Conocido también por su faceta liberal, dicho intelectual es ampliamente fomoso por sus aportaciones en la ciencia económica, pero también fueron importantes sus aportaciones a la, en su época, prenatal ciencia política.
En su obra Tratado general de la sociología expone su extenso análisis a las democracias representativas. En ella Pareto extrae dos grandes conclusiones: i) ve un gobierno de una elite que persigue sus propios objetivo y no los de la sociedad, pero para no tener en su contra la sociedad -o al menos una parte de ella- ha de articular sus objetivos con los de la sociedad convenciéndolos y persuadiéndolos ya sea mediante la ideología, la religión o cualquier otro dogma que él titula como derivaciones; ii) reconoce el peligro que se supone tanto el desgobierno (anarquismo) como la tiranía (autoritarismo), al igual que mira con malos ojos el uso indiscriminado de la fuerza. Por lo que acaba concluyendo que las democracias representativas, pese a ser el peor sistema político, son el mal menor. Aún así afirma tajantemente que las democracias representativas no existen.
En realidad, la formula que simplifica la amplia investigación que realizó Pareto es que la historia no es más que un cementerio de aristocracias, donde la dominación de la mayoría por una élite es un fenómeno permanente. Para Pareto las élites no son permanentes, pues su decadencia y degeneración continúa les acaba llevando a un punto donde se da lugar a la aparición de nuevos elementos que acabaran formando una nueva élite que substituirá a la anterior. Esto es, como en un mercado de competencia imperfecta, la competición por la circulación de las élites.
La ley de hierro de la oligarquía
Otro autor clásico de las teorías elitistas es Robert Michels, quien fue estudiante de Max Weber y compañero influido por Vilfredo Pareto llegando a ser ambos defensores y seguidores del nuevo orden que se estaba generando en Italia a manos de Benito Mussolini.
Su obra principal es Los partidos políticos, en ella explica lo que durante tantos años estuvo investigando con mucho ahincó y no es más que la organización interna de los partidos políticos. En dicha obra uno puede encontrar toda la argumentación sobre la imposibilidad de un funcionamiento auténticamente democrático de los partidos políticos de masas en las sociedades contemporáneas.
Michels mantiene que la organización es el único medio existente para poder llevar a cabo la voluntad colectiva en una sociedad de masas. El punto inicial de su argumentación se encuentra resumido en la siguiente afirmación: Toda representación partidaria representa un poder oligárquico fundado sobre una base democrática (Michels, 1991: 189). Las forma oligárquicas son consubstanciales a toda organización. Según Michels esto obedece dos tipos de causas: psicológicas y técnicas.
Dentro de las causas psicológicas vemos introducida la lógica de la psicología de masas, las masas necesitan contar con líderes con los que apoyarse y reconocer su superioridad. Con esto se intenta dar a entender que existe un alto grado de aceptación o incluso de necesidad por parte de las masas a ser lideradas por una élite. Para Michels no existe un acceso consciente y deliberado al poder por parte de una minoría dentro de una organización. En el caso de los partidos políticos, los miembros de la minoría acceden a posiciones de permanencia al ser escogidos democráticamente. Las características psicológicas de los individuos que ejecutan posiciones de liderazgo hacen que éstas tiendan a apropiarse de sus sitios donde, a la vez, se crea una confusión entre los fines de la organización y la supervivencia de la élite. La oligarquía así mismo es el resultado de las ansias de poder que tienen los líderes. Aquí Michels parte del supuesto en que toda minoría actúa conforme con la lógica de auto interés (teoría de la elección racional). Para poder sobrevivir en su posición, la élite ahora uso de ideologías para articular el interés de la organización (aquí la influencia de Pareto).
Las causas técnicas necesarias para el surgimiento de un élite parten de que toda organización requiere especialización de funciones y expertos, gente conocedora de la materia y especializada que sepa impulsar decisiones técnicas que permitan la supervivencia y la adaptación de la organización a los continuos cambios. En consecuencia, la organización se convierte en el fin principal a mantener y a fomentar, al mismo tiempo que las finalidades las cuales habían permitido e surgimiento de dicha organización pasan a un segundo plano.
Finalmente vemos que, para Michels, el camino de los partidos políticos hacia sus objetivos políticos precisa de la necesidad de crear una organización, la cual conduce de forma inevitable a la aparición de una oligarquía y, por ende, de nuevas desigualdades. Que dichas desigualdades, de forma controvertida, para ser superadas habían surgido precisamente estos mismos partidos (el pez que se muerde la cola): La organización política conduce al poder. Pero el poder es siempre conservador (Michels, 1991: 153). Esta es la famosa ley de hierro de la oligarquía que acaba teorizando Michels.
La replica: el surgimiento de las teorías pluralistas
A la vez que nace la escuela metodológica del behaviorismo se desarrollan también las teorías pluralistas, y lo hacen ni más ni menos que en Estados Unidos a partir de la década de los cincuenta. La concepción pluralista de la democracia está relacionada tímidamente con al visión elitista. La diferencia principal entre los dos modelos reside en que el elitista postula una élite unida que atiende a las demandas de los ciudadanos como concesión prudencial, mientras que el pluralista afirma que la capacidad de respuesta es una condición estructural de la existencia de distintas élites en competencia. Entre los distintos autores defensores de las teorías pluralistas de la democracia nos encontramos con Robert Dahl.
En el pluralismo, los gobiernos reflejan las demandas de la sociedad civil mediante una serie de procesos de intercambio de duración e intensidad variables de los que saldrían las decisiones de las instituciones políticas. No hay un centro de gravedad fijo en la toma de decisiones políticas: hay múltiples centros de poder, ninguno de los cuales es completamente soberano (Dahl, 1967: 54).
Dahl realizó un estudio empírico en la ciudad de New Haven que reveló que no era posible encontrar ninguna élite identificable o dominante entre una constelación de miembros destacados de la comunidad. Dahl concluía que la de New Haven era una democracia pluralista y desarrollaba su teoría del pluralismo que más tarde recogería en su famosa obra La Poliarquía en el que consideraba la democracia un procedimiento con una serie de requisitos (elecciones libres, periódicas y competitivas) y separaba el sistema político de los éxitos que éste pudiera alcanzar en la provisión de cotas de bienestar material a sus ciudadanos. Frente a las teorías elitistas que consideraban que las élites mantenían un carácter permanente y homogéneo, Dahl defendía la existencia de una pluralidad de centros de poder en competencia. El poder es disperso y no acumulativo, de ahí que el papel del Estado fuera mediar en los conflictos sociales más que dominar la sociedad en aras de su interés particular.
El proceso político es un continuo de negociaciones y conflicto entre diferentes grupos que representan intereses dispares, como las organizaciones empresariales, los sindicatos, los partidarios políticos, los grupos étnicos o religiosos, los estudiantes, etc., es decir, una serie de actores públicos y privados entre los que a veces se incluyen los propios departamentos de la administración del Estado como un grupo más. No todos los grupos tienen el mismo grado de influencia, pero incluso los menos poderosos pueden influir en el proceso de toma de decisiones, dado que los recursos no se distribuyen uniformemente, lo que impide que un grupo sea dominante en todas las ocasiones.
Para los pluralistas el Estado pasa a ser visto como un elemento pasivo y neutral en relación a las presiones y demandas que le llegan de las organizaciones de la sociedad civil: su misión será sopesarlas y armonizarlas o, al menos, buscar algún tipo de compromiso entre ellas. Es una concepción optimista sobre las democracias liberales que llevó a alguno de sus partidarios, como Bell o Lipset, a apoyarse a la tesis del fin de las ideologías.
Para Robert Dahl, la democracia es un concepto teórico; por lo mismo, no necesariamente ocurre en la realidad, ni ha ocurrido o es posible que lo haga. La Poliarquía es, en un plano bidimensional, un régimen con alto grado de apertura y de debate público.
He dejado de lado a numerosos autores como Schumpeter, Weber, Lipset, Polsby, Mills, Mosca o los defensores del neocorporativismo que se presentan como una alternativa a las teorías pluralsitas. O incluso de la concepción filosófica del liberalismo social de Rawls y Dworkin, la teoría de la democracia de Habermas o el neoliberalismo ("neo" debido a la lógica inexistente en la cultura liberal de la llamda catalaxia) de Hayek y Nozick.
Con lo que he comentado hay más que suficiente para preguntarnos qué teoría se adapta más a nuestro contexto y cual seria la más deseable.
Es cierto que la concepción elitista de la democracia encuentra sus influencias en el pensamiento contrarrevolucionario, las tesis racistas del laissez-faire social expuestas por el libertario Herbert Spencer y la concepción burkiana de las democracias. Pese a que los autores clásicos de las teorías elitistas (Pareto, Mosca y Michels) llegaron a flirtear con el fascismo clásico, incluso Michles llegó a converger de forma total con el fascismo de Mussolini, para nada tiene porque significar que alguien que vea la democracia como una concepción elitista tenga que estar a favor de una élite dominante.
Ambas teorías procuran ser aproximaciones positivas (como es) y normativas (como debería de ser) de nuestro sistema político. Hay autores que encuentran incluso puntos de convergencia entre ambas teorías, y otros que solo utilizan las aproximaciones positivas para criticar las democracias en pos de sus ideales.
Visto esto, ¿Cual es vuestra opinión?
¿Se prevalece la idea de que la historia es un cementerio de aristócratas o existen formas plurales de gobierno?
¿A caso nuestro sistema de partidos se rige de forma total por una ley de hierro de la oligarquía?
Mejor aún y en la dirección que apuntaba el thread que he comentado al principio: ¿Una élite dirigente especializada con dotes que la chusma no tiene es preferible para gobernarnos? ¿A caso hay una correlación total entre una élite permanente y cuotas aceptables de bienestar?