Como veréis a continuación una vez más se demuestra cómo este sistema basado en una excesiva regulación financiera -encima mala- no funciona. Después seguid clamando contra el capitalismo salvaje y contra la desregulación imperante hoy en día.
¡La culpa es de la DESREGULACIÓN del sistema financiero! Esa es la (acrítica) crítica repetida hasta la saciedad por infinidad de analistas enemigos del libre mercado, analistas que salen como setas cada vez que hay una recesión. Para ellos, más regulación es siempre equivalente a mejores resultados. El problema de su argumentación es que en su mente no tienen a los reguladores del mundo real (seres humanos con limitados conocimientos y con mochilas políticas) sino unos reguladores teóricos de libro de texto que siempre imponen restricciones que mejoran el bienestar.
La pregunta es: ¿es siempre buena la regulación? ¿Más regulación es siempre mejor? Desafortunadamente para el país, vivimos YA HOY las consecuencias negativas la regulación que se impuso hace sólo un par de años para solucionar la crisis financiera de 2008: las nuevas reglas de capital bancario mínimo impuestas por Basilea III son en gran parte responsables de la recesión europea de 2012. Me explico.
Básicamente, el negocio bancario consiste en obtener dinero de los depositantes y prestarlo a un interés superior. Si los ingresos son superiores a los costes (incluidos los costos que comporta la morosidad o los impagos), el banco tiene beneficios. Estos, aumentan el valor del capital del banco. Si, por el contrario, los costes son superiores se producen pérdidas que van a cuenta de lo propietarios que ven cómo se reduce el valor de su capital. Cuando, a base de perder dinero año tras año, un banco se queda sin capital se dice que es insolvente y debe cerrar.
Es muy importante, pues, que un banco tenga “suficiente” capital. La pregunta es: ¿Cuánto capital se considera suficiente? La respuesta depende de la cantidad de préstamos que haya concedido y de lo “arriesgados” que sean esos préstamos (es decir de la probabilidad de que no sean devueltos). Imaginemos un banco con capital de 10 millones, que ha captado muchos depósitos y ha acabado concediendo créditos por valor de 1.000 millones. ¿Tiene suficiente capital? Si los créditos concedidos tienen un riesgo del 5% de no ser devueltos, el banco sabe que un 5% de los 1.000 millones no van a ser devueltos por lo que va a perder unos 50 millones. El capital de 10 millones no va a ser suficiente para hacer frente a las pérdidas por lo que el banco será insolvente.
Noten que si el mismo banco tuviera un capital de 100 millones, podría hacer frente a las mismas pérdidas esperadas de 50 millones de créditos con toda tranquilidad. Para que un banco esté sano, pues, hace falta que la tasa de capitalización, es decir, la relación entre el capital del banco y los créditos concedidos sea suficientemente alta.
Es importante entender que los créditos concedidos deben ser ajustados por su riesgo porque en el ejemplo anterior, si en lugar del 5% el riesgo de impago sólo fuera del 0,5%, entonces se esperaría que las pérdidas sólo fueran de 5 millones y no 50 por lo que el capital de 10 millones sería suficiente. Es decir, si el banco ha concedido créditos con poco riesgo, con poco capital que tenga ya puede ir tirando. Dicho de otro modo, para saber si un banco tiene capital suficiente hay comparar su capital con los créditos concedidos ajustándolos por el riesgo de impago.
Teniendo en cuenta este criterio, antes de la crisis del 2008, los reguladores internacionales crearon lo que se llamó “Normas de Basilea II”, que obligaban a los bancos a que su capital fuera el 2% de la “suma de los créditos concedidos”, donde la “suma de los créditos concedidos” era una “suma ponderada por el riesgo de cada crédito”. En inglés eso se llama “Risk Weighted Assets” o RWA. El RWA es la suma ponderada de todos los activos, cada uno multiplicado por un número entre cero y uno: los que tienen cero riesgo se les multiplica por cero y los que tienen máximo riesgo, por uno. Es decir, Basilea II decía que el ratio Capital/RWA tenía que ser del 2%.
Las pérdidas sufridas durante la crisis de 2009-2010 hicieron pensar a los reguladores que esa tasa de capitalización era insuficiente por lo que en 2010 se volvieron a reunir y crearon las llamadas “reglas de Basilea III” que básicamente imponían un nuevo requerimiento: el ratio Capital/RWA tenía que subir desde el 2 al 7% para el 2019. El Banco de España, más papista que el Papa, impuso a los bancos Españoles no el 7% sino el 8% y no para el 2019 sino de manera inmediata, setiembre de 2011.
¿Cómo podían los bancos conseguir ese nuevo objetivo impuesto por la nueva normativa? Pues siempre hay dos maneras de subir un ratio: aumentar el numerador y reducir el denominador. Es decir: la primera manera de cumplir con la nueva normativa era pedir a los accionistas del banco que pusieran más dinero de sus bolsillos. Es lo que se conoce como “ampliación de capital”. El problema es que muchos bancos (por ejemplo, los españoles) han tenido serias dificultades para ampliar capital: porque el sistema financiero español ofrece pocas garantías en estos momentos.
La segunda manera de reducir el ratio de CAPITAL/RWA impuesto por los reguladores era reducir el RWA. Dado que el RWA es la suma ponderada de todos los activos (en este caso, los créditos concedidos por los bancos) donde las ponderaciones son distintas según el riesgo, la suma total de RWA puede disminuir si se substituyen créditos con mucho peso (es decir, créditos con mucho riesgo) por créditos sin peso (es decir, sin riesgo).
Y aquí es donde, sin darse cuenta, los reguladores han estado haciendo MUCHO DAÑO A LA ECONOMIA PRODUCTIVA: Y no porqué impusieran un aumento de capital a los bancos sino porque, por ley y por alguna razón desconocida, los reguladores decidieron que un CRÉDITO AL GOBIERNO NO TENÍA RIESGO (y por lo tanto tiene un peso 0 en RWA) mientras que el crédito a una empresa tenía mucho riesgo por lo que puede llegar a tener un peso de 0,9 o 1 en RWA. Todos los bancos españoles que tienen dificultades para ampliar capital, al ver que se les requería que su ratio capital/RWA fuera del 8% les obliga a tener que substituir créditos “arriesgados” por créditos catalogados de “sin riesgo”. Es decir, cada vez que a una empresa productiva le vencía un crédito, no se le renovó y utilizó el dinero para comprar deuda pública. Dicho de otro modo: los bancos dejaron de prestar dinero a empresas productivas (y de paso contribuyeron a la destrucción de riqueza y de puestos de trabajo) para cumplir con la estúpida regulación impuesta por unos reguladores que fueron incapaces de ver que las reglas mal pensadas acaban siendo muy perjudiciales.
Lo irónico de la situación es que se ha inducido a los bancos a sacarse de encima los créditos al sector productivo y a comprar deuda pública simplemente porque el regulador decidió no se sabe por qué decir que la deuda pública no tenía riesgo. Cualquiera que haya leído los periódicos en los dos últimos años sabe que la deuda pública tiene un enorme riesgo de impago. Miren, si no, lo que les ha pasado a los que prestaron dinero al gobierno de Grecia o lo que les ha pasado a los proveedores de los ayuntamientos españoles! La deuda pública tiene riesgo y sería importante que tanto los reguladores como los bancos lo reconocieran cuanto antes mejor.
Resumiendo, la nueva regulación de Basilea está obligando a los bancos a o bien ampliar capital o bien substituir créditos de "alto riesgo" (a empresas productivas) por créditos de "bajo riesgo" (al gobierno). Como los bancos españoles tienen dificultad para ampliar capital, lo que está pasando es que la regulación de Basilea está OBLIGANDO a los bancos a dejar de dar créditos al sector productivo para dárselo al sector público. Es decir, la incompetencia de los reguladores está ahogando la actividad productiva, está secando el crédito de la economía y está contribuyendo a la destrucción de riqueza y puestos de trabajo. La regulación inteligente protege. Pero la experiencia española demuestra, nuevamente, que la regulación compulsiva empobrece.